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«5:30 a.m.»: la alarma sonó. No era como si la necesitara para despertar, pero sí para recordarse que debía alistarse para su extraordinario primer día de escuela. Qué emocionante... Después de lo que le había sucedido hacía sólo una hora atrás, Alan no terminaba de procesar la situación. Frotó ambas manos en su rostro, quejándose. Suspiró nervioso y confundido quitando la alarma del celular poniéndose manos a la obra.

          Sacó su ropa interior favorita: un bóxer rojo con rayas negras, y tomó la bata de baño. Mientras caminaba por el pequeño pasillo, dio un vistazo a la recámara de su hermano, Alexander yacía profundamente dormido. Alan rio por lo bajo al pensar que si metía a su hermano en un costal podría pasar perfectamente por un costal de papas y nadie se daría cuenta... ¿Pero por qué lo metería en un costal?

          Una vez desvestido en el baño se metió en la ducha. Le gustaba el agua tibia incluso en los climas más calurosos, pues le permitía relajarse y pensar con claridad.

          —No. Pensar es lo que menos necesito.
  
 

«5:46 a.m.». Al untar la crema corporal toqueteaba las diferentes texturas de sus cicatrices, destacando entre ellas, una quemadura en su costado derecho. Secó su cabello, aplicó desodorante y reprodujo en un volumen bajo el álbum One-X de Three Days Grace, siguiendo el ritmo de la música, bailando y cantando, el chico empezó a vestirse. Mientras abotonaba la camisa agradeció que el color blanco no hiciera notorias las cicatrices debajo en su torso.

          Alan no era alguien vanidoso, sin embargo no pudo evitar pensar que se veía realmente bien con el uniforme escolar puesto. Un ajustado pantalón azul marino con delgadas rayas rojas y blancas, una camisa de gala con manga larga acompañada de una corbata azul marino y un suéter del mismo color.

          —Tiene mucho azul —claro que lo tiene—. Parezco un pitufo.

          Entonces escuchó, desde la otra habitación, cómo una alarma tan ruidosa como el llanto de un bebé era apagada acompañada de unos quejidos reconocibles.

          —¡¡WAAAAAAAAA!!

          Alan rio. Sabía que, finalmente, su hermano había despertado. Alexander se levantó dando tumbos y cerró la puerta comenzando a arreglarse. Marco también se despertó pero, a diferencia de su primogénito, decidió moverse en silencio caminando discretamente al pasillo asegurándose de que Alan estuviera en casa.
 
 
«6:05 a.m.». Alan arregló su lacio cabello, mas una sensación de inseguridad lo inundó, sabía que sus ojos escarlata estarían a la vista de todos, pues contrario a las cicatrices, no podía hacer nada para ocultarlos. Por un momento se vio tentado a llevar gafas de sol, pero retuvo el impulso recordando que no podía llevar accesorios. Guardó todo lo que había utilizado y se colocó los zapatos dirigiéndose al baño. Su padre y hermano abrieron sus puertas en una extraña sincronía.

          —Buen día —saludó Marco ajustándose la corbata.

          —Buenos días —Alan colocó pasta dental sobre su cepillo.

          —Hola... —Alexander se tallaba los ojos intentando terminar de despertar.

          El moreno regresó a su habitación, revisando una vez más la hora en su celular: «6:23 a.m.». Adornó su tobillo izquierdo con una delgada pulsera negra idéntica a la de su padre y hermano escondiéndola bien debajo del pantalón.

          Se perfumó y tomó la mochila dispuesto a seguir su camino, mas algo dentro de él le hizo mirar aquel cuadro sobre la cajonera al lado de su cama. Tomándolo con ambas manos, un gesto de preocupación se formó en su rostro.

You Are My Soul: άλφαDonde viven las historias. Descúbrelo ahora