Cuando eres niño piensas que todo va a durar para siempre, todas las personas permanecerán junto a ti, pero estás equivocado; eso lo aprendí cuando mi pequeña ave, un pequeño canario amarillo, se fue para nunca volver.
Recuerdo cuando llegaba del colegio, luego de saludar a mis padres iba corriendo a darle de comer, sacaba su comida y lo acompañaba con un poco de agua; el canario se acercaba a comer mientras yo veía sus plumas resplandecientes con el sol, luego escuchaba su cantar e intentaba imitarlo.
Cierto día, al llegar, mi madre me saludo y me dijo que fuera a cantar con el canario, me pidió que cantara lo más alto que pudiera, que quería escucharme desde el primer piso; yo sin dudarlo corrí e ignorando las lágrimas que brotaban de sus ojos la dejé allí; luego escuche a mi padre llegar, pero no lo fui a saludar, solo me quede viendo las plumas amarillas, brillantes como el sol de ese precioso animal.
Ese día se escucharon gritos en mi casa, pero yo, cantando tan alto como podía, lo ignore por completo; solo seguía la melodía que el ave me dictaba, imitaba su cantar e intentaba que me escucharan en toda la casa. Al terminar escuche que alguien cerraba la puerta, baje y note que mi padre ya no se encontraba allí, solo estaba mi madre, llorando.
Al día siguiente no estaba, su jaula y su comida había desaparecido, mi madre me explicó que estaba enferma y se la tuvieron que llevar, que tal vez no volvería. Y nunca volvió. Y aunque me dolió mucho su partida logré observar algo más, su ropa y sus cosas ya no estaban. Y mi padre jamás volvió. Y mi madre fue más feliz, pero hasta que crecí lo entendí.
En ocasiones es preferible y se siente mejor saber que el ave jamás volvió.
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Relatos cortos de una mente sin imaginación
RandomColección de varias historias cortas de distintos géneros reunidos en un solo lugar.