«Maniobras de coraje»

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Reaccioné por el insistente claxon que accionara al perder el conocimiento sobre el volante. Gracias a Dios no llamó la atención de ningún cadáver andante; tampoco parecía que tuviese lesiones graves pero sí una gran herida en la frente de la que manaba bastante sangre, me lavé con agua que encontré en una botella plástica y me envolví la cabeza a modo de vendaje con una toalla que estaba en la guantera. Verifiqué los daños, nada que hacer, el radiador está destrozado y la niña, pues está sin vida a consecuencia del golpe contra el árbol, se reventó la cabeza y cuajarones de sangre, restos de cerebro y astillas de hueso estaban salpicadas por todas partes.

Rápidamente busqué mi llave inglesa porque sentí como una garra sujetaba mi tobillo derecho, era uno de ellos, un hombre relativamente joven. Llevaba un overol de mecánico horriblemente sucio y desgarrado, además le faltaba toda la pierna derecha y parte de la izquierda, seguramente se arrastró hasta llegar al punto de impacto y me lo encontré de sopetón, asustado le planté tremendo porrazo en la cabeza que que se la partí en dos cesando al instante en sus intenciones caníbales, más sangre, mas cerebro y mas astillas de huesos con el aditivo extra de que también se escurría de su cráneo roto un pestilente líquido negruzco.

Estaba nervioso y asustado, temblando de asco al mirarlo, me apoye en un árbol tratando de recuperar la respiración, un necesario descanso y encaminé mis pasos rumbo a la estancia, todavía faltaba un par de kilómetros así que avanzaba cautelosamente, un poco cojeando por mi tobillo lastimado y otro tanto adolorido en las costillas por la fuerza del golpe que me los aplastó contra el volante.

No sabía con que me iba a encontrar, la noche se iluminaba con la luz de la luna y yo sentía el vello del cuerpo erizado y que el corazón me latía alocadamente.

Sin embargo escucho el relinchar de un caballo, me escondo a un lado del camino y esperó sigiloso llave inglesa en mano; a lo lejos se divisa la silueta del caballo con su respectivo jinete y a medida que se acerca mi corazón que antes se encontraba angustiado ahora reúne fuerzas y se alegra.

Es Donatella que se acerca como una princesa persa sobre su dócil corcel, entonces le salgo al paso procurando no asustarla. Ella esta pálida e histérica pero se controla, es que tiene un carácter fuerte, propio de su raza aria, luchadora, altiva e invasora.

«¿Estás bien?», le pregunto y entonces se descompone, llora, la bajo con delicadeza del caballo y le abrazo con ternura, acariciándole su hermoso rostro mientras le acomodo su desarreglado cabello dorado, se tranquiliza un poco y comienza a contarme: «Después del almuerzo acompañada de una empleada fui a la laguna de la propiedad para refrescarme, habría pasado como una hora cuando escuchamos tiros de escopeta, asustadas corrimos hacia la casa, casi llegando nos salieron al paso dos de esos monstruos y querían agredirnos, uno de ellos agarró a la chica del brazo derecho y la asió contra él mordiéndole en el cuello arrancándole un gran pedazo de carne, ella gritó aterrada mientras su sangre lo salpicaba todo, la otra cosa también se agazapó sobre ella y entonces contemplé lo abominable ¡Se la estaban comiendo viva porque todavía se quejaba de agonía!

La hice callar y rápidamente nos metimos monte adentro, los puedo oír y también oler, se acercan en el silencio sepulcral de la noche. Hay docenas de ellos por todas partes. Todos presentaban algún tipo de herida, la mayoría como si hubieran sido víctimas de una violencia inclasificable, incluso amputaciones severas, son lentos y poco coordenados al andar.

En completo silencio quité la montura y la jáquima al caballo liberándolo a su suerte, este huyó a todo galope por el camino llamando la atención de los engendros que con ocasionales gemidos se fueron tras el equino.

Amor en tiempo de zombies (español) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora