Capítulo 1

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Antes de abrir los ojos, a pesar de que ya estaba despierto, él se dijo para sí: "soy un hombre". Se dio un momento de respirar el pensamiento, imaginar las palabras como el aroma de algo suave y reconfortante como el tipo de aroma que traía las memorias más familiares de la infancia, y un poco de tensión desapareció de su cuerpo. Sólo un poco.

Entonces abrió los ojos y se dirigió al baño tratando de no mirar hacia abajo. Falló en cuanto se puso en frente del espejo para lavarse los dientes y un retortijón distorsionó su rostro antes de que bajara la mirada, estrictamente hacia el lavabo en tanto cepillaba. Apretó y frotó el cepillo con un poco más de fuerza de la necesaria contra sus dientes hasta que sintió el sabor metálico de su propia sangre. Luego de enjuagarse la boca y escupir hacia abajo, el menta de su dentífrico pintado de un rojo intenso, todavía podía sentir la sangre.

Con un suspiro, miró de nuevo su imagen en el espejo. Bolsas bajo los ojos, uno de ellos marcado con una línea roja que lo cruzaba desde el párpado hacia la pupila, tan hundidos que parecían a punto de perderse dentro de su cráneo a refugiarse, pero no fue nada de eso lo que a él le importaba encontrar. Él ya sabía cómo se despertaba uno después de una noche plagada de pesadillas de todos modos.

Se frotó el mentón lampiño y la suavidad de su piel era como papel de lijar contra sus yemas. Pero había un vestigio de bigote por sobre su labio y aunque se podría confundir con una mancha de tierra más que un bigote en toda forma, estaba ahí, era suyo y era la única parte que le gustaba de su cara ahora. Incluso se imaginó que se veía más frondoso y oscuro que ayer, lo que le levantó los ánimos un poco, y era la única razón por la que ese espejo no había sido cubierto o vendido como todos los otros que antes tenía en su hogar. Pero la ilusión no duraba demasiado con el recordatorio de lo mal que se veía su propio rostro a sus ojos, así que no se quedó mucho tiempo ahí.

Se colocó un sostén deportivo tratando de no pensarlo demasiado, como un movimiento mecánico que no significaba ni decía nada sobre él, antes de ponerse su desodorante favorito (otro símbolo de rebelión que sólo él conocía), el intenso aroma llenándole los pulmones antes de que tirara hacia abajo por sobre su cabeza la camiseta de su uniforme. Le estaba quedando un poco más holgada que unas semanas atrás y él se alegró por ello, porque significaba que sus curvas se notarían todavía menos. Arregló su largo cabello en un rodete por arriba de su nuca de modo que ningún pelo tocara su cuello y él todavía podía pretender que lo tenía corto, incluso si el peso de ese pelo se encargaba demasiado bien de contradecirle y la tirantez de la liga sobre su cuero cabelludo nunca había sido más cómoda que sólo dejarlo libre.

Pero agarrar unas tijeras y hacer el trabajo por sí mismo no eran opciones viables, así que rodete debía ser. Preparó su mochila con sus esenciales y salió del departamento, de camino al trabajo, no viendo a nadie, no saludando a nadie, esperando que el resto del mundo le devolviera el favor. A veces lo hacía y podía llegar al cine sin mayores inconvenientes, a lo que él siempre se aferraba como una señal de que hoy iba a empezar un buen día. Pero otras veces podía sentir una mirada demasiado larga sobre él, un silbido o algún comentario que él nunca se molestaba demasiado en escuchar para discernir las exactas palabras que salían usualmente de la boca de la misma clase de hombre: ubicados en las esquinas, contra una pared, solos, con ropas que podrían estar o no más descuidadas de lo que uno podría esperar de alguien que tenía un trabajo al que asistir en cualquier momento.

Por esa ocasión él vio de reojo al culpable más habitual, sus grandes dientes blancos contrastando contra la oscuridad de los espacios huecos en su dentadura, pero ahora mismo estaba hablando con un remisero acerca del partido de fútbol del fin de semana, riéndose ruidosamente y hablando en voz demasiado alta para una conversación privada. Para variar a ese sabía que trabajaba para una compañía eléctrica porque lo había visto al pie de escaleras haciendo lo que fuera que su profesión requiriera en los cables de tensión, vestido con el mismo chaleco naranja que sus compañeros, pero aparentemente no a esas horas del día.

Lo que quedó detrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora