Capítulo catorce | Can I call you tonight?

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—Tienes una vista interesante, desde mi habitación puedo ver... una pared.

—Es más alto aquí—respondió él—, es un muy buen lugar para vivir—añadió.

Silver dejó de mirar la ciudad por la ventana y volteó hacia Félix, quien picaba la leña que se quemaba en la chimenea sosteniendo una copa de vino tinto en su mano libre. Echó otro vistazo al lugar aunque ya había estado merodeando por toda la estancia mientras Félix preparaba de comer; se respiraba mucha tranquilidad y lo hogareño que lucía todo le parecía realmente confortante, tanto que no quería salir de ahí en las próximas horas.

—¿Cómo consigues un lugar así tan fácil?

—¿Ah? —Félix se puso de pie y bebió—. Es de mi familia, yo crecí en este lugar—dijo, mirando todo el lugar como si fuese obvio.

—Creí que habías vivido con tu hermana en el último par de años.

—Si pero éste es mi hogar. Cuando Rebeca se graduó y se mudó con su novio, a mis padres les pareció buena idea huir de la ciudad y pasar sus años de vejez en las afueras en una casa pequeña. Papá consiguió un trabajo como profesor de geometría en una preparatoria y mamá se dedicó a preparar postres hasta que logró abrir una pequeña tienda de cupcakes en el barrio. Les va bien, son felices. Decidieron dejarme éste lugar y me ayudaban a pagar todo mientras seguía estudiando pero, ya sabes—se encogió de hombros—, hace cinco años que no entro a una universidad—quiso bromear.

Silver frunció el ceño, confundida, se acercó a él quien se sentaba de nuevo en el sofá frente a la chimenea.

—¿Y vivías con tu hermana porque no podías pagarlo?

—No, no exactamente—hizo una mueca.

—Entonces solo decidiste vivir con ella y su marido porque si—le causó gracia—. No suena a algo que te gustaría hacer a menos que te sintieras obligado, por lo que me contaste te urgía mudarte de nuevo aquí. —fue hasta la pequeña mesa de cuatro sillas donde los restos de la comida habían quedado y tomó lo que bebía ella.

No era un departamento realmente grande pero muy acogedor aunque tuviese muebles escasos y pequeños, y que lo único que le daba sentido de pertenencia era la pequeña televisión digna de los 2000 y una vieja máquina de escribir sobre la mesa de café que no tenía una de sus patas y por eso tenía una cubeta de metal con un libro enorme en su lugar.

Félix siguió sin responder, esperando a que Sil dijese algo más pero ella, en silencio e insistente, fue hasta el sofá para sentarse en el otro extremo.

—Hay un hueco—fue lo único que dijo.

—Sí, hay un hueco—asintió ella, riendo sin comprender la seriedad que Félix manejaba en ese momento—. Como si los últimos cinco años no hubiese existido—continuó.

—Mmh, quizás no.

—¿A qué te refieres?

Félix sonrió, no por conveniencia, quizá para aminorar la curiosidad alarmarte que se apoderó de Silver. Él no era alguien que hablara mucho de sí mismo, y sabía que ella no era de esas chicas que buscaban indagar en cada rincón de vida de las personas; no la conocía desde hace mucho pero lo que sabía de ella le gustaba realmente. Porque había algo en ella que lo hacía sentir tranquilo y en casa, aunque no inició de una manera en la que le gustaría.

Dejó su bebida al lado de la máquina de escribir y le miró, ella aun esperaba pues la curiosidad de convirtió en preocupación debido al silencio.

—Estuve en... coma. —dijo, lentamente y tratando de adivinar cual sería su reacción.

—¡¿Cinco años?!

Dulce nada [ACR #4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora