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El inframundo es oscuro, lúgubre y muy frío. La muerte aterra a los mortales y le huyen como el mayor de sus temores, cuando Zeus le ganó a Cronos repartió el mundo entre sus dos hermanos, a Poseidón le entregó los mares y océanos, a Ian el inframundo y él se quedó con el olimpo.

Los dioses eran conocidos por no privarse de placeres, y Zeus era el mayor expositor de esto, sus amantes eran incontables, al igual que sus hijos, pero cuando por fin concibió una hija en matrimonio con Deméter la infante fue adorada por su madre.

La llamó Perséfone, muestra de la juventud y belleza, de la pureza divina. Sus rizados cabellos castaños y sus grandes ojos cafés cautivaban a quienes la miraban. Pero su madre sabía lo crueles que eran los hombres, no quería que su única hija corriera con la suerte de encontrarse con un hombre como su padre, alguien que jugara con su corazón y cuerpo y después la desechara.

En su quinceavo cumpleaños Perséfone obtuvo una gran celebración, los dioses fueron a celebrarle con gran regocijo, Cupido, el Dios del amor le regaló una flecha, para que de quien se enamorase le correspondiera, pero Deméter rompió el obsequio, argumentando que su hija era muy joven y hermosa como para conocer de amor. La mujer rechazaba propuestas de matrimonio a cualquier postulante, por más bueno que esté fuera. Y Perséfone comenzaba a cohibirse en un rincón de la sala.

Ian veía la escena desde lo lejos, comiendo frutos del lugar, impresionado por la belleza de su sobrina. En un momento de distracción Cerbero -su perro negro de tres cabezas- se soltó de su látigo y corrió hacia Persefone. Nadie parecía notarlo, así que Ian se vio obligado a intervenir.

Le sorprendió la escena; Cerbero se mostraba como un perrito mimado entre las manos de Persefone, quien lo acariciaba con amor y ternura.

La joven chica, con flores silvestres en su cabello miró a Ian con detenimiento, su postura sombría y gélida contrarrestaba con el lugar, sus vestimentas obscuras al igual que su cabello y ojos mostraban todo lo que su madre le había dicho que estaba mal. Pero tenía curiosidad, sabía que venía del inframundo, y después de conocer nada más que flores y esponjosas nubes quería saber más.

—Es un animal encantador— comentó la joven con alegría y una gran sonrisa

—Es Cerbero, y es una máquina de matar— respondió Ian con media sonrisa

Perséfone soltó una audible carcajada

—Claro, parece un asesino— se mofó la fémina, rascando el mentón del canico al momento que este sacaba la lengua y agitaba sus seis orejas

—Pues tú no pareces alguien agradable, y lo eres

Perséfone sonrió ocultando una risa nerviosa

—Qué curioso, estaba a punto de decir lo mismo

—Este lugar es horrible, no veo nadie sufriendo ni cayendo en una fosa de lava— respondió Ian con una sonrisa

—Apuesto a que estás acostumbrado a lugares más lindos, como el inframundo

—No me quejo, el reino de los muertos es el más grande de todos, le gano a tu padre en extensión, y aun así todos lo alaban a él.

El semblante de la joven cambió por un momento

—¿Y eres igual que mi padre? ¿Tus amores e hijos también le ganan en extensión?— Perséfone soltó al perro

—Pues amo a mi perro, así que te lo confirmo; yo he amado más que tu padre en toda su vida.

Perséfone sonrió levemente ¿Era verdad? ¿Ian era un dios capaz de sentir algo más allá del egoismo?

—¿Y qué dices de los hijos?

—El inframundo no es un lugar para indefensos, además este de aquí — le dio unas palmaditas a Cerbero— es como un hijo, desordena todo en cinco segundos si no se le alimenta

Perséfone sonrió, había escuchado tanto de Ian, el Dios del inframundo, y nada se acercaba a lo que ella descubría.

—¿Y por qué no haces como mi padre? Tú también podrías copular por donde fuera para disfrutar de los placeres carnales.

—Niñita, aprende algo, un consejo del dios de la muerte; la vida es un suspiro, y no existe gratificación en follar solo por el placer de la excitación—tomó el látigo de su perro nuevamente — lo que hace tu padre se llama follar, no evites la palabra, y no se compara en lo más mínimo a amar. Es lo que le da sentido a la vida. Te lo digo yo, que vivo entre muertos.

Ian rió un poco y realizó un chasquido con los dedos, en pocos segundos la corona de ramas y hojas de Persefone se prendió en llamas azules quemando las florecillas en su cabeza

—¡Hay una niña quemándose aquí! — gritó antes de partir, viendo como todos los sirvientes corrían a auxiliar a la joven

INFRAMUNDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora