장 06

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Llegué al quinto piso agitada aún por los acontecimientos. Caminé hacia la recepcionista que me observaba con atención. Era normal. Había entrado por las escaleras y había llegado aún jadeante. Estoy segura de que tenía la cara encendida. Me miró de arriba abajo y me sonrió de manera sincera. Le pedí que me anunciara a Mina. Esperé poco más de dos minutos antes de que finalmente me mandara entrar.
    
Pasé entre las mesas. Me quería morir. El vestido ajustado y los tacones hacían que mis movimientos fueran más pronunciados. Todos los hombres dejaban de hablar para mirarme. También noté algunas miradas femeninas, no muy amistosas. Di las gracias a Dios cuando la puerta de Mina se cerró tras de mí.
    
___, ¿qué ha pasado? ¡Ay, Dios mío! ¿Has hecho alguna burrada? ¿Te ha despedido Jungkook? ___
    
—Calma, Mina, el señor Jeon solo ha sugerido que me llevaras a conocer la empresa.
    
—¿Y eso? ¿Por qué no me ha llamado?
    
—Ha surgido un imprevisto.
    
Me mordí el labio inferior evitando comentar lo que no debía. Mina entornó los ojos y me observó atentamente.
    
—¿Qué ha pasado, ___? Es mejor que me lo cuentes o lo averiguaré yo misma.
    
Amenazo con ir a ver al señor Jeon y me apresuré a impedírselo.
    
—Mina… Mina… —Respiré hondo—. El señor Jeon está con una persona en este momento… Una mujer… En una situación un tanto delicada.
    
Mina abrió la boca, estupefacta.
    
—No puede ser que estén discutiendo. No. Ni siquiera…
    
—¡Dios mío!
    
Me tapé los oídos para no oír nada, fuera lo que fuera.
    
—Se están peleando. Ya está dicho.
   
Estuve a punto de tirarme al suelo a llorar al pensar cuánto me odiaría el señor Jeon cuando se enterara de que le había contado a su hermana lo que había visto.
    
—No le digas que te lo he contado, por favor —le pedí.
    
—Era de imaginar. Era Casia, ¿verdad? Estaba segura. ¿Cuándo va a entender que así no se resuelven las cosas?
    
—Mina, no tengo ningún interés en saber nada de la vida privada del señor Jeon. Hagamos la visita a la empresa y punto.
    
Se rio.
   
—Vale. Es lo mejor que podemos hacer. Empecemos cuanto antes.
    
Caminamos dos horas seguidas, entrando y saliendo de los departamentos, pasando por situaciones embarazosas y aguantando las embestidas del señor Hoseok. Luego, el señor Jeon llamó a Mina al móvil requiriendo mi presencia.
    
Esta fue la parte más complicada. Ponerme frente a él después de todo lo que había visto era, cuando menos, extraño. No sabía cómo actuar. Incluso así, entré en el ascensor intentando controlar el temblor de mi cuerpo. Me imaginé qué me diría. Si pediría disculpas, si me daría una explicación de lo ocurrido. Pero me equivocaba.
    
Cuando entré en el despacho, el señor Jeon estaba al teléfono hablando con alguien sobre acciones que estaban a la baja en el mercado. Me llamó la atención, aunque no era prudente prestar más atención de lo necesario a sus conversaciones. Solo Dios conocía el humor de este hombre. Cuando terminó solo pidió el expediente de un cliente. Ni una palabra sobre lo ocurrido. Ninguna señal de incomodidad. Nada.
    
Seguí trabajando y me esforcé por no pensar en el incidente. Mi mayor temor era el odio que con toda seguridad aquella mujer iba a desplegar contra mí. Al fin y al cabo ¿quién era? ¿Una novia? ¿Una exnovia?
    
Sería muy difícil mantener la calma teniendo que evitar su odio.
   
Mi móvil vibró. Era un mensaje:
    
¿Quieres salir? Puedo recogerte a las 20:00 .
    
Era Kai. No habíamos hablado en los últimos días. Nuestro último encuentro fue medio extraño, a pesar de que había acabado como yo quería.
    
Kim Jong In era mi «ligue» y también mi amigo. Me gustaba, pero no suficiente para casarme y tener hijos con él. Me gustaba tenerlo siempre alrededor, principalmente en los momentos en que necesitaba tener a alguien cerca. Lo más cerca posible.
    
Últimamente andaba extraño, meloso. Hablaba de que nuestra relación tenía que evolucionar. No era, eso era seguro, lo que yo quería en aquel momento. Respondí a su mensaje.
    
«Tengo un compromiso. ¿Puede ser mañana? Besos, ___».
    
No me respondió. Visto el entusiasmo de Mina, no ir de compras con ella sería como darme un tiro en el pie.
    
El señor Jeon salió a la hora del almuerzo y avisó de que no volvería hasta el final del día. Antes de salir, me pidió que dejara sobre su mesa otros dos expedientes de clientes.
    
Comí con Mina y Yura. Hablamos de todo, salvo de lo que había pasado. Alexa me contó que el señor Hoseok había abordado al señor Jimin para pedirle información sobre mí. Como trabajaba con el señor Jeon no se atrevió a abordarme en el despacho. Me sentí aliviada de que no hubiera sido así.
   
Al final de la tarde, mi jefe llamó avisando de que ya no volvería. También me dijo que me llegaría un informe por correo electrónico y que lo necesitaba impreso sobre su mesa al día siguiente, muy temprano. Anoté la información en una libreta para hacerlo después, mientras estudiaba una hoja de cálculo que había recibido. No era mi función, pero, como buena economista, esta información no me pasaba desapercibida.
   
A la hora acordada, Mina y Yura pasaron a recogerme. Estaban encantadas con la idea de ir de compras, mientras yo estaba aterrorizada. Seguramente, mi tarjeta de crédito tenía un límite bajo comparado con las suyas y no me podía permitir dilapidar mis ahorros.
   
Nunca he andado ni gastado tanto como aquel día con las dos. Mina pensaba que todo me iba perfecto, por eso me obligó a comprar todos los tipos de vestidos, faldas y camisas que consideraba adecuados para el trabajo. Yo, personalmente, consideraba todo demasiado ajustado, demasiado transparente y demasiado corto.
   
Solo cuando decidimos parar a cenar me acordé de la nota sobre el informe que el señor Jeon me había pedido. Debía recibir el archivo por correo electrónico. Debería haberlo dejado impreso sobre su mesa y, por un error imperdonable por mi parte, me había olvidado completamente de hacerlo. ¡Dios mío! Por eso sí que me despedirían.
   
Tuve miedo de comentarles mi error a las chicas. Un error como ese haría que me vieran como una incompetente. Decidí inventarme una cita de última hora con Kai para conseguir dejarlas y volver a la empresa para cumplir con mi obligación.
   
Al guardia de seguridad le pareció extraño, pero acabó dejándome entrar, cuando accedí, no solo a dejar el coche fuera del complejo, sino a no llevar mi bolso. ¿Qué se creía? ¿Qué iba a robar información? Tuve que acceder o no podría enmendar mi error. Miré la hora cuando estaba aún en el ascensor. Las once. ¡Caramba! Mina sabía cómo gastar el tiempo.
   
Estaba exhausta. Los tacones parecían aún más incómodos. Entré en el despacho con la vista puesta en el ordenador de mi mesa. Lo encendí tamborileando los dedos mientras se iniciaba lentamente. Abrí el correo, localicé el archivo y lo envié a imprimir. Me sentí más tranquila, incluso más ligera, después de haberlo conseguido.
   
Solo noté su presencia cuando fui a la cocina en busca de agua.
   
Sus ojos grises estaban clavados en mí. El señor Jeon estaba apoyado en su mesa. Sin americana y con la camisa por fuera del pantalón. Tenía un vaso en la mano con whisky.
   
No sé qué fue más fuerte si el deseo intenso que me asaltó al verlo observándome una vez más de aquella forma tan perturbadora solo propia de él, o la vergüenza de que me cogiera in fraganti en otra incompetencia. Tuve miedo de las dos reacciones.
   
Levantó una mano, invitándome a pasar la barrera que nos separaba, su inmensa puerta.
   
Caminé hasta él y me detuve a una distancia razonable y cómoda. Con la poca luz que había en el despacho era imposible ver qué hacía, aunque era bastante evidente que no estaba en su estado normal. ¿Estaría cansado? ¿Preocupado? ¿Irritado?
   
—¡___!
   
Su voz parecía arrastrarse, un tanto ronca y sensual, lo suficiente para que yo me mojara. Me había llamado por mi nombre, no formalmente, como siempre hacía. Era demasiado para mi equilibrio mental. Intenté desesperadamente sacar la voz desde algún lugar. Cuando lo conseguí, fue difícil decir lo que debía decir en aquel momento, porque lo único que quería decir era «tómeme ahora mismo» y añadir «por el amor de Dios» como súplica. Carraspeé.
   
