La máscara

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Ya se hacía de noche. Afuera era toda una fiesta, las personas de aquí para allá, riendo, bailando, tomando. Alas por todos lados, uñas largas, garras, cuernos. Podías verlos tan diferentes en cuestión de colores, de prendas de ropa, de estilos, pero a la vez tan iguales, tan banales.

Me sumí en la multitud por primera vez desde hace mucho tiempo. Todos los ojos puestos en mí, les agradaba verme.

Bailé, y todos abrieron un circulo para verme. A lo lejos estaba un muchacho, alto, guapo, con dos cuernos que salían de su cabeza, me sonrió, le devolví la sonrisa.

¿Vamos a bailar? Le dije con muecas. Él llegó a donde yo estaba, seguramente se debía de sentir especial por haberlo elegido a él para bailar. No le pregunté su nombre, no me importaba. Un ángel regó gaseosa sobre mí. ¿Sabes lo que hiciste? Le grité, y lo seguí gritando hasta que sus ojos estuvieron a punto de llorar.

Todos se juntaron a mi alrededor, ofreciéndome ayuda, servilletas, trapos sucios. Estaban ahí para mí, sin embargo, los eché con un gesto en la mano. El chico de los cuernos se quedó esperando por mí, yo no volvería.

Subí las escaleras de mi casa, me quité los zapatos y la ropa. Sabía que desde mañana cuando me vieran solo sentirían miedo, que, en vez de ofrecerme ayuda, gritarían al verme, y que tendría que vivir en la oscuridad de nuevo.

Todos pensaron que tenía puesta una muy buena máscara.

Tendría que esperar un año para el próximo Halloween. 

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