Capítulo 3.

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 Se escuchaba el fritar de las papas, y el chistear del tocino, olía a panqueques y todo fluía en completa armonía. Ya nuestro, aparentemente curado, malhechor se hallaba cocinando, y el menor esperando en la isla de la cocina, se hallaba con una fiel sonrisa en su rostro, se le veía bastante entusiasta.

- Provecho.- Dijo colocando ante su acompañante, un plato con papitas, tocino y panqueques bañados en miel.

- Se ve delicioso, ¿Todo esto es para mí?- preguntó con los ojos como platos.

- Así es, por lo que quiero que no dejes ni una migaja- le guiñó un ojo en complicidad mientras se servía en otro plato.

- ¡Está exquisito!-Dijo con notorio sonrojo.

- Me alegro de que te guste.

Tras degustar aquel manjar, un poco pesado para la hora, a mí pensar. Somnolientos fueron a parar, pues sus estómagos sentían una clara presión digna de la sensación de querer estallar; cuando una conversación profunda, incitada por la ebriedad que les otorgaba Morfeo se empezó a desarrollar:

- ¿Cómo le haces?-preguntó nuestro malhechor.

- ¿De qué hablas?

- ¿Cómo le haces para ver el mundo a través de una mirilla?- inquirió nuevamente.

- No hay más mundo después de lo que la mirilla me deja ver, eso es lo que siempre ha dicho la señora.

- Claro que no, hay mucho más mundo que solo un pasillo donde suelen circular de vez en vez personas. Hay hombres y mujeres hermosas, con rostros sonrientes, amargados o tristes. Atardeceres en lugares pacíficos, playas con mareas altas, bosques frondosos; y sobre todo: Ruido. Ruido de gente viva.

- ¿Existen más personas que nosotros?- Dijo con sus ojos saliéndose de sus órbitas, y con las manos en su cabello; su expresión de terror le causaba dolor a quien le acompañaba.

- Por supuesto; algunos son malos, otros son buenos, pero tú serás quien decida a cuál categoría pertenezcan los demás porque el bien y el mal lo creamos nosotros.

- La señora dice que no hay más personas, y que de haberlo serían como ella o peores que ella- Su mirada bajó y su labio tembló- N-no quiero conocer a más nadie, la señora nunca dijo que existiera alguien más; no debe ser verdad lo que dices.

- ¿Y entonces, cómo explicas que yo esté aquí contigo?- Le tomó el rostro con dulzura.

- T-Tú debes ser una ilusión. Sí eso debes ser- Dijo levantándose y caminando en círculos-, de seguro es otra de las ilusiones que me dan por los caramelos que me da la señora, eso debe ser, así que tú- le señaló- no eres real, y por ende te pido que te vayas.- se agachó hasta tener su rostro frente al otro, quien ya empezaba a verle con temor.

- Te equivocas, sí soy real. Tengo 24 años, una hermana y padres que me esperan en casa.- Una música clásica empezó a sonar de fondo.

- Nah, si no te quieres ir por las buenas, te haré desaparecer.

- ¿A qué te refieres?-Le vio con temor.

El aura del pequeño había cambiado, ya no era risueño como segundos atrás; la sonrisa tierna ya se había fugado de su rostro, ahora sus ojos se ceñían sobre el cuerpo de su acompañante, le veía con furia, con escepticismo, e incluso... con lo que parecía ser desdén.

Ahora el malhechor se hallaba en el suelo, donde anteriormente ambos reposaban, pero su acompañante, llevaba ya rato merodeando cual fiera a su presa. Cuando se dispuso a actuar saltó sobre el cuerpo del maleante, posando sus manos en el cuello del otro presionó con una fuerza sobre humana para tan mala condición física que aparentaba tener; sin embargo nuestro malhechor pateándole logró quitarle de encima, corrió hasta uno de los cuartos, y cerrando la puerta el pequeño se dispuso a golpearla sin cesar, los golpes cada vez se hacían más fuertes, hasta que de forma abrupta se detuvieron.

Nuestro malhechor se dispuso entonces a encender la luz, y una vez más soltó una expresión de horror, cuerpos guindaban en un clóset, todos eran cuerpos de niños, unos altos otros bajos pero todos estaban desnudos, desnutridos y con marcas en sus cuerpos; y una marca en particular se repetía en todos y cada uno de ellos: Eran dos largas cortadas en los Omóplatos, como si de ángeles desterrados se tratase.

La puerta se abrió de golpe, el pequeño llevaba un cuchillo de mango corto y larga hojilla, el metal brillaba por el reflejo del bombillo sobre sus cabezas. El ambiente tentaba pintar las paredes blancas de rojo, como en algún momento Alicia pintó las rosas blancas.

El pequeño corrió con el cuchillo sobre su cabeza para impactarlo en el ojo de nuestro maleante, pero a diferencia de lo que pasaríamos, quien se veía bajo el ataque del pequeño, se movió con extrema ligereza, arrebató el arma de las manos del pequeño y en una danza se posicionó detrás del que anteriormente le atacaba y con ahora el filo contra su cuello, se hallaba gélido.

- Te dije que no éramos los únicos en el planeta, mira lo que ha hecho tú señora. ¡Mira las maldades que hace el demonio que tratas como madre! A quien tú fielmente haces caso. ¿¡Qué te dice que tú no serás el próximo!?- Exclamó el malhechor mostrándole los daños que había hecho "La señora."

- ¡Cállate!- Gritó zafándose de un golpe.

El malhechor lanzó el cuchillo con destreza y atinó al pie del pequeño clavándolo así al suelo, el pequeño soltó grito desgarrador, pero a quien anteriormente le daría pena o dolor ver al pequeño sufrir, ahora le veía como algo insignificante, pues ni como a un humano le veía.

Una botella de vidrio con un líquido verde reposaba en el tocador de la habitación, tomándolo y detallándolo prosiguió a mostrárselo al pequeño.

- Bébelo.

Le dijo sin más y el pequeño no se inmutó. Lo que le hizo molestar a nuestro malhechor quien rajó la mejilla de nuestro pequeño ángel de una sola cortada. Lloró.

- ¡Te dije que lo bebas!- Gritó.

Y sin más bebió todo de un solo trago. Su garganta dolió, su esófago quemaba, su cuerpo completo ardía, gritaba y gritaba pidiendo ayuda, pero nadie le escucharía; esa habitación tenía paredes aislantes.

- Si hubieras sido inteligente antes de que yo hubiera llegado, te hubieras largado cuando la señora se iba de viaje. Pero te dispusiste a ver el mundo a través de tu puerta, porque eso te había dicho ella. Y ahora no conoces a nadie que te salve y confiaste en mi con tanta facilidad.- soltó una carcajada- Ay pequeño, tan ingenuo, incluso teniendo tan mala dueña, porque eso eres. Una mascota, pero ya no más, volarás alto ya verás.

El pequeño tras escuchar esas palabras, cayó en un profundo letargo, donde veía absoluta negrura y sentía paz como con los caramelos que antes comía. Pero quien veía su cuerpo no sentía más que asco, sus órganos blandos se habían desintegrado al igual que la piel que los cubría.

Nuestro maleante se fue sin levantar sospecha, con el cuerpo curado y la pansa satisfecha. Al día siguiente alguien que cruzaba por ese pasillo, llamó a la policía con terror pues había encontrado que ratas se hallaban comiendo lo que quedaba del pequeño en el suelo.

Al llegar los forenses dieron el veredicto de la causa de muerte del pequeño:

Muerte por ingesta de Ácido fluoroantimónico.

El mundo a través de la mirilla.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora