Capítulo dieciocho | Closer

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—Esto es... genial—mencionó por enésima vez señalando una de las pinturas sin terminar que Fred tenía en uno de los estantes de su estudio. El creador de aquello levantó la mirada ante las palabras y asintió agradecido nuevamente, dándole un sorbo a la botella de agua y esperando a que dijera algo más.

Después se dio cuenta que el otro chico no lo veía así que levantó la voz—: Gracias. —respondió sin dejar de mirarle con atención, desde un banquillo recargado en la pared, no sabía qué sentir realmente. Park parecía que evitaba mirarle a los ojos y a esas alturas ya se lamentaba que aquello fuese de esa manera. Era la primera vez que pasaban más de cinco minutos en la misma habitación sin Sue o Eleanor con ellos, y era la primera vez que lo veía desde que Sue aseguró por primera vez en su vida que tenía un novio serio.

¿Se evitaban? Era evidente. ¿Sabían exactamente por qué? Quizá, no era un tema que estaba a discusión a menudo y Sue siempre era quien tenía la última palabra en cuanto aquello era mencionado.

Fred recuerda escuchar el nombre de Park y sentir cólera al instante aunque no lo conociera, porque crearse una competencia imaginaria con él por la madre de su hija parecía realmente coherente al principio, pero el chico parecía realmente ajeno a todos sus pensamientos homicidas que probablemente pasaron por su mente cuando Sue lo rechazó por él aquella noche en la cocina de la casa de su padre.

Comenzó a mover su rodilla buscando aligerar el ambiente y por accidente golpeó su cabeza contra la pared detrás, Park le miró y Fred se rió de sí mismo.

—Están tardando—fue lo único que atinó a decir señalando hacia adentro donde Sue estaba cambiando el atuendo de Eleanor, el chico asintió pero no dijo nada más.

Lucía bien, eso lo único que podía decir, lo único que su ego le permitiría soltar aunque haya perdido a Sue hace tanto que en realidad no tuviese sentido guardarse sus verdaderas opiniones. Park solo estaba de pie observando las pinturas, concentrándose en todo menos en él y no lo culpaba, nunca fue realmente amable y conociendo a Eleanor, era muy probable que la niña le mencionara todas las ocasiones en las cuales él expresó su descontento ante su relación ella. Sabía que Park era una persona tranquila y le costaba encontrar algo malo ante esa apacible y agradable personalidad que Eleanor tanto quería y que distaba mucho de la suya; no había nada malo en él para sentirse mejor consigo mismo.

Recordaba su cabello oscuro más corto pero ahora tenía un flequillo que cansadamente hacia a un lado cada cierto tiempo y podría jurar que era más delgado de lo que se en realidad se veía debajo de ese enorme abrigo. Probablemente eran estragos de su último trabajo y se preguntó si él podría hacer algo como tal. No, realmente no haría algo así.

Suspiró y le dio otro trago a su botella de agua.

Debía ser especial pues ganarse un lugar en el corazón de Sue y Eleanor por iniciativa propia era algo que Fred no podía reprochar en lo absoluto. No había nada qué reprochar en realidad, nada que no fuese más allá de sus celos causados por el ese ego dañado que dejó de importarle hace tanto.

—¿Qué cuenta el medio oriente? —habló Fred ésta vez, más alto de lo que esperó y por la expresión reacia que el chico puso ante la pregunta se lamentó de decirlo de aquella manera.

—Ah...—se giró un poco para quedar de frente al rubio, sin saber qué decir realmente.

—Digo—se apresuró a añadir—, fuiste a ése lugar... a documentar un conflicto, ya sabes—dudó—, ¿no es así?

Park rió, nervioso.

—Si—rasco el puente de su nariz y frunció sus labios—, no es un lugar muy feliz ahora mismo, hay cosas que nadie debería vivir—aclaró su garganta—. Debía quedarme más tiempo pero tuve un par de inconvenientes.

Dulce nada [ACR #4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora