Lady Rose-Capítulo 13.5

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La santa, siempre que se dirigía a la cruz, lo hacía en voz muy, muy baja, de modo que nadie pudiera escucharla. Al menos, hasta ese momento.

Todo ocurrió en la periferia de la ciudad, en el lugar más alejado del castillo real. En ese pueblo, en el que la actividad principal era la agricultura, volvió a entrelazar los dedos ante la cruz, con ojos vacíos, sin emoción alguna y temblando como si estuviera a punto de desaparecer. Abrió la boca y comenzó a susurrar para que nadie pudiera oír su plegaria.

—Dios, sé piadoso, Dios, sé piadoso, Dios, sé piadoso… —No dejaba de repetir lo mismo, una y otra vez.

Cuando terminó, una sonrisa amarga apareció en sus labios, era imposible llamar a eso un rezo. Para la santa misma, no era más que una simple confesión.

Cerró los ojos, soltó un profundo suspiro y volvió a abrirlos, llenos de tristeza y desesperación, pero en seguida, esas emociones desaparecieron como si nunca hubiesen estado ahí, no podía permitirse tal debilidad.

—Muchas gracias, Dios, hoy también estoy muy feliz. —No sólo agradeció con sus palabras, sino que también lo hizo con su tono y expresión, como si nunca hubiera existido la amargura de hace unos segundos.

Salió de la iglesia e incómoda por las miradas que le dirigían el pastor y las monjas, quienes no escucharon lo que decía, se subió al carruaje.

Era hora de volver. Regresar al lugar, donde nadie la espera. Allí donde, según ella misma, no pertenece.

De camino, el vehículo pasó al lado de una bellísima ciudadana que desprendía nobleza. Aún así, en ese momento, la santa no miraba por la ventana y la plebeya misma, aunque miraba a la carroza, por la cortina, no fue capaz de ver la cara de la que se encontraba dentro.

A pesar de los esfuerzos del destino, las dos mujeres no se llegaron a conocer y, sin haberse visto siquiera, la una a la otra, siguieron con sus vidas.

LADY ROSE QUIERE SER UNA PLEBEYADonde viven las historias. Descúbrelo ahora