Para mi era imposible ver ese armario de noche y aunque escuchaba como las criaturas que habitaban en él me llamaban, jamás tuve el valor visitarlas, como ellas siempre pedían. Normalmente solo eran voces sin palabras, eran como murmullos que se perdían en el viaje a mi cama, excepto una; solo entendía la voz de ese pequeño niño.
Al principio tuve miedo de él, solo hablaba y hablaba, me contaba que allí todo era lindo, todo era mejor, que me estaban esperando, claro, mi miedo nunca me permitía responder.
Un año pasó y todas las noches lo escuchaba, ya no tenía miedo de él, de vez en cuando respondía sus preguntas o le contaba lo que estaba sintiendo; una noche, un año exacto desde que lo empecé a escuchar, me decidí y quise ir a visitarlo. Baje de mi cama, mis pies sentían la alfombra mientras iba dando pequeños pasos e iba escuchando claramente las demás voces, todas me decían lo mismo, todas querían que las visitara.
Cuando tomé la pequeña perilla sentí un frío intenso en todo el cuerpo, mis sentidos dejaron de funcionar y casi caigo al suelo por lo mal que me sentía, a pesar de todo esto me volví a levantar y abrí ese armario. Y allí estaba.
Mi cadáver.
ESTÁS LEYENDO
Relatos cortos de una mente sin imaginación
RandomColección de varias historias cortas de distintos géneros reunidos en un solo lugar.