—Señor Jeon, ya he acabado… Yo… ¡Discúlpeme!
   
No fui capaz de admitir mi error. Él solamente me miraba y sus labios exhibían una sonrisa más que tentadora. Tenía un brillo en la mirada, nada ingenua. Sabía que me estaba volviendo loca. O peor, podría haber jurado que quería volverme loca.
   
—¡Muy bien! —Me asusté con la comprensión que demostraba—. Parece que hoy nada ha salido bien.
   
Mi mente, aunque estaba saturada, consiguió registrar el momento en que sus ojos se nublaron. La tal Casia era quien había provocado aquella situación tan embarazosa. Solo podía ser ella.
   
—¿Algún problema, señor Jeon? ¿Puedo ayudarle en algo?
   
Instintivamente mis ganas de ayudarle hicieron que hablara más alto. Su mirada se transformó de nuevo. El brillo se intensificó, más seductor, más hambriento. Yo sabía de qué estaba hambriento. Y lo peor de todo, quería saciarlo.
   
Avanzó hacia mí. Mi conciencia prácticamente me empujó hacia atrás. Solo oía: «¡Cuidado! No es de confianza». Pero mi cuerpo vibraba enloquecido, ansioso por sus caricias. ¿Cómo podía sentirme así? Mi cabeza daba vueltas.
   
Mientras tanto, seguí reculando hasta que sentí el frío del cristal en la espalda. No tenía modo de escapar. El señor Jeon, consciente de mi situación, esbozó una hermosa sonrisa y apoyó las manos sobre el cristal. Me tenía en sus brazos sin tocarme.
   
—Señor Jeon… —dije intentando devolverlo a la realidad.
   
—Cuidado con ofrecerme ayuda, ___.
   
Su rostro estaba pegado al mío. Sentía su aliento delicioso en mi piel.
   
—Hay un riesgo muy alto de que la acepte.
   
Se acercó un poco más. Me embriagaba su aroma masculino mezclado con perfume caro. Era afrodisíaco.
   
—Señor Jeon, no.
   
Conseguí hablar, sin creer lo que estaba diciendo. Sonrió abiertamente mojándose los labios con la lengua. Otra parte de mi cuerpo acabó totalmente mojada. ¡Dios mío! No podría resistirme.
   
Dejó que su boca llegara muy cerca de la mía. La expectativa parecía disminuir el ritmo del tiempo haciendo que mi cerebro registrara todos sus movimientos a cámara lenta. Cuando pensé que iba a experimentarlos, se desvió. La punta de su nariz recorrió mi mejilla hasta la oreja. Podía sentir sus labios cerca de mi piel. Mi respiración estaba descontrolada y mi corazón amenazaba con explotar.
    
—¡___! —me susurró al oído—. ¿Has tenido ganas alguna vez de tocar algo que sabes que está prohibido? ¿Has sentido alguna vez el deseo irresistible de experimentar algo que sabes que no es correcto social o éticamente? ¿Tan prohibido y al mismo tiempo tan apetecible que sabes que podría destruirte?
    
Volvió a mirarme a los ojos a la espera de una respuesta. ¿Qué debía responder?
    
—Sí.
    
Estaba hipnotizada por sus ojos. ¿Cómo era capaz de decir algo así? Él dejó escapar una carcajada entre los labios.
    
—Entonces… ___.
    
Sentí un escalofrío en la frente al sentir su cuerpo aún más próximo al mío, al sentir sus labios más cerca aún.
    
—Entonces, será mejor que se marche. —Me quedé sorprendida—. O tendré la tentación de aceptar su ayuda, pero a mi manera.
    
Apartó un brazo dejándome pasar. Sin conseguir pensar claramente, me dirigí al ascensor. No tuve valor de mirar atrás. Era demasiado tentador. Nunca me había visto de una manera tan promiscua y lujuriosa como en aquel momento.
    
El sexo para mí era una necesidad, pero sin demasiadas historias ni alegorías. Era sexo y ya está. Dependía más de mí que de ninguna otra persona. Pero viendo al señor Jeon mirarme de esa manera, me imaginaba en algunas situaciones con facilidad. Y las deseaba.
    
Entré en el ascensor. Di gracias a Dios de que mi excitación no fuera lo suficientemente ácida como para traspasar mis bragas. Si lo hubiera sido, me habría consumido ya.

Discovering Pleasure || 전정국 (J.jk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora