𝚑 𝚊 𝚙 𝚙 𝚢

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Jungkook definitivamente no era bueno en eso.

Era una gran sorpresa, tomando en cuenta su reputación como chico de oro. Cada cosa que se proponía, la hacía sin mayor problema y humildemente se autocatalogaba como el mejor en absolutamente todo lo que hacía.

¿Cómo entonces podía costarle tanto algo tan sencillo como decorar una galleta?

Jimin a su lado tan solo pudo reír con aquella sutileza típica de él y usando su índice, limpió el rastro de glaseado que de alguna manera había ido ir a parar a la mejilla del más alto ahí.

—Lo aprietas demasiado, Jungkookie. Debes ser más suave. —explicó, calmado. Su voz asimilaba a la que algunas personas usaban al explicarle cosas a niños pequeños, y aquello le hizo resoplar.

Sí, era un año menor que el chico a su lado, pero seguía siendo más alto, detalle que le hacía olvidar algo tan banal como un número.

—Este glaseado está malo. —respondió en cambio, refunfuñando mientras dejaba a un lado el mencionado. Miró sus galletas. Donde se suponía que dibujaría el rostro de la figura de un hombre de gengibre sólo habían distintos borrones de colores, y una gomita pequeña pegada al centro, simulando ser una nariz.

Jimin volvió a reír mientras tomaba la pequeña manga del glaseado entre sus manitos, luego se inclinó sobre la mesa y con una maestría única, dibujó lo que serían los adornos de una galleta con forma de pino navideño. No tardó más de diez segundos, y antes de que el dulce secara, pegó algunos brillos y mostacillas para hacerla más llamativa.

Ésa galleta era tan perfecta como su creador.

Jungkook gruñó y musitó un par de palabras que Jimin no alcanzó a comprender, luego, con su orgullo un poco más abajo de lo acostumbrado, volvió a tomar una manga de glaseado, negándose a dejarse ganar en algo tan sencillo.

A cambio, Jimin sonrió, se inclinó hacia él y presionó un ligero beso sobre su mejilla, haciéndole callar sus maldiciones silenciosas.

—Tú puedes, cariño. Sólo sé más delicado.

Y dicho esto, sin darle la oportunidad a devolverle el beso, se alejó para ir a sacar una nueva tanda de galletas del horno.

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Si había algo que Jimin amaba –además de los dulces, las siestas, las cosas esponjosas, los gatos, las piedras de colores, los suéteres y a su novio–, era la nieve. Era blanca, suavecita, y aunque más de una vez le habían dicho que era antihigiénica, él adoraba la sensación de ésta derritiéndose sobre su lengua.

Y si había algo que Jungkook amaba, era mirar a aquel chico, riendo de aquella forma que ocultaba sus ojitos mientras los copos blancos caían tranquilamente a su alrededor. Con las mejillas y nariz sonrojadas por el frío, el cabello rubio alborotado bajo una gorra roja y suficientes capas de ropa para hacerlo lucir como un osito de peluche, el pelinegro podía jurar que el chico parecía un ángel, y quizás lo era.

Ningún humano normal podría tener un corazón tan puro como el de su novio.

Tan distraído estaba en la mágica vista, que ni se inmutó cuando pequeños dedos enguantados envolvieron su mano y tiraron de ella en dirección a la dichosa plaza donde todo dio inicio. Se dejó llevar, sujetando con más firmeza el enorme bolso que cargaba en su mano libre e intentando no tropezar con su propia torpeza.

El silencio entre ambos siempre era agradable, por lo que no se esforzó en romperlo, y simplemente caminó junto a él, con la mirada al frente esperando llegar al dichoso lugar.

Un peso por un beso [Kookmin OS] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora