0. Redemption

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_ ¡Ayuda!, ¡no pueden hacerlo, no pueden llevársela!

En medio de forcejeos vivaces y alaridos de angustia. El terror desencadenado bajo la discreta mirada de la luna, luciendo tan brillante aquella noche. Casi tan brillante como las brazas de fuego ardiente y asfixiante que consumía las antorchas que portaban sus asaltantes.

Cinco hombres robustos atacaron con fiereza. Una mujer indefensa era sujetada por los brazos, los hombres torciéndole las muñecas y amordazándola, causándole severas  contusiones por la brutalidad de sus acciones.

Los fornidos sujetos vestían trajes relucientes con el distintivo de la guardia real, tres de ellos se encargaron de arremeter contra un pobre hombre, quien evitaría a toda costa que se la llevaran.

Un par de golpes en la cabeza con la empuñadura de una espada, ultrajando su cuerpo con repetidas patadas en medio de las las costillas, en el rostro y regadas por todo el cuerpo del anciano fueron suficientes para dejarlo inmóvil y al borde de la muerte, tendido en el verde suelo boscoso, en medio de un charco de su propia sangre.

_ ¡No! ¡Por favor!

La mujer rogaba entre sollozos mientras observaba cómo dejaban inconsciente a su defensor, como una bolsa de carne después de haberlo masacrado brutalmente, mientras se la llevaban a ella.

Una chispa de fuego fue suficiente para dejar la hierba al rojo vivo. El olor metálico de la sangre, sumado al olor del combustible y el vegetal podrido bajo sus pies. Las  cenizas que recorrieron el espacio con ayuda de una brisa nocturna helada, de un color naranja encendido, reflejado en los ojos inocentes de un chiquillo asustado, que sólo podía observar a lo lejos.

Presa del pánico, la incomprensión y el terror absoluto que recorrían su cuerpo de pies a cabeza, haciéndole temblar. Sus dulces mejillas regordetas empapadas por lágrimas saladas que le nublaban la visión.

Él sabía que no debía abandonar su escondite. Por mucho que quisiera, no podía hacer nada. Su padre se lo había ordenado y aún podía escuchar el eco del tono severo usado por el hombre canoso al momento de ordenarle quedarse ahí pase lo que pase. Además, ¿qué podía hacer un pequeño de diez años contra la fuerza bruta de cinco hombres en pleno apogeo de su juventud.

Nada. Si llegaban a capturarlo no serviría de nada.

Oculto en medio de la yerba y la prominente vegetación. Un par de sacos de abono y heno evitaban que su posición fuera descubierta. Abrazando un viejo muñeco de trapo con fuerza, como si de su vida se tratase, como si éste pudiera de un momento a otro cobrar vida y protegerlo.

Observó cómo todo delante de sus ojos comenzaba a arder, tornándose de una gama viva de colores rojos y naranjados de un tono similar al de su brillante cabellera rosa.

Era testigo de cómo todo se desvanecía de forma cruel. Testigo de cómo le arrebataron todo en sólo una noche. No se lo tenia merecido y era de lo único que estaba seguro.

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_ ¿Por qué no lo consultaste conmigo antes? Esto es insano ¡Maldición!, ¡es una completa locura!

Un joven robusto y de hombros anchos, cabellera castaña tirada a caramelo, caminaba perdido y sin rumbo al igual que sus pensamientos, en busca de lo poco de sentido común y cordura que le quedaban en ese momento. Todo había sido tan repentino, era un caos, una completa locura.

El simple hecho de pensarlo le revolvía las entrañas, era repugnante, era insano, salvaje e inhumano.

_ Los hombres de la corte ya tomaron una decisión, ésta fue unánime... Mi señor, su sentencia era inevitable.

Respondió un hombre bajito de rasgos asiáticos. Su voz era profunda y severa y lo que más irritaba al castaño, parecía aceptarlo todo con absoluta calma sin ni una pizca de remordimiento ¿Si quiera a aquel hombre le quedaba algo de conciencia aún?

_ ¿Inevitable, dices? Ella no ha cometido ningún pecado, ella jamás lastimó a nadie. La decisión fue apresurada y sin justificación ¡Piensas que voy a quedarme callado!

Lo encaró con los ojos desbordantes de rabia y dolor. Estaba tan fuera de sus casillas que los ojos parecían estar a punto de salírsele de las cuencas. Las venas del cuello y frente marcadas, sentía su sangre hervir y el corazón luchar por salírsele del pecho.

El hombre bajito por el contrario, permanecía en total calma.

_ Mi señor, la reina...

El muchacho lo interrumpió golpeando la superficie próxima de un escritorio de madera vieja, haciéndola crujir bajo sus puños apretados, sus nudillos casi perdían todo el color debido a la fuerza con la que apretó los puños. Parecