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Parecía que en el inframundo todo iba en ascenso, cada día, la felicidad de Perséfone era mayor, al tenerla ahí, las frutas del lugar florecían con mayor facilidad, y las arañas tejían gustosas impresionantes vestidos para quien se proclamaba como la reina del inframundo.

Sin embargo las muertes también aumentaban, el invierno había sido la catástrofe más cruel que había visto la humanidad.

Un día un mensajero de Zeus llegó con un mensaje avisándole a su hermano Ian que tenía que devolver a Perséfone, que la humanidad no soportaría otro día en esas condiciones y que todos morirían, y por consecuente ellos también.

—Pero es mía, es mi vida entera, no puedo simplemente dejarla ir— respondió furioso a punto de golpear al mensajero. —Sí Zeus la quiere, lo espero aquí, en el inframundo, probemos si es verdad que los dioses son inmortales— declaró lleno de rabia.

—Ian, no puedes hablar en serio, se destruirían el uno al otro— objetó el mensajero

—Cualquier destino es mejor que la eternidad sin Perséfone

—Sí realmente la amas hay algo que puedes hacer— inquirió — engáñala para que coma una semilla de Granada cultivada en estas tierras, y pasará un mes al año contigo

—¿Esperas que me resigne a sólo tenerla por un mes al año?

—Sí— aceptó el mensajero— es lo que un buen dios haría

Ian se quedó al lado de Cerbero, sopesando sus opciones, "engáñala para que se quede un mes contigo" había dicho, pero no podía, jamás la obligaría a hacer algo contra su voluntad, por ello la menor no había comido nada, porque hasta que ella lo amara y aceptara casarse con él no podía permitir que anclara su destino al inframundo.

—Perséfone— susurró Ian de manera dolorosa acercándose a la joven que jugaba con las almas en pena, quizás era la última vez que decía su nombre —Tú madre está sembrando el caos en los mortales, tú sabes que juramos protegerlos—Perséfone sintió una presión dolorosa en su pecho avecinando una tragedia

—¿Quieres que me valla?

—No— respondió el rey con voz dolida— si comes una semilla de Granada podrás quedarte un mes conmigo

—¿y si como dos?

—Serán dos meses

—¿Y si como doce?

—Aunque nada me gustaría más, no puedo permitirlo, vendí mi alma en favor de la humanidad

—Entonces comeré solo la mitad, comeré seis semillas, y así podré tenerte, y quizás mi corazón soporte la lejanía.- respondió Perséfone acercándose al dios

Ian le ofreció la primera semilla y la chica tragó, las siguientes cinco semillas las tomó por cuenta propia.

Perséfone se despidió de su perro Cerbero con dolor, estaba segura que él nunca entendería su ausencia. Fue por la carroza negra de Ian, pero antes de partir por seis meses, tenía algo que hacer.

Nerviosa se escabulló en la parte que Ian había adaptado su alcoba, se deslizó el vestido hasta quedar desnuda y se escabulló entre las sábanas. Ian siempre decía que ese lugar olía a muerte, pero era mentira, las sábanas olían de manera exquisita; olian a madera de pino y lluvia, olian a una noche estrellada, a una tormenta bestial, olían a estar entre los brazos de Ian. Sonrió ante la idea, nunca antes se había detenido a pensar en que la lluvia, la tormenta y las estrellas en una noche tenías olor, pero a eso olía Ian.

Sintió que alguien la tomaba del tobillo y la jalaba. Había sido descubierta. La mirada de Ian era obscura y penetrante, llena de deseo al ver la impoluta piel de la joven desnuda sobre sus sabanas negras de satín. Su piel palpitante, Ian la envolvió con su cuerpo, acaparando cada parte de ella hasta cubrirla. Besándola con deseo, tiñendo de carmín sus ahora hinchados y húmedos labios, acariciando su piel, envuelto en deseo.

Ian posó su mano sobre la rodilla de Persefone y lentamente subió acariciando su piel llegando hasta su entrepierna, tocando con delicadeza la piel de su feminidad haciéndolo lento y tortuoso, abriendo camino con sus dedos hasta sentir la humedad de la joven y acariciando con suavidad el clítoris de la joven que se encontraba hinchado y sensible.

El rey llevó su dedo medio hasta la entrada de la joven mientras que con su pulgas seguía acariciando a Perséfone quien se encontraba absorta en las sensaciones, se sentía deseada, exigida, quería ser tomada por sus firmes manos.

Ian acercó su boca a los labios de la chica, depositó un suave beso y bajó hasta su cuello saboreando la piel vainilla de la fémina, continuó su recorrido surcando con sus labios por la mitad de su pecho hasta llegar a su pezón derecho, el cual tomó entre sus labios y comenzó a jugar con él, succionándolo y mordiéndolo suavemente mientras que su diestra aún jugaba en su feminidad. Perséfone soltaba suaves gemidos, incapaz de ocultarlos.

Ian siguió bajando, mordió las curvas de la joven, pasó la lengua de manera lenta y húmeda por su feminidad, saboreando a su chica. La joven comenzaba a gemir cada vez más audiblemente, incapaz de controlar sus deseos. El mayor tomó se incorporó, la tomó de la cadera, se retiró toda prenda y de un movimiento fuerte con la cadera, certero y salvaje entró en Perséfone, proclamándola como suya. La joven gimió y se retorció.

Rozaba deliberadamente la línea que dividía el dolor y el placer. Le gustaba. A Persefone le gustaba sentirse llena, saciada, poseída. Cuando el dolor se atenuó, la menor comenzó a moverse deliberadamente, entrando y saliendo del miembro de Ian. Hades la tomó de la cintura y la penetró una vez más con fuerza, saboreando la dulce suavidad que desbordaba. La inocencia que hasta entonces había tomado.

Ian sonrió complacido, la joven se encontraba postrada ante él totalmente necesitada, siendo tomada con deseo. Perséfone se incorporó un poco, levantó la cabeza, suplicando un beso electrizante del mayor, comenzó a gemir audiblemente mientras era embestida.

El cuerpo de la joven había sido cubierto por una ligera capa de sudor, se arqueaba suplicante de más. Y cuando ya no podía pensar, sintió llenarse del líquido caliente de Ian, y tan solo eso fue necesario para sentir su vientre contraerse con un rayo que viajó hasta su pelvis y caer rendida presa del éxtasis.

Ian se dejó caer sobre la menor, dejándole todo su peso, sintiendo como suyas las últimas respiraciones de las que sería testigo de parte de la chico por un largo tiempo.

Cuando Ian devolvió en la carroza negra a Perséfone, su madre ya la esperaba con ansias, la diosa de la agricultura y naturaleza al verla se llenó de felicidad, sus blanquecinos cabellos se tiñeron una vez más de dorado, el invierno por fin terminó y en las parcelas el trigo se hizo presente.

—¡Perséfone!— gritó —Hija mío, te he extrañado tanto— la abrazó con euforia — luces diferente— algo hizo click en su cabeza— por Zeus, dime que no has comido nada

—Lo siento mamá, he comido semillas de Granada.

La mujer palideció —¿Cuantas?

—Seis

—¿Sabes lo que significa? — Preguntó dolida— Tendrás que pasar seis meses al año en el inframundo con Hades

—Lo sé, está bien mamá, él me quiere y cuida mucho de mí.

—las plantas se secarán, y envejecerán conmigo, con mi tristeza por tu partida. Así aseguraré tu regreso. — decretó .






Los seis meses que Perséfone pasaba en el olimpo su corazón de llenaba de espera, por su amado, que sabía que la vigilaba desde el otro lado. Y cuando su corazón más lo anhelaba, susurraba al agua lo mucho que lo amaba, y así la espera se volvía más soportable.

Desde ese día, las estaciones se crearon para los mortales. Las tierras eran fértiles y las cosechas fructuosas cuando Persefone estaba en el olimpo, y cuando tenía que bajar, la tierra se convertía en un lugar desolado, como el corazón de su madre, pero al menos era feliz, porque nunca se había sentido tan viva como en la morada de los muertos, en el inframundo.

Fin. 🧡🍒

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