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Italia, 1967

Si hay algo que Dante amaba hacer cada mañana era abrir las ventanas.

Desde niño había sentido que su habitación era como su pequeño mundo aparte. Allí todo parecía más lindo, como si nada pudiera herirlo si se encontraba dentro de esas cuatro paredes.
Su habitación era grande, pero no demasiado como para que sintiera sólo. Tenía una gran biblioteca donde guardaba sus libros favoritos -que en realidad eran todos, porque le gustaban todos los libros-. Una guitarra se encontraba colgada en la parte izquierda. Había sido de su tío y éste le había enseñado a tocar cuando era pequeño. Era una de sus actividades favoritas ahora.
También había una planta en una repisa que colgaba. Sus ramas ya estaban demasiado largas, casi alcanzaban el piso. Nunca nadie entendía que obsesión tenía el chico con las plantas. Cada vez que alguien preguntaba, el decía que lo hacían sentir vivo, aunque quizás había otra razón más profunda que no se permitía admitir.
En el centro había una cama. Era grande, Dante amaba pasar tiempo en ella. Su madre siempre lo regañaba diciéndole que no podía "vivir echado", pero el mundo parecía un lugar mejor desde allí. Casi siempre usaba sábanas blancas, y la temperatura del lugar hacia que no  fuera necesario el uso de mantas. Aún que a veces odiaba el calor, éste lo hacía sentir con más ánimos, pero nunca lo admitiria delante de su madre. Siempre peleaban por cual estación era la mejor, y no la dejaría ganar.

Cada mañana, lo primero que hacía al despertar era abrir las ventanas. Como casi siempre en el lugar, el sol brillaba con intensidad, como si no le importara que abajo alguien se quejara porque era muy brillante. Los pájaros hacían su pequeño canto y los árboles parecían bailar con el viento ¿romántico, no?

Se puso sus zapatillas blancas, sus favoritas, y bajo al comedor. Allí su madre se encontraba leyendo el periódico. Como siempre, se veía hermosa. Su largo y suave pelo caía sobre sus hombros, vestía una camisa blanca y un pantalón corto azul. Su mirada se encontraba fija, demasiado absorta en lo que leía para notar que su hijo se encontraba en la misma habitación.

"Buenos días, mamá"
"Buenos días, cariño" contestó ella, poniendo su atención en él.

Caminó hacia la cocina para prepararse un desayuno y pudo ver por la ventana del comedor que su padre se encontraba fumando en el patio. Su ceño fruncido, como si su propia mente le contara una mala noticia.

Dante preparó algo de café y tostadas, que comió tranquilamente mientras pensaba en nada en específico.
¿Qué haría hoy? Vivir en un pequeño pueblo hacia todo parecer muy aburrido, no había muchas opciones. Quizás leería un libro o iría a nadar. Eran vacaciones de verano, por lo que no tenía que preocuparse por nada en específico.

Terminó su desayuno y decidió salir a caminar un poco, no era tan temprano, por lo que quizás encontrara  a alguien o alguna tienda abierta. No se preocupó por agarrar su billetera, simplemente salió con lo que tenía, su ropa. Vestía como la mayoría de jóvenes de 21 años, unos pantalones cortos y una remera básica, nada muy elaborado.

Su pueblo era bonito, tranquilo también. No había demasiadas casas, por lo que se conocían entre todos. Si había algo que enamorada a los visitantes de verano eran los árboles y lo rodeados de naturaleza que estaban. Las flores rodeaban todas las casas, había de todo tipo, pero sus favoritas eran las que abundaban. Margaritas. Había margaritas en cada rincón del pequeño pueblo.

Caminando recordó como su abuela se solía quejar de ellas. No era que odiara las plantas, simplemente que estas salían en su huerta y arruinaban todas las plantaciones. La primera vez que la escuchó quejarse él se levantó y las sacó con delicadeza por miedo a hacerles daño. Juntó todas las flores con sus pequeñas maños de un niño de cinco años y se las llevó a su abuela que pareció haber olvidado el griterío que había armado hace un rato. Ella se sentó con él en el banco del jardín y empezó a trenzar las flores.

El Verano De 1967Donde viven las historias. Descúbrelo ahora