Prólogo

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Al inició su rutina como todas las mañanas, tendió su cama, se lavó los dientes, desayunó mientras contemplaba el jardín de su casa, se dió un baño caliente, se arregló con esmero y se sentó en su sillón favorito a contemplar la habitación. Súbitamente se percató de lo solo que estaba. Nunca se había casado, había tenido un romance muy largo con una bella mujer llamada Flor, pero después de mucho tiempo ella decidió dejarlo, y se dijo a sí mismo que jamás volvería a amar a otra mujer, y así lo hizo. 
A sus setenta y dos años no había tenido a otra pareja y ahora se sentía más solo que nunca.
Las últimas noticias sobre su salud tampoco eran alentadoras, un maléfico cáncer había hecho metástasis en su pulmón derecho y los médicos le habían decretado tres meses más de vida.
Así se descubrió Al a sí mismo, solo en el sillón de su casa y con tres meses para hacer cualquier cosa antes de partir de este mundo.
Era aficionado a las ciencias, amaba por sobre todas las cosas a los seres vivos y aquellas cuestiones que involucraban la constitución de la vida, disfrutaba de largas partidas de ajedrez contra extraños solitarios de los parques de la ciudad y tenía una gran cantidad de libros apelmazados por todas las habitaciones de su casa, algunas tardes se sentaba en una pequeña banca en su jardín y se pasaba las horas leyendo y releyendo hasta que el último haz de luz crepuscular nublaba por completo las tupidas letras del manuscrito en curso, sólo entonces cerraba el tomo, caminaba con lentitud hacia la casa, se sentaba en su sillón y retomaba la lectura en donde la había dejado.
La vida de Al transcurría siempre de la misma manera, pero hoy parecía diferente, hoy era algo distinto. Cerró fuertemente los ojos e intentó analizar lo que sentía, percibió sus manos sudorosas, un fuerte dolor en el pecho, una sensación de abandono y un zumbido en la cabeza, era algo que había sentido antes, hace muchos años cuando vio a Flor partir desde la puerta de su casa. Tragó saliva y asumió lo peor, estaba sintiendo tristeza, después de mucho tiempo.
Había muchas cosas que Al podía tolerar, podía sobreponerse al miedo, podía ignorar la ansiedad y el enojo, incluso se inmutaba ante la realidad constante de su propia mortalidad, a pesar de ser consciente de que le quedaba poco tiempo; pero la tristeza era otra cosa, conocía muy bien la sensación. Rememoró inconscientemente los días lejanos en los que lloró la partida de Flor, y cómo se juró no volver a enamorarse, para nunca percibir tan amargo sentimiento, pero la vida en soledad le había pasado factura, y después de mucho tiempo, Al se sentía triste.
Se removió en su sillón y miró con angustia al techo, respiró profundamente y trató de recordar si había hecho algo diferente durante su rutina diaria, pero nada parecía fuera de lo usual. Sus piernas comenzaron a temblar de manera abrupta, y su corazón comenzó a latir con fuerza. Al se levantò y caminó inquieto por la habitación, un nudo se formó en su garganta, trató de contener la emoción, pero era demasiado tarde, un par de lágrimas brotaron de sus ojos y resbalaron por sus mejillas, no lo soportó más y rompió en llanto, uno tan intenso y desgarrador que pensó que su último aliento de vida bajaría por ese torrente de lágrimas. Se recostó en su sillón y lloró hasta el anochecer.

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