LOS TRES GUERREROS

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El demonio que tenía enfrente era horrible. Era alto, sus músculos fuertes entrelazándose a lo largo de sus brazos, pecho y pies descalzos. Diana pensó que debía tener cerca de los dos metros. Su cabeza amorfa estaba coronada con tres cuernos, dos enfrente y uno detrás, como una corona del diablo. Sus ojos amarillos la estaban mirando divertidos, como si su vulnerabilidad le estaba entreteniendo.

Diana se echó a correr, sus lágrimas de terror cayendo por sus mejillas en cascadas cálidas. ¿Qué demonios era lo que había visto?

De repente, oyó galope de caballo y un olor a carne pudrida infuso el aire. No tuvo el tiempo necesario para mirar atrás, porque dos manos fuertes, sus dedos acabándose en garras afiladas la cogió por detrás y la empujó contra el más próximo árbol.

Diana sintió la aspereza del tronco contra su mejilla y el sabor metálico en su boca. Quería tocarse la nariz, que le dolía sordemente, pero la fuerza que ejercía su atacador sobre su espalda no la dejaba hacer ningún movimiento.

Intentó gritar, pero cuando abrió la boca, solo un sonido úmedo le salió por la garganta y era tan distinto, que la joven no estaba convencida de que era su propia grito...

La criatura se echó a reír, su risa horrible oyéndose a lo largo del parque como si un animal gigante se estaba a punto e ahogar. De repente, Diana fue apartada de golpe del tronco.

El demonio se lo presionó contra sí, con una fuerza impresionante. Las garras le habían entrado en la blanda carne de los brazos e la chica con la facilidad de unos cuchillos de carnicero. Diana gemió del dolor que le provocaba.

De repente, se dió cuenta de que sus pies ya no tocaban el suelo helado, y, cuando miró por abajo, vió que el monstruo ya no tenía los pies amorfos de antes, sino que la parte inferior de su cuerpo se parecía mucho a la de un caballo. ¿Cómo se había cambiado? ¿Esto no era posible, verdad?

"No tengo tiempo para respuestas..." pensó ella y, en un momento de locura, bajó la cabeza y mordió el antebrazo de su atacador. Por un segundo, el monstruo debilitó su presa, y Diana cayó de golpe sobre la nieve.

Se sentía mareada, y los rasguños que tenía sobre su mejilla le ardían y pulsaban débilmente. Se tocó los brazos y sintió la sangra que le salía en chorros bastante gruesos de donde le había cogido la criatura... Le dolía mucho, muchísimo...

Oyó gritos detrás de ella y se dió la vuelta, todavía de rodillas.

Si estaba esperando a ver al demonio preparado para matarla, se equivocaba. Los gritos que había oído no eran del monstruos: eran humanos.

Enfrente de ella, a sólo unos pasos distancia, tres jóvenes, no mas mayores que ella misma, empuñalaban y luchaban contra el demonio (que había tomado sus dos pies otra vez).

Eran dos chicos y una chica. La chica, su pelo largo y negro flotando detrás de ella, utilizaba dos puñales cortos, pero afilados, con una técnica que Diana nunca había visto en ninguna chica. El otro muchaco, el de pelo rubio y largo, tan largo que se lo llevaba en una cola pegada de la nuca, estaba ocupado tirando flecha después de flecha en la espalda musculosa del demonio. El otro chico, que parecía lo mas normal de los tres, estaba luchando lo mas contra el maldito espectro. Diana nunca había visto tanta fluididad en los movimientos de alguien, o tanta valentía...

De repente, sintió un dolor que le cubrió el abdomen entero. Se cogió de la tripa y se flexionó enfrente, su frente cálida tocando la nieve. Tenía calor y frío al mismo tiempo, y el dolor no la dejaba respirar... No veía bien y no sabia a porque. ¿Quizá porque estaba llorando?

Solo veía siluetas blurosas, y solo así se dio cuenta de que los tres, seguramente ya acabado la lucha con el monstruo, se estaban acercando...

Después, cayó en la inconsciencia. La última imagen que tuvo fue dos ojos profundos, del color del caramelo...

Los Guardianos- los protectores del LabirintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora