SEGUNDA PARTE : GUILLIKIN (Continuacion)

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BOQ

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—¡Vamos, sal! —gritaron los chicos—. ¡Sal! Estaban inclinados en el pasillo abovedado que daba al cuarto de Boq; eran un grupo abigarrado, iluminado a contraluz por la lámpara de aceite del estudio del fondo. —Estamos hartos de libros. Vente con nosotros. —No puedo —dijo Boq—. Voy retrasado en teoría del regadío. —¡A la mierda con tu teoría del regadío! ¡Están abiertas las tabernas! —dijo el fornido muchachote gillikinés llamado Avaric—. No vas a mejorar tus notas a esta altura del curso, con los exámenes casi encima y los examinadores también medio borrachos. —No es por las notas —repuso Boq—. Es que todavía no me lo sé. —¡Nos vamos a la taberna, nos vamos a la taberna! —canturrearon algunos de los chicos, que al parecer ya habían empezado a entonarse—. ¡A la mierda con Boq! ¡La cerveza nos espera y ya está a punto! —Decidme a qué taberna vais y puede que os siga dentro de una hora —dijo Boq, recostándose firmemente en el respaldo de la silla y cuidándose de no apoyar los pies sobre el escabel, porque sabía que tal cosa podría incitar a sus camaradas a levantarlo en hombros y llevárselo consigo a una noche de juerga. Su pequenez parecía inspirar ese tipo de fechorías. Con los pies bien apoyados en el suelo, parecía mejor plantado, suponía él. —A la taberna del Jabalí y el Hinojo —respondió Avaric—. Actúa una bruja nueva. Dicen que es fantástica. Una Bruja Kúmbrica. —Ah —dijo Boq, sin convencimiento—. Bueno, id vosotros y miradla bien. Yo iré cuando pueda. Los chicos se marcharon tranquilamente, llamando a la puerta de otros amigos y torciendo a su paso los retratos de antiguos alumnos transformados en augustos benefactores. Avaric se quedó un minuto más junto a la puerta de Boq. —Quizá podríamos deshacernos de algunos de los patanes y formar un grupo selecto para ir a visitar el Club de Filosofía —propuso, tentador—. Podríamos hacerlo más tarde, quiero decir. Después de todo, es fin de semana. —¡Oh, Avaric, ve a darte una ducha fría! —dijo Boq. —Has reconocido que sientes curiosidad. Lo has hecho. ¿Por qué no hacemos entonces algo especial para el final del semestre? —Me arrepiento de haber dicho alguna vez que sentía curiosidad. También siento curiosidad por la muerte, pero te aseguro que no tengo prisa por averiguar nada al respecto. Piérdete, Avaric. Ve a ver si alcanzas a tus amigos. Disfruta de las bufonadas kúmbricas, que por otra parte no serán más que un engaño. Los talentos de las Brujas Kúmbricas desaparecieron hace más de cien años, si es que alguna vez existieron. Avaric se subió el segundo cuello de una prenda que era medio túnica y medio chaqueta, con el

interior forrado de felpa de color rojo oscuro. Contra su elegante cuello bien afeitado, el forro parecía un distintivo de privilegio. Boq se sorprendió una vez más comparándose mentalmente con el apuesto Avaric y quedándose, como siempre, demasiado corto. —¿Qué, Avaric? ¿Te vas? —le espetó, tan impaciente consigo mismo como con su amigo. —Te ha pasado algo —señaló Avaric—. No soy tonto. ¿Cuál es el problema? —No hay ningún problema —contestó Boq. —Dime que me ocupe de mis asuntos, mándame al demonio, dime que me pierda, ¡adelante, dilo!, pero no me digas que no hay ningún problema, porque ni tú mientes tan bien, ni yo soy tan estúpido, aunque sea un gillikinés disoluto y mi nobleza esté en decadencia. Su expresión era amable y, por un momento, Boq estuvo tentado de reconocerlo. Abrió la boca, mientras pensaba en lo que iba a decir; pero cuando las campanas de Ozma Tower dieron la hora, Avaric volvió ligeramente la cabeza. Pese a todas sus muestras de interés, Avaric no estaba del todo con él. Boq cerró la boca, lo pensó un poco más y dijo: —Atribúyelo a la indiferencia de los munchkins, si quieres. Yo no te mentiría, Avaric; jamás le mentiría a un buen amigo como tú. Es sólo que no hay nada que decir. Ahora ve y diviértete. Pero ten cuidado. Estuvo a punto de añadir unas palabras de advertencia acerca del Club de Filosofía, pero se contuvo. Si Avaric estaba suficientemente irritado, las amonestaciones de niñera de Boq podían ser contraproducentes e impulsarlo a acudir a ese lugar. Avaric se adelantó y le dio un beso en cada mejilla y otro en la frente, una costumbre de la clase alta norteña que a Boq siempre le provocaba una profunda incomodidad. Después, con un guiño y un gesto obsceno, se marchó. La habitación de Boq daba a una calleja empedrada, por donde Avaric y sus amigos ya bajaban tumultuosamente. Boq se echó atrás en la ventana, para situarse en la sombra, pero no debería haberse preocupado, porque sus camaradas ya no pensaban en él. Habían llegado a la mitad del período de exámenes y disponían de un par de días libres. Cuando terminaran los exámenes, no quedaría nadie en el campus, excepto los profesores más desorientados y los estudiantes más pobres. Boq ya lo había vivido antes. Aun así, prefería estudiar, antes que rascar viejos manuscritos con un cepillo de piel de teco de cinco pelos, que era para lo que había sido contratado durante todo el verano en la biblioteca de Three Queens. Del otro lado de la callejuela se extendían los muros de piedra azul de unos establos privados, dependencias de alguna mansión situada a varias calles de distancia, en una plaza elegante. Más allá del tejado de los establos, se veían las copas redondas de los árboles frutales del huerto de Crage Hall y, por encima, las iluminadas ventanas ojivales de los dormitorios y las aulas. Cuando las chicas olvidaban correr las cortinas, lo cual sucedía con sorprendente frecuencia, era posible contemplarlas en diferentes fases de desvestimiento. Nunca desnudas de cuerpo entero, desde luego, porque en ese caso Boq habría desviado la mirada o se habría conminado firmemente a hacerlo cuanto antes. Pero los blancos y rosados de los refajos y las camisolas, la complicada ornamentación de los corsés, el frufrú de las enaguas, el palpitar de los corpiños… Cuando menos, era un curso en lencería. Boq, que no tenía hermanas, simplemente miraba. El dormitorio de Crage Hall estaba justo a una distancia que no le permitía reconocer individualmente a las chicas. Y Boq ardía en deseos de volver a ver a la dueña de su corazón.

Wicked: Memorias de una bruja mala - Gregory MaguireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora