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Hubo dos disparos limpios por encima de su cabeza, rompiendo el silencio. Se oyeron los casquillos al chocar contra las baldosas del suelo. Luego una respiración y un gruñido moribundo. Y por último, se reinstauró el silencio trás su elegante movimiento.

Elizabeth recogió el puñal del abdomen del hombre, limpiando la sangre del filo en la chaqueta del mismo, y lo guardó en su pequeño y elegante bolso rojo. Abandonó la escena a paso tranquilo mientras se ajustaba la coleta algo movida y se recolocaba la gabardina, saliendo finalmente al hall de aquel lujoso hotel de París poco después. Despidiéndose agradablemente del joven de la recepción con una sonrisa, salió a la plaza cuando entraba un grupo de hombres a todo correr, que no pusieron siquiera su mirada en ella.

Para cuando el hotel comenzó a ser registrado minuciosamente y el nombre de "Julieta Vázquez" resonó por las calles, Elizabeth ya se encontraba bastante lejos del centro de la ciudad, y se dirigía con algo de prisa al Le Chapeau Rouge.

—Buenos días, madame, ¿Puedo hacer algo por usted?— cuestionó el agradable señor detrás del mostrador. Era calvo, pero con un bigote blanco bien cuidado y una barriga prominente que le hacía ver bonachón y simpático, lo que le venía perfecto para atraer a nuevos clientes a su pequeña y exclusiva sombrerería.

La mujer le dedicó una sonrisa amable antes de responder.

—Solo un sombrero rojo para frenar la lluvia de Normandía.

El hombre hizo un gesto con la mano para que le acompañara, saliendo de su sitio y guiándola a la trastienda del piso en el subsuelo sin abandonar su afable aspecto, que contrastaba con el rifle de asalto de la vitrina que, Elizabeth sabía, no era solo de exposición. 

—Adelante, señorita— le dijo, abriendo una puerta camuflada detrás de un estante con libros y sombreros a medio hacer. La joven le devolvió la sonrisa y un asentimiento de cabeza antes de internarse por el pasillo de brillantes luces blancas repleto de hombres uniformados que ni siquiera se dignaron a mirarla cuando entró.

La puerta se cerró tras ella con un ruido metálico, característico de las blindadas. Avanzó mientras se quitaba los guantes de cuero negro hasta una de las últimas salas, guardandolos en su bolso, que depositó en sobre la amplia mesa de reuniones del centro. Los hombres presentes se giraron para verla, aunque solo uno habló.

—Agente Rogers, buenas tardes— la recibió el Coronel Phillips—. ¿Reporte de misión?

—Misión completada con éxito, objetivo eliminado y sin testigos o restos. Aquí tienen el arma homicida— concluyó, entregando la daga que había acabado con la vida de un infiltrado alemán. Añadió también el bolso con los guantes y el pañuelo que había usado, para que se retirara y destruyera posteriormente.

—Bien— asintió el coronel, tomando los objetos entregados—. El señor Stark la espera en su despacho, puede retirarse.

Y trás un asentimiento, la joven agente desapareció de la sala y volvió a internarse en la red de pasillos subterráneos que formaban una de las sedes de inteligencia de la RCE, en busca del despacho de Howard Stark. No tardó en llegar, entrando sin picar y dejándose caer en uno de sus lujosos sillones.

Golden Lady [Bucky Barnes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora