La amante

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Mellea terminó de secarse el cabello y se colocó una bata sobre la ropa interior antes de salir de su habitación. Al entrar a la cocina el aroma del café y las tostadas le hicieron agua la boca.

Lo que vio le gustó más de lo que podía admitir. Edward se movía por la cocina, buscando en los estantes, con el torso descubierto. Se quedó mirando como los músculos de los brazos fuertes se estiraban y tensaban a medida que él tomaba lo necesario para servir el desayuno.

Edward era tan sexy. Apenas podía creer que tuvo la oportunidad de explorar cada rincón de su cuerpo masculino. Si era posible, lo había deseado aún más al oír sus gruñidos y sentir cada estremecimiento bajo su boca. Y por lo que ella sabía, él había disfrutado de todo lo que le había hecho. Había ciertas cosas que se podían fingir, pero otras eran innegables.

Los ojos dorados se toparon con los suyos cuando se volteó para servirle el café. Ella le sonrió y le acercó su taza. En poco tiempo tuvo jugo, huevos revueltos y tostadas sobre la isla de la cocina. Se sentó en el taburete y se dispuso a comer después de agradecerle por la comida. Él se sentó en el otro taburete, del otro lado de la isla.

Para ser esa la primera vez que despertaba acompañada, la estaba pasando bien en compañía de Edward.

Después de una larga sesión de sexo en el hotel, él se ofreció a llevarla a su casa. Llegaron a las siete de la mañana y se dejaron llevar de vuelta por la pasión. Mellea se quedó dormida luego, totalmente saciada, y despertó dos horas más tarde, encontrándose con que Edward todavía estaba en su cama.

Ella no tuvo oportunidad de hacer ninguna de las preguntas que tenía en mente ya que Edward saltó de la cama e informó que se encargaría de hacer el desayuno. Mellea le indicó que podía usar el cuarto de baño de la habitación de invitados y la lavandería mientras ella se ocupaba de tomar un baño y arreglarse.

La semana pasada había solicitado que le permitieran visitar a su madre. Había considerado que era probable que le negaran la petición ya que hacía apenas mes y medio que las dos se vieron obligadas a separarse. Para su sorpresa, el mismo día le contestaron con un sí. La visita al castillo sería de una hora y media al mediodía.

―Cocinas muy bien para no tener sentido del gusto. No es la primera vez que lo haces, ¿verdad?

―No.

―Debí suponer que no fui tu primera amante humana. No me has lastimado ni siquiera por error.

―No eres humana.

―Tampoco soy vampiro. Encajo en el mundo de los humanos mejor de lo que jamás encajaría con los inmortales. Soy vulnerable y mi sangre sigue siendo una tentación para los vampiros.

―Lo sé.

―Dijiste que me compraste un obsequio. ¿Dónde está?

Edward sonrió y se puso en pie. Tomó su camisa que había dejado por la silla y se la puso.

―Regreso en un momento.

Mellea bebió los últimos tragos de su café y cuando se levantó, Edward estaba de regreso con una caja grande en las manos. La bajó sobre la mesada y Mellea se acercó a ver. Levantó la tapa con el moño y se encontró con un reloj de pared. El reloj analógico estaba sobre una superficie cuadrada de vidrio. Lo sacó de la caja y presionó el botón el costado. El fondo transparente cambió por la fotografía de la sabana africana.

―Creí que te gustaría tener otras vistas de la naturaleza dentro de tu casa. Cada hora tiene su propia imagen programada. Puedes cambiarlas con fotografías si lo deseas.

―Gracias. Me encanta. Nunca había visto un reloj analógico, sólo en los libros. Me tomará tiempo acostumbrarme a leer la hora, pero me gusta mantener la mente ocupada...

EDWARD  《Fanfic Crepúsculo +18》©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora