Cuando los primeros rayos de sol atraviesan las copas de los árboles y la selva empieza a clarearse, Penti y yo logramos reunir a todos los espíritus que habitan en selva justo al lado de mi cedro.
—¿Por qué nos has convocado, Nemonte? —pregunta Obatawe con las cejas fruncidas.
Obatawe fue el espíritu más difícil de convencer. Se negaba a dejar el río y su tono de voz me deja en claro que no se encuentra del todo cómodo.
—Los he convocado por una sola razón —digo con voz fuerte y clara para que todos me oigan— Como sabemos bien, nuestra madre selva sufre a diario. Nuestros descendientes, los vivos, también lo hacen. Y nosotros, los espíritus, compartimos aquel sufrimiento que tiene un mismo origen: los cowode.
Escucho varios murmullos y exclamaciones, pero decido continuar.
—Nosotros elegimos unirnos a la selva al morir. Elegimos cuidarla y ser sus guardianes, pero no lo estamos haciendo bien.
—¿Cómo puedes decir eso? —la voz indignada de Obatawe me interrumpe— Ayudamos de muchas formas. Los espíritus que vivimos en el río nos encargamos de llevar la lluvia. Los espíritus que habitan en el cuerpo del jaguar y otros animales expulsan a los demonios. Y los espíritus como tú, Nemonte, ayudan a nuestros descendientes apareciendo antes los chamanes.
—Si, ayudamos. Pero no es suficiente —contraataco y la mirada de Obatawe se ensombrece— Se nos han otorgado dones que apenas usamos. Y parte de la madre selva muere con cada ocaso, con cada árbol y espíritu que cae, con cada animal y descendiente asesinado —el silencio es absoluto mientras sigo hablando— Y gran parte de todo eso ha sido causado por los cowode. Es por eso que debemos usar nuestros dones para defender a la selva de ellos.
El profundo silencio desaparece cuando los murmullos de los espíritus crecen, pero Obatawe no se alarma como ellos, se mantiene calmado. Me mira como si me comprendiera, pero también hay resignación en su expresión.
—Nemonte —me llama y cuando obtiene mi atención, continúa— Sabes que si hacemos eso, ellos sabrán de nuestra existencia. Y cuando lo sepan, van a cazarnos, del mismo modo que lo hacen con los animales y con los pocos taromenane y tagaeri que quedan.
Cuando Obatawe termina, todos vuelven a callarse. Sus palabras son sabias, pero yo creo que en este punto, arriesgarnos es la única opción que tenemos.
Tomo la mano de Obatawe y lo llevo hasta el agujero que aún se mantiene en la base de mi cedro.
Cuando Obatawe lo toca, empieza a gritar y los murmullos del resto de espíritus crecen. Obatawe retira su mano poco después, luciendo consternado. La calma en su rostro ha desaparecido, dando paso al miedo.
Poco a poco, el resto de espíritus empieza a tocar la herida de mi cedro, conectando su energía a él. Al hacer esto, ellos pueden saber que le ocurrió, pueden sentir el dolor que ambos sentimos hace poco.
Todos los espíritus callan después de tal experiencia. Nadie se atreve a hablar después de vivir ellos mismos aquel sufrimiento porque comprenden que podría pasarles tarde o temprano.
—Debo regresar al río —murmura Obatawe, consternado aún, pero para mi sorpresa, es Penti quien lo detiene.
—Si regresas al río solo, no podrás hacer mucho por él.
Obatawe se gira ante las palabras de Penti y lo mira con los ojos desorbitados, sin perder la expresión de miedo que le cubre la cara.
—Sé por qué nunca quieres alejarte de él, Obatawe. Yo también he visto a los peces muertos flotar cerca de las orillas —las palabras del niño son comprensivas— Sé que temes alejarte demasiado porque no quieres que el río se envenene todavía más.
Cuando Penti termina de hablar, Obatawe suelta varias palabras cargadas de preocupación.
—El líquido negro ya ha hecho que muchos espíritus desaparezcan. Mata a los animales y a las personas que beben del río. Si yo no regreso, el líquido negro va a...
—Pero hay mucho de eso en el río —le interrumpe Penti— no podrás con todo eso tú solo, no mientras nadie detenga a los cowode.
Obatawe es un espíritu purificador, de los pocos que aún quedan. Él es capaz de limpiar las impurezas del río, la tierra o el aire; sin embargo, su morada es el lugar del que siempre elige encargarse.
Él sigue callado, pero en sus ojos veo que empieza a entender, así que empiezo a hablar.
—Sé que exponer nuestros dones ante los cowode supone un gran riesgo, pero contamos con la ventaja de no ser visibles para ellos, además, es lo único que nos queda por hacer —todos los espíritus me miran— Porque si no usamos nuestros dones para defender a la madre selva, ellos harán que todo esto —abro mis brazos y señalo todo lo que nos rodea —desaparezca.
Poco a poco, todos los espíritus terminan por aceptar la realidad crítica en la que nos encontramos. Obatawe es de los primeros en hacerlo.
Tras aquella reunión, todos acordamos usar nuestros dones para defender nuestro hogar de todo aquel que intentase destruirlo. Ya no seríamos simples espectadores.
Poco después, cuando los cowode responsables de dañar a mi cedro volvieron con la intención de terminar lo que empezaron, nosotros ya estábamos ahí.
Yo lancé ráfagas de viento, Mintare sacudió la tierra y Penti los cubrió con una capa de fuego, que, si bien no llego a tocarlos, los asustó lo suficiente como para que decidieran no volver nunca más.
A partir de aquel día, estuvimos listos.
Listos para defender a nuestra selva aún a costa de desaparecer.
Habíamos prometido protegerla, ser sus guardianes.
Y eso haríamos hasta que el último de nosotros desapareciera.
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Esta historia ha llegado a su fin, chicos.
Es corta, lo sé, pero tuve muchos sentimientos encontrados al escribirla porque los pueblos ocultos son un tema que ha rondado en mi cabeza desde hace años.
Quería que más personas conozcan su situación y la mejor forma que se me ocurrió fue esta.
Espero que hayan disfrutado leyendo.
Se despide,
-thespoilergirl
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Los últimos guardianes de la selva
Short StoryNemonte es un espíritu que habita en la selva amazónica. La madre selva le ha dado el don de comunicarse con los animales, hacer que llueva o aparecerse ante los chamanes. Por desgracia, ella es una de los últimos guardianes que aún protegen aquel i...