Capítulo 1

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       Eran cerca de las 6 pm, las nubes estaban tan negras que opacaban la tarde, parecía como si la noche hubiese llegado, los truenos y relámpagos hacían fuertes estruendos y la intensa lluvia hacían grandes charcas en las calles inundando hasta la acera. En el salón de un hospital se escuchaban los fuertes gritos de una chica en parto, el terrible dolor de las contracciones hacía que las venas de su cabeza se hincharan, su rostro estaba cubierto de tormentosas y rabiosas lágrimas, el deseo de que terminara todo era lo más anhelado para ella. Su pecho había sido invadido por la fatiga por lo que el sudor acariciaba su semblante, el dolor y agotamiento se reflejaba en sus llorosos ojos miel. Desesperada aprieta con todas sus fuerzas la mano que sostenía de la enfermera y con un suspiro profundo acompañado de un fuerte grito que rebotaba en las parades decide acabar con todo. Al pasar unos segundos, un gran alivio se sintió en la sala al escuchar el llorar de la criatura por lo que los suspiros era la música que se escuchaba entre los médicos. Antes de mostrársela a su madre es rápidamente llevada a otra sala, pues había nacido con un color oscuro en los labios y mejillas como si se hubiese quedado sin oxígeno por causa del trabajo de parto.
     A las 6 horas de haberla atendido, la llevan a la sala en la que se encontraba su madre. La dulce y adorable pequeña vestía un hermoso abriguito rosado que dejaban sus diminutas manitas descubiertas, su cuerpecito estaba envuelta en un pañal y de tan solo ver sus buches daban ganas de comérsela a besos y pellizcarlos todo el tiempo. Era la cosita más preciosa y tierna que había en todo el planeta, olía a perfume y talco para bebé, su aromático cabello era sedoso y lacio aunque no tenía mucho.
  Al mostrarla el doctor, su abuela, emocionada pide cargarla primero...

––¡Es preciosa! ––dijo María besándole los cachetes.

   María es su abuela, una señora de 43 años, ya con canas.

––Es tan tierna y adorable, se parece mucho a ti ––dibujó una sonrisa mientras la mecía en sus brazos ––incluso tiene tu misma marca de nacimiento en el tobillo izquierdo. Mírala, carga a tu hija ––la mostró.

    Cuando María fue a darle la pequeña a Silvia, (la madre de la criatura, la cual tiene 18 años) esta se negó a cargarla, volteando la cabeza hacia otro lado...

––¡Te dije que no quería esa bebé! ¡No pienso cargarla ni darle el pecho! ¡Ella merece morir! ––gritó Silvia con mirada seria y voz rabiosa.

––¡Ten mucho cuidado con lo que dices! ¡Yo soy tu madre y ella tu hija! Silvia, todavía no entiendo ¿por qué razón no la quieres? ¡no puedes hacerle eso a tu propia hija! ––la regañó María mostrándole a la pequeña con voz refunfuñona y mirada seria.

––¡No quiero verla, apártala de mí! ––se negó con una mirada fulminante.

––¡Al menos dale un nombre!

––¡Ella no merece un nombre! ¡La llevaré a un orfanato apenas salga de este lugar! ––gritó Silvia enfadada, su voz sonaba tan rencorosa, su mirada reflejaba el odio que sentía hacia la pequeña, un odio inexplicable y absurdo que su madre no podía comprender.

––¡No voy a permitir eso! ¡ella es tu hija y la cuidarás quieras o no! ––exigió poniendo cuidadosamente a la pequeña junto a Silvia ––¿Cómo puede una madre tener odio hacia su propia hija, y más si es una bebé? En verdad no se qué te ha pasado ¡Así no fue como te eduqué!

––¡Apártala, te dije que no quiero verla, no quiero tocarla! ––gruñó Silvia aún más rabiosa sentándose en la cama bruscamente por lo que una punzada se apoderó de su interior dibujando un gesto de dolor.

––¡No se te ocurra levantarte! ––la detuvo rudamente sentándola en la camilla.

––¡Supliqué y te rogué de rodillas para no tener a esta maldita!

Rastros de Amor [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora