TERCERA PARTE: LA CIUDAD ESMERALDA(Continuacion)

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Hubiese querido contarle a Elphie lo que había visto, pero se contuvo, por razones que no podía enunciar. En cierto sentido, en el equilibrio de sus afectos, él intuía que ella necesitaba una identidad separada de la suya. Si él se convertía a su causa, ella podía alejarse. No quería correr el riesgo. Pero la imagen del Osito golpeado lo perseguía. Abrazó a Elphie con más fuerza, intentando comunicarle una pasión más profunda sin hablar al respecto. Había notado también que, cuando ella estaba nerviosa, era más atrevida en su forma de hacer el amor. Empezó a ser capaz de adivinar cuándo iba a decirle ella que hasta la próxima semana no. Parecía menos contenida, más salaz que de costumbre, quizá como ejercicio de limpieza, antes de desaparecer por unos días. Una mañana, mientras él robaba un poco de la leche de la gata para el café y ella se untaba la piel con aceite, haciendo muecas de dolor por su gran sensibilidad, Elphaba se volvió por encima del suave mármol verde de su hombro y le dijo: —Quince días, amor. Mi precioso, como solía decir mi padre. Necesito quince días a solas. Él sintió una punzada repentina, la premonición de que ella iba a abandonarlo. Conseguir dos semanas de ventaja era su manera de hacerlo. —¡No! —dijo él—. Nada de eso, Fae-Fae. No estoy de acuerdo. Es demasiado tiempo. —Lo necesitamos. No digo tú y yo —aclaró ella—, sino los otros nosotros. Obviamente, no puedo contarte lo que estamos preparando, pero los últimos planes para la campaña del otoño ya casi están listos. Habrá un episodio… No puedo decir nada más… y tengo que estar disponible a toda hora para la red. —¿Un golpe de Estado? —preguntó el—. ¿Un asesinato? ¿Una bomba? ¿Un secuestro? ¿Qué será? No te pido los detalles, sólo dime qué será. —No sólo no puedo decírtelo —replicó ella—, sino que tampoco lo sé. A mí sólo me revelarán mi pequeña parte y eso es lo que haré. Sólo sé que se trata de una maniobra complicada, con un montón de piezas interconectadas. —¿Y tú? ¿Eres el dardo? —dijo él—. ¿El cuchillo? ¿La mecha? Ella le respondió (aunque sin convencerlo demasiado): —Mi corazón, mi cielo, soy demasiado verde para presentarme andando en un lugar público y hacer algo malo. Sería demasiado previsible. Los guardias de seguridad me vigilan como buhos a un ratón. Mi sola presencia hace que suenen las alarmas y aumente la vigilancia. No, no, la parte que me tocará desempeñar será secundaria, una pequeña ayuda en la sombra. —No lo hagas —suplicó él.

—Eres egoísta —replicó ella—, y también cobarde. Te quiero, mi vida, pero cuando protestas por esto, te equivocas. Sólo quieres preservar mi insignificante vida; ni siquiera te has formado un juicio moral sobre la corrección o incorrección de mi actitud. No te estoy pidiendo que lo hagas, ni me preocupa lo que pienses al respecto. Solamente te señalo que tus objeciones son de una debilidad extrema. No hay nada que discutir. Vuelve dentro de dos semanas. —¿Para entonces se habrá llevado a cabo… la acción? ¿Quién lo decide? —Todavía no sé qué será, ni tampoco sé quién lo decide, así que no me lo preguntes. —Fae… —De pronto, ya no le pareció tan bonito su nombre de guerra—. Elphaba, ¿tú sabes quién maneja los hilos que te mueven? ¿Cómo sabes que no es el Mago el que te está manipulando? —¡Eres un novato en esto, pese a tu gran categoría de príncipe tribal! —exclamó ella—. ¿Por qué no iba a darme cuenta si estuviera siendo utilizada por el Mago? ¿Acaso no lo advertí cuando esa arpía de la señora Morrible me estaba manipulando? En Crage Hall aprendí un par de cosas acerca de la prevaricación y la sinceridad. Confía en mí, Fiyero. Recuerda que llevo años en esto. —Pero no sabes decirme con seguridad quién es o no es el jefe. —Mi padre no sabía el nombre de su Dios Innominado —dijo ella, incorporándose para aplicarse aceite en el vientre y entre las piernas, mientras se volvía pudorosamente de espaldas a él—. Nunca importa el quién, ¿verdad?, sino el porqué. —¿Cómo recibes las órdenes? ¿Cómo te dicen lo que tienes que hacer? —Ya sabes que no puedo contártelo. —Sé que puedes. Ella se volvió. —Masajéame los pechos con aceite, anda. —No soy tan estúpidamente masculino, Elphaba. —Sí que lo eres —replicó ella riendo, pero con expresión amorosa—. Ven. Era de día, el viento rugía e incluso sacudía las tablas del suelo. El frío cielo sobre la claraboya era de un extraño azul rosado. Ella dejó caer su timidez como un camisón y, en la mirada líquida que la luz del sol derramaba sobre las viejas tablas, separó las manos, como si en el terror del combate venidero hubiese comprendido por fin que era hermosa. A su manera. El desmoronamiento de su reticencia fue para él mayor motivo de temor que cualquier otra cosa. Cogió un poco de aceite de coco, lo calentó entre las palmas y deslizó las manos como correosos animales de terciopelo sobre sus pequeños pechos sensibles. Los pezones se irguieron y el color se volvió más intenso. Él ya estaba vestido, pero se apretó temerariamente contra sus formas, que opusieron una débil resistencia. Una mano bajó por la espalda y ella se arqueó contra él, gimiendo, aunque quizá esta vez no fuera por deseo. Aun así, la mano de él siguió bajando hasta las nalgas, palpó entre las dos mejillas, halló el lugar donde un músculo tiraba de él tortuosamente, cariñosamente, e intuyó el tenue aguafuerte del vello, que iniciaba su cuadrícula de sombras, su arremolinada marcha hacia el vórtice. Dejó trabajar a su mano inteligente, leyendo en ella los signos de la resistencia. —Tengo cuatro compañeros —dijo Elphaba de pronto, apartándose de él con un movimiento suficientemente amable como para soltarse sin desanimarlo—. ¡Ay, corazón mío, tengo cuatro camaradas! Ellos no saben quién es el jefe de nuestra célula. Todo se hace en la oscuridad, con un conjuro de ocultamiento para distorsionar nuestras voces y cambiar nuestras caras. Si supiera algo

Wicked: Memorias de una bruja mala - Gregory MaguireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora