Capítulo 2: Una montaña lejana.

35 4 5
                                    

Al dejó la taza sobre la barra de la cocina y avanzó con paso decidido hacia la biblioteca, su edad no le permitía correr, pero aquél recuerdo le hizo sentir veinte años más jóven y vigoroso. Cruzó con rapidez la estancia y caminó por el pasillo, el reloj empotrado marcaba las siete y media de la mañana.
Entró en la pequeña biblioteca y se dirigió directamente a una estantería del lado derecho de la habitación, estaba cubierta de polvo casi en su totalidad. En su interior se encontraban libros de todos los temas imaginables, todos sin catalogar correctamente, eran los volúmenes que Flor le había regalado durante su relación. Nunca había tenido el corazón para tirarlos, pero su sola existencia le causaba tanto dolor que los excluyó de su colección personal, condenándolos a llenarse de polvo en una estantería lo suficientemente lejana de los ojos Al como para permitirle olvidarlos después de mucho tiempo. Y así había sucedido, hasta que la memoria del anciano finalmente lo había traicionado, obligándolo a enfrentar el recuerdo de un viejo amor, perdido hace tantos ayeres.
Al se detuvo frente a los estantes, su mirada, ahora temblorosa, inspeccionó con temor y arrepentimiento los títulos que cada tomo tenía plasmado en su lomo. Una a una se fueron abriendo las cicatrices de su alma, dejando al descubierto los recuerdos empolvados que aquél viejo había conseguido suprimir a lo largo de los años. Sus ojos se detuvieron en un libro no tan grueso, encuadernado en una piel que había adquirido un color beige con el paso de las estaciones. Lo extrajo con cuidado del librero, sus manos temblaban, ya sea de miedo o de júbilo. El manuscrito cedió y se vio en toda su gloria frente a los inflamados ojos del anciano.
Al miró con ansiedad la portada del libro, su forro de piel se sentía viejo y esponjoso al tacto, y las letras impresas en hilo de oro rezaban: «Crónicas oníricas de las culturas occidentales».
Al colocó el tomo sobre el escritorio y retiró una fina capa de polvo que cubría la solapa, lo abrió con delicadeza, los folios que conformaban el manuscrito se sentían secos y frágiles. Un par de detalladas ilustraciones quiméricas saltaron a la vista del viejo, parecían bestias con cuerpo de león y alas de garza.
Pasó un par de páginas y se encontró rodeado de un mar de texto. El libro trataba de un conjunto de explicaciones que procuraban dar sentido a los orígenes cosmogónicos de culturas occidentales ya olvidadas, estaba repleto de figuras alegóricas, mitos originarios y alusiones a antiguas etnias que describían con cuentos el desconocido mundo onírico y el orígen primigenio de la realidad.
Al pasó directamente al centro del volumen y rebuscó entre sus páginas con desesperación, el sueño de la montaña le carcomía la mente y le presionaba el corazón, lo único que deseaba, más que cualquier otra cosa, era comprender aquella visión que lo atormentaba desde hace tres noches. ¿Sería la revelación de un lugar que escapaba al entendimiento de la ciencia de los hombres? O tal vez su anciana mente le jugaba trucos con el afán de recordar la calidez de un amor hace tanto perdido. Pasó tres páginas de un solo ademán y quedó atónito frente a lo que se reveló frente a sus ojos, una ilustración a tinta que abarcaba el folio completo, de margen a margen, en ella se representaba a todo detalle una majestuosa montaña cubierta de follaje; el cielo repleto de gruesas nubes dejaba filtrar haces de luz divina, que reposaban sobre la punta del monte, dónde más de un millar de mariposas revoloteaban. Era exactamente igual que en su sueño. Bajo la ilustración, un diminuto texto escrito con una caligrafía sofisticada y elocuente rezaba: «Donde mueren las mariposas». Al observó por largo rato, atónito, detalló cada línea del dibujo con la yema de sus dedos, cada surco de tinta, cada sombra y cada luz que componían la imágen. Inspeccionó meticulosamente la ilustración, no con el afán de dar con el orígen de la obra, sino para comprender cómo un concepto de tanta complejidad podía haber sido almacenado en su memoria durante tanto tiempo, o, por el otro lado, cómo había podido su inconsciente reproducir con tanta fidelidad una idea que había conocido cincuenta años atrás. Sus ojos pasaron de la ilustración y se enfocaron en la página contigua, donde un texto con el mismo nombre se hacía visible para  su lectura. Al leyó el texto.

Donde Mueren Las MariposasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora