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Una tenue brisa se encargaba de mecer sus cabellos recogidos con el fin de no obstruir la visión. Su rostro estaba despejado, pero eso sólo facilitaba la vista de su ceño fruncido a causa del apuro. Si cierto pelirubio viera esa expresión seguramente le otorgaría un sermón peor que los que le daba a Epel.

Pero ese no era el problema central, no. Su bata de laboratorio no estaba seca, se había pasado horas tratando de bañar a su amigo gatuno y no tuvo tiempo de lavarla con tiempo, mucho menos de dejarla secar bajo la luz del sol. Faltaban alrededor de quince minutos para que su próxima clase comenzara. ¿Qué iba a hacer ahora?

Pensó en pedir una prestada a sus compañeros pertenecientes a grados mayores, pero si los de primer año le doblaban en tamaño los de segundo y tercero seguro vestían carpas en lugar de batas.

El tiempo se acababa.

“—Riddle, por supuesto.” Pensó enseguida. Tal vez le daría una reprimenda por ser tan irresponsable, pero era el único chico que, siendo pequeño, tenía una bata hecha a medida y no pertenecía al primer curso.

Apresuró el paso dispuesta a encontrarlo, chocando con cierto estudiante en el proceso y obligándola a detenerse abruptamente. Parecía haber golpeado una pared, cielos.

Mira por dónde vas, si te haces daño nadie se hará responsable. Pero que bueno que te encuentro.

Esa voz, por supuesto que la reconocía. Pocos vocablos en esa escuela tenían la fuerza suficiente como para provocarle un escalofrío placentero que recorriera su espalda.

Se disculpó enseguida y retomó su andar, el cual no tardó mucho en detenerse de nuevo. La manga de su blusa era sostenida tan solo por tres de los dedos contrarios, pero suficientes para dejarla inmóvil. Giró el rostro, interrogante, encontrando sólo una mancha blanca frente a sus ojos.

Una vez enfocó adecuadamente, se dio cuenta de que se trataba de una bata. La tomó entre sus manos, puesto que era algo evidente que se la extendía para que la agarrara.

Este tipo, Ruggie, me dijo que te vio en la lavandería anoche. Mira que lavar siete horas antes lo que necesitas al día siguiente...Te presta la suya.

Exclamó con marcado desinterés. Al ver que la chica recibía la prenda con desconfianza, aunque a decir verdad, se trataba de sorpresa, un gruñido quedó en su garganta.

—Me habrá despertado para nada si no la usas, te prohíbo ponerte otra. Ugh, como sea, nos vemos.

Dicho aquello, se marchó por donde vino. Aquello... ¿No había sido más amable de lo usual? Por alguna razón y a pesar de no haber entablado una conversación larga antes, Leona le había hablado como si estuviera acostumbrado a hacerlo...

El letargo se esfumó a los segundos gracias a la campana sonando, avisando a quienes todavía deambulaban por los pasillos que las próximas clases estaban a nada de comenzar. Se deslizó entre las pobres almas que llegaban igual de tarde que ella mientras se colocaba la bata de laboratorio, tres minutos para la clase.

Los orbes afilados recorrían los asientos que poco a poco se iban llenando con sus respectivos estudiantes

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Los orbes afilados recorrían los asientos que poco a poco se iban llenando con sus respectivos estudiantes. Solo faltaba alguien.

—¡LLEGUÉ! P-perdón. ¿Puedo pasar?

Examinó a la recién llegada con ligera desaprobación. La peculiar chica de otro mundo jadeaba en el marco de la puerta, pero su coleta permanecía lo más intacta que pudo mantener. Pero un detalle que lo dejó desconcertado fue su principal y esencial protección para las diversas sustancias que manejaban dentro del aula.

El dobladillo no rozaba el suelo pero sí sus tobillos, y sus mangas -aunque cubriendo todo lo que por protocolo debían cumplir- estaban algo arremangadas, dándole un aspecto desaliñado.

“—Es que nadie puede vestirse normal aquí?” Pensó mientras de manera disimulada acomodaba su gran abrigo de piel dudosamente sintética.


No hizo más que asentir y dejar que tomara asiento donde le correspondía, dando inicio a su clase.


La jornada escolar pasó sin más contratiempos, y se había encargado de mantener la prenda ajena en buenas condiciones o terminaría lavando una bata adicional

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La jornada escolar pasó sin más contratiempos, y se había encargado de mantener la prenda ajena en buenas condiciones o terminaría lavando una bata adicional. Sería un ciclo sin fin.

Buscó entre las tantas orejas que se alzaban a lo largo de Savanaclaw. Quería devolver la prenda, ya que no la necesitaría más. Por un instante comenzó a observar a cada estudiante que pasaba junto a ella ¿no era su admirador de ahí, justo? pero rechazó la idea, ni siquiera sabía cómo era.

¿Cuáles eran las probabilidades de toparse con él ese día?

Un silbido respondió a su búsqueda, el chico al que buscaba se encontraba justo en la lavandería, sonrió inconscientemente.

—¡Rugg- Pero se detuvo al percatarse.

Ruggie ya tenía su bata de laboratorio puesta.

𝑻𝒆𝒙𝒕𝒊𝒍𝒆𝒔; 𝑳𝒆𝒐𝒏𝒂 𝑲𝒊𝒏𝒈𝒔𝒄𝒉𝒐𝒍𝒂𝒓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora