Epílogo

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La vida es una sumatoria de eventualidades que se van dando de a pequeñas cuotas.

Eso lo supe el día que me despedí de Rosetta en el aeropuerto, cuando partió a París en busca de su destino. Ambos llorábamos como si nos hubieran arrancado un pedazo, era lógico que eventualmente terminaríamos separando nuestros caminos un poco, era la parte más dolorosa de crecer.

De todas maneras, no tuve mucho tiempo para sentirme triste, al poco tiempo Kurt y yo conseguimos trabajo en la estación de servicio de nuestra ciudad, ambos habíamos logrado tener el mismo turno por la noche y nos pagaban bastante bien por ello.

Eventualmente me hice amigo de sus amigos, ellos me enseñaron a jugar básquet y yo les enseñé a leer manga de la manera correcta.

También comencé a frecuentar fiestas, Rosetta siempre se reía de eso; le parecía gracioso que disfrutara de cosas que nunca se habría imaginado que pudieran ir conmigo. Los caminos del señor eran muy misteriosos.

Eventualmente conseguí una novia también.

Eso ocurrió en una de las muchas fiestas de viernes por la noche a las que había asistido con el secreto deseo de estar en mi cama palpitando muy dentro de mí. Kurt había conseguido un ligue y me había dejado solo en una casa ajetreada y desconocida, sentado en los escalones de un pórtico, observando las estrellas, para no perder la costumbre.

Ella se sentó a mi lado unos minutos después, acomodando su ropa y su impoluto cabello rubio, un tic característico de ella que alguna vez había detestado y ahora me parecía tierno. "Porque eres la única persona a la que conozco en este lugar" había respondido a una pregunta que no llegué a formular.

De las muchas veces que había visto a esa muchacha caminar en los pasillos de la escuela, jamás habría pensado que en un futuro, en una de esas tantas veces, mi corazón se saltaría un latido.

Aquella noche me di cuenta que Sandy Swanson del comité de bienvenida lucía bien bajo la luz de la luna y creo que la joven, más orgullosa, dulce y testaruda que Dexter y Rosetta juntos, tuvo un pensamiento similar sobre mí.

Ella me enseñó a comprar ropa linda que sin su supervisión jamás habría sabido combinar y yo le enseñé... bueno, a leer manga de la manera correcta.

Eventualmente, cuando transcurrió nuestro año sabático, Kurt y yo viajamos a Michigan para iniciar la universidad y lo que él llamaba "nuestra vida perfecta juntos".

Esta vez fui yo quien tuvo a alguien llorando en el aeropuerto, Sandy y mis padres habían formado una cadena de brazos que les impedía sucumbir en lágrimas al suelo de la manera dramática en la que, al menos dos de los tres, querían hacerlo.

Tía Babie también estaba ahí, divorciada y poderosa desde que había abierto su pequeña y exitosa fábrica de pantalones llamada "DexterYco".

Me deseó que el espíritu de Dexter me protegiera y se fue, apurada por la apretada agenda que manejaba.

Estar separado de todo lo que había conocido en mi vida fue aterrador, pero tenía un poquito de mi hogar natal en la siempre presente compañía de Kurt, en un pequeño departamento atestado de cosas que nos recordaban a nuestro Oshkosh cada vez que ingresábamos, luego de un largo día en la universidad, como si nunca lo hubiésemos dejado.

Los banderines de nuestro instituto, la chaqueta de Kurt enmarcada en la pared, nuestros birretes sobre la heladera, cerca, muy cerca de un mueble para la vajilla atestado en su superficie de fotografías de la vida que dejamos atrás con la siempre presente promesa de volver. Un viacrucis de experiencias que finalizaba en el centro del mismo con dos pequeños y perfectos cuadros; del lado derecho estaba Leia, la difunta ex cuñada de Kurt y del lado derecho se encontraba Dexter, sonriendo y esperando, quizás, que hiciera de este pedacito de mundo nuestra tierra prometida.

«No country for bad boys».

No country for bad boysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora