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Habían pasado más de 6 meses desde que Elizabeth fue atacada en su apartamento en París, y también desde que se comunicó por última vez con James Barnes. Trás su salida de aquel edificio y su pronta reinserción en los servicios especiales, no tuvo tiempo suficiente para ponerse en contacto con sus amigos o familia, siendo el Coronel Phillips la última cara conocida que vió antes de tener que sustituir su identidad por una nueva: Caroline Bauer, una joven enfermera viuda alemana, llena de odio hacia los aliados que le habían arrebatado tan tempranamente la vida a su marido.

Era la misión más larga y arriesgada que le habían dado hasta el momento, y también la más extenuante; no tendría ni un momento para dejar su papel de lado, ni una fecha fija en la que terminaría su encargo. Tenía que agradecer al menos que no estaba completamente sola, pues habían enviado a un joven llamado Thomas con ella, que debía fingir ser su hermano menor Blaz. Llevaban ya 5 meses y 2 semanas de convivencia lejos de sus superiores, y solo pudiendo hablar en alemán o en lenguaje de signos cuando estaban a solas, lo que los tenía cansados. 

Tenían que destacar que habían llevado a cabo perfectamente su misión hasta el momento, recabando una gran cantidad de información acerca del campo de concentración de Mauthausen, lo que les estaba colocando en una posición cada vez más peligrosa y cercana a los altos mandos de los cuerpos armados del régimen Nazi. En aquel preciso instante, ponían en marcha su plan más arriesgado hasta la fecha; entrar en el campo.

Elizabeth vestía el clásico uniforme que se les daba a las enfermeras nazis, escondiendo en sus botas unas pequeñas dagas por si la cosa se ponía fea. Portaba además un maletín con diversos utensilios médicos perfectamente limpios y ordenados, además de la chaqueta por encima de los hombros y el cabello recogido en los clásicos moños de las enfermeras militares. Completando el atuendo, llevaba unas joyas metálicas en las orejas, que contenían lo que parecía ser una piedrita azul oscura. Ciertamente, no estaban muy bien enganchadas a sus orejas, ya que en cualquier momento, si las cosas llegaban a un punto de no retorno, tanto ella como su acompañante tendrían que echar mano de las “piedritas”, que no eran más que pastillas de cianuro.

Fue “Blaz” el primero en atravesar las puertas de aquel horrible lugar, dejándose guiar por el par de guardias que los pasearon por varios patios llenos de reclusos antes de llevarlos a uno de los edificios de piedra. Dentro les aguardaban ya varios hombres, de rangos superiores a los que los habían traído, que les saludaron jovialmente, como si fueran amigos de toda la vida. Después de todo, tenían un mismo objetivo.

Uno de los hombres se dirigió a la joven con una petulante sonrisa pintada en la boca.

—Espero que sea de su agrado la estancia, señorita, aunque tendrá que llevarme con usted de traductor— anunció en un español decente con un marcado acento alemán.

—No será necesario, he venido preparada— le respondió la joven en un castellano con mejor pronunciación, que le hizo borrar la sonrisa de los labios.

Mientras, el resto de hombres conversaba en alemán sobre las nauseabundas prácticas que querían poner en marcha sobre los presos españoles del campo, para “avanzar en la ciencia y la medicina”. Para ellos, tenía mucho sentido llevar a la realidad métodos sin estudios que los respaldaran sobre personas que ya estaban perdiendo la humanidad, que a sus ojos no valían nada. A Elizabeth se le revolvía el estómago en anticipación, pero tenía que mantener la compostura si quería conseguir un bien mayor: el fin de la guerra.

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⏰ Última actualización: Jul 23 ⏰

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Golden Lady [Bucky Barnes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora