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Omaha, 28 de mayo del 2017

23 : 17 pm

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~ Ben Hascom toma una copa ~

Si uno hubiera querido, en esa noche encontrarse con el hombre al que la revista Time consideraba "tal vez la mayor promesa entre los jóvenes arquitectos norteamericanos", tendría que haber llegado al clásico bar de carretera por la salida de Swedhold: En donde caminando hacia el mostrador, uno habría encontrado al hombre: musculoso, quemado por el sol, vestido con una camisa de cambray, vaqueros desteñidos y polvorientas botas de ingeniero. Tenía leves patas de gallo alrededor de los ojos. Tenía 40 años, pero aparentaba diez menos.

— Hola, señor Hanscom –dijo Ricky Lee, poniendo una servilleta de papel en el mostrador mientras Ben se sentaba.

Ricky Lee parecía algo sorprendido. Hasta entonces, nunca había visto a Hanscom en La Rueda un día de semana. Esperaba siempre la llegada de ben Hanscom los viernes y sábados por la noche, porque con el correr de los años había aprendido que podía contar con su presencia allí. El señor Hanscom podía estar construyendo un rascacielos en Nueva York o una galería comercial en Salt Lake City. Pero llegado el viernes por la noche, la puerta que daba al aparcamiento se abriría, entre las ocho y las nueve y media, para darle paso, como si viviera apenas al otro lado de la ciudad y hubiera decidido pasar por allí porque no había nada en la tele. Tenía avión propio y un aeródromo particular en su granja de Junkins.

Siempre llegaba solo, siempre se sentaba en la barra y siempre se marchaba tal como había venido, aunque bien sabía Dios, que, en esa parte de Nebraska, había muchas mujeres que habrían dado cualquier cosa por follar con él hasta dejarlo seco. A lo mejor es gay, había sugerido una mujer. Ricky le echó una breve mirada apreciando su cuidadoso peinado, sus ropas hechas a medida, sus pendientes de brillantes, la expresión de sus ojos, y comprendió que venía probablemente de Nueva York. No, había contestado, el señor Hanscom no era ningún marica. Pensó decirle: Creo que es el hombre más solitario que he visto en mi vida, pero no iba a decir una cosa así a esa neoyorquina que lo miraba como si él fuera un ejemplar raro y divertido.

Esa noche, el señor Hanscom parecía algo pálido, algo distraído.

— Hola, Ricky Lee –dijo, sentándose mientras miraba sus manos.

Ricky Lee se dijo que probablemente el señor Hanscom tenía un poco de ese miedo que sienten los actores al salir al escenario. Sacó una jarra para cerveza y la colocó debajo del grifo.

BLIND LOVE Chapter 2 (Ben Hanscom)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora