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Unos sonidos de marchas, pisadas, maletas y voces, resonaban en la entrada de la mansión. Llamando la atención de ciertos cachorros, los cuales dormían muy plácidamente en el cuarto de cierta joven. Bajaron hasta donde los molestos ruidos los dirigían y gruñeron al encontrar a todos esos adolescentes. Dos de ellos, tomaron una de las maletas más grandes y pesadas. La estadía en ese lugar duraría un mes, pero la persona dueña de esa maleta, la había cargado a un punto que podía rebosar. Su contenido era igual al de un viaje al Everest.

Otro de los cachorros, acorraló a dos de los chicos del club de ajedrez, eran pequeños y flacuchos como unos palillos escarbadientes.

—¡Mi maleta! ¡Nita, tus malditos perros tienen mi maleta! —el grito sordo que dio Munia puso en alerta a los cachorros, queriéndose lanzar sobre ella por lo irritante que les resultó.

Una voz dulce, de repente dijo, —Akómi —ocasionando que los cachorros soltaran lo que tenían y dejaran de acorralar a los jóvenes para acercarse a su dueña, con la cabeza gacha y el rabo entre las patas. Se pararon uno al lado del otro y no se movieron en lo absoluto, mientras su dueña los regañaba. —Ellos son invitados, deben comportarse. Lo siento chicos, no están acostumbrados a las visitas. Espero no los hayan asustado mucho, son unos cachorros aún, así que creyeron que eran para jugar.

—¡Somos humanos, no juguetes! —la rubia tenía razón en eso, pero a los cachorros les gustaba jugar con todo lo que le parecía interesante. En este caso, adolescentes y maletas. — Me debes una nueva maleta y al parecer, no te será difícil. Quién diría que eras millonaria con tu forma tan desagradable de vestir.

—Ya te había dicho que no hablaras de lo que no sabes y puedes comprobarlo ahora. Con respecto a tu maleta, luego le diré a alguien que tome tu pedido y satisfaga tus necesidades. —Con una seña de manos, Nita hizo que los cachorros se fueran de vuelta al dormitorio, haciendo que un suspiro de alivio se escapara de las bocas de los adolescentes. —La cena es a las nueve, si quieren pueden ir a descansar y bajar luego. Pero si quieren merendar, en la sala principal que es la que está acá a mi derecha, estarán sirviendo lo que quieran tomar. Deberán saber que no se permiten los alimentos en las habitaciones, mi padre es muy estricto con ello y yo igual. Son libres de andar por la mansión, en el patio e incluso en la cocina si quieren que les preparen algo. Habrán habitaciones en las que no podrán entrar, éstas tendrán llave.

—Si dices que somos libres de andar en la mansión, ¿por qué no podemos entrar a esas habitaciones? — uno de los chicos que fue acorralado por Cerbero, comentó aquello.

—Primero y principal, a pesar de que sean mis invitados, no quita el hecho de que sea mi casa. Segundo, este es un lugar viejo, así que hay lugares peligrosos y en remodelación, por ende, podrían lastimarse. Y por último, mis cachorros están entrenados para proteger esta casa y suelen deambular por todos lados. No querrán que los encuentren en una de esas habitaciones, ¿verdad?

—Está bien, si tú lo dices —todos tragaron saliva por lo último mencionado. Esos cachorros eran tan grandes y peludos, y sus dientes eran afilados. Les causaba temor el pensar en toparse con ellos de nuevo.


Luego de eso, cada uno fue a las habitaciones que se le fue asignada. Algunos descansaron y otros, bajaron a merendar.

Así como en la mañana, en la tarde también había una gran mesa repleta de postres y bebidas. La mesa en la cual estaba capacitada para unas veinte o más personas, se rodeaba de unas seis.

La servidumbre ingresaba con vasijas con café, chocolate o té. Otros, llevaban pasteles, galletitas o panes.

Uno de los mozos, estaba dejando una de las tazas caliente de té frente a una de las chicas cuando otra gritó. — ¡Es un fantasma! ¿Quién es él? —ocacionando que el té se derramará sobre la mano del mozo.

𝑫𝒆𝒔𝒄𝒆𝒏𝒅𝒆𝒏𝒄𝒊𝒂 𝒅𝒆 𝑯𝒂𝒅𝒆𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora