𝕊 𝕌 𝔼 Ñ 𝕆 𝕊

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Oscuridad. Silencio. Dolor. Mucho dolor.

Era lo único destacable al abrir los ojos. Sentía su cuerpo cortado y quemado, pero cuando tomó fuerzas para levantarse de la cama, la espina dorsal se le erizó al tocar el gélido suelo. Acostumbró su vista a la oscuridad y comenzó a caminar con temor en busca de algo, lo que sea; sin embargo, no había nada por reconocer, nada por oír, nada por sentir.

Silencio. Brisa. Pisadas... ¿Pisadas? 

Algo grande, pesado y fuerte. Era un ruido lejano. Centró su atención en aquel sonido, pues ahora estaba acompañado de unos extraños quejidos. Dirigió su camino en esa dirección, tal vez alguien podría ayudarle, tal vez a alguien podría ayudar.

Se acercaba. Más cerca. Entonces, algo.

A la distancia, una enorme esfera de luz. De repente, fueron dos, dos grandes esferas de una cegadora luz. Se acercó precavidamente con la esperanza de encontrar respuestas. Entonces, los quejidos aumentaron su volumen.

Luz. Brisa... Alto.

Algo andaba mal. Más esferas salieron alrededor de esas dos, unas más arriba, otras más abajo. Ocurrió tan rápido que no logró darse cuenta a tiempo que aquellas figuras flotantes y luminosas no eran esferas, eran ojos, ojos de todos los tamaños posibles enfocándose en lo más profundo de su ser. De la oscuridad, andando a cuatro patas, emergió una criatura de un tamaño colosal. Hórrido.

Brisa. Respiración. Corre.

Aquello rugió moviéndose bruscamente en su dirección. Sus piernas corrieron tan rápido que dejaron de sentir la frialdad del suelo, el dolor de su cuerpo; entonces ya tampoco sentía sus pulmones y la oscuridad era lo único que tenía presente.

Miedo. Pisadas. ¡Cuidado!

En un impulso de mirar hacia atrás, sus piernas le fallaron haciéndole resbalar. Frente a sí, ojos, innumerables ojos acompañados de una repulsiva boca llena de afilados dientes que se abalanzaron sobre su rostro. Ya no había vuelta atrás. Sus ojos lagrimearon y, de sus adentros, salió un último grito de impotencia. Entonces, despertó.

      

—¡Alan! —dijo para sí otro muchacho abriendo la puerta de la habitación—. Tranquilo, fue sólo una pesadilla.

          Alan, el más joven, se incorporó despacio, temblando y sollozando en silencio. El otro se le acercó preocupado sentándose a su lado, afortunadamente, ya no mojaba la cama. Alan tomó el puente de su nariz y se echó hacia adelante pues había comenzado a sangrar.

          —¿Cómo te sientes? —preguntó el mayor pasándole un pedazo de papel.

          —Igual que siempre que me duermo —quejumbroso Alan movió sus manos, una limpiando sus lágrimas y la otra su nariz—. Siempre es lo mismo, Alex. Siempre.

          —Yo nomás te recuerdo que no falta mucho para ¡tu primer día de escuela! —habló Alexander, emocionado.

           Alan lo miró con los ojos muy abiertos apretando los labios. Lentamente dejó el papel teñido de rojo a un lado y estiró su cuerpo con cuidado, el sangrado se había detenido.

          —Eeeh, ¿falta mucho para irnos?

          —No mucho. Igual papá está terminando de guardar unas cosas, todavía tienes tiempo —Alexander echó hacia atrás su cabello rubio con la punta de los dedos y se levantó dirigiéndose a la puerta ocultando su rostro pensativo.

You Are My Soul: άλφαDonde viven las historias. Descúbrelo ahora