Saltos Confusos

Perdida

Fijando mi mirada en un punto abstracto, los pequeños movimientos de mi alrededor se difuminan al igual que el tiempo parece detenerse. Mis labios se sienten pegados mientras que la lengua rebosa rastros de saliva. Mi respiración se vuelve lenta y profunda: por cada inspiración, más se relaja mi mente, y tras cada expiración más se acomoda mi cuerpo. Cierro los ojos y me dejo llevar por los impulsos de la sangre, esa que sigue el compás premeditado de los latidos. 

La tranquilidad conduce a la aparición del sueño y lentamente mi cabeza se convierte en un ligero peso que parece desprende poco a poco de mi cuerpo. Ya no siento los pies, ni las piernas, ni las manos, ni los brazos. Simplemente han desaparecido como nubes arrastradas por el viento.

La ansiedad, las preocupaciones, el miedo... Todo es irrelevante. Lo único que importa ahora es el nuevo mundo que mi imaginación me enseña. La paz interna que tanto tiempo llevaba buscando pero que tan difícil era de alcanzar. Ese estado de calidez que me hace estar embriagado sin necesidad de tomar alguna bebida alcohólica. Esa sensación de que nada ni nadie me perturba ni me molesta. No existe ninguna distracción, ninguna persona a mi alrededor. Solo estoy yo en medio de nada. 

Seguramente no hayan pasado ni cinco minutos reales en este estado de subconsciencia. Mi mente no piensa en tonterías como el tiempo, no piensa en nada, solo funciona con los impulsos que las neuronas le transmiten. Nada más que la pura fisiología humana. 

Una melodía empieza a retumbar en mis oídos. Escucho cómo mi corazón encaja sus latidos con la pulsación de las notas, disfrutando de esta belleza. La sangre hace florecer de nuevo a mis venas, llegando directamente a mis órganos, agradecidos por este momento de plenitud y de drogadicción.