—¡Hiccup, Hiccup... —los gritos de todas estas quinceañeras y veteranas bajo la plataforma me encantan. Tal vez más de lo que debería.
Comienzo a sacarme la camisa con la vista puesta en mi objetivo de esta noche.
No se parece en nada a mi muñeca excepto por el color de su cabello y ojos, pero es una mujer prohibida y no me saca los ojos de encima. Cada vez que una prenda cae de mi cuerpo al suelo, sonrío y ella me devuelve el gesto mientras se deshace de su anillo guardándolo en el bolso.
Las otras mujeres siguen gritando, solo que no necesito a nadie más por esta noche.
[...]
—Astrid... —musito entrando a la habitación, enviando un mensaje anónimo e importante.
—¿Qué? —La mujer de nombre Kate, parece quejarse y querer una explicación, solo que olvida todo esto en el momento que alzo sus pies del suelo y camino hacia la pared cerca de la cama.
—As... —Continúo. De nada sirve decir su nombre mientras beso a otra mujer; y mientras imagino que se trata de Astrid todo el tiempo, camino con prisa hacia la cama.
Sonrío de soslayo por la forma tan irracional en la que Kate comienza a morder mi cuello y a bajarme los pantalones. Eso me hace pensar en lo fatal que debe de ir su matrimonio.
[...]
—¿Me perdonas? —Musito. Con cada siguiente arremetida repito la pregunta esperando una respuesta... No... esperando “la” respuesta. Una que sé que no llegará y aun así me incita a continuar—: Di que me perdonas; dilo... —jadeo. Kate gime y araña mi espalda con fuerza.
Momentáneamente entierro los dedos en su cabello, entierro la cabeza en su cuello y me entierro más en ella.
—Di que me perdonas As... Dilo. Por favor...
—¡Bueno, ya está bien! —Harta, Kate empuja mis caderas con sus piernas y se separa de mí—... ¡Creía que... ¡¿Creía que me querías en tu cama esta noche?! ¡A mí, no a esa tal... Astrid como se llame!... ¡¿Quién es?! —brama y se cubre con las sábanas. Entonces yo río antes de indicar:
Astrid es... —me cubro con las sábanas también—. Realmente no sé como describirla, pero si tuviese que hacer una comparación... estarían más que separadas. Digamos que entre, el cielo y el infierno.
—... Entonces, ¿por qué me trajiste aquí? —Inquiere señalando la habitación del motel.
—Hago un mohín desinteresado. —Estoy aburrido. Solo, necesitaba que me golpeasen un poco —Río.
La confusa expresión de Kate se transforma en sorpresa, al ver a su esposo entrar por la puerta de la habitación. Este la ve casi con los ojos sobre las baldosas. Kate suelta el cliché: «No es lo que parece», y en pocos segundos siento el puño de un cornudo estrellándose contra mi cara.
—¡Daniel... ¡Daniel, p-para... —grita la mujer. Desesperada intenta aferrarse a los brazos de su marido, pero este último la aparta como si nada y continúa golpeándome. —¡Él no tiene la culpa! ¡Fui yo quién... —Sin duda ese comentario me hizo reír, sobre todo cuando suelto:
Incluso después de tratarte como la mierda, ¿sigues queriendo protegerme? —Llevo los ojos hacia Daniel, el cual intenta matarme con la mirada aferrado a mi mandíbula con los puños. —Yo tengo la culpa... —musito sobre su rostro—. Tengo la culpa de haberla hecho gozar estos últimos quince minutos. Tengo la culpa de haberla oído gemir mi nombre. Tengo la culpa de...
—¡Daniel! —Antes de que pueda terminar, el mencionado me interrumpe cruzando mi cara.
Golpea mi nariz con fuerza. De verdad; incluso sentí como mi cerebro se agitaba dentro de mi cabeza. Incluso creo que algo debió desconectarse puesto que solo comencé a reír como un histérico. Un total imbécil que necesita a gritos un trasplante de corazón.
—¡Lo voy a matar, lo voy a matar... —repetía a través de cada golpe. Esto era lo que quería, sonreír como un idiota mientras comenzaba a perder el conocimiento. Solo... Solo no contaba con que sonara mi teléfono. Más bien no esperaba leer ese nombre en la pantalla:
... ¿Astrid?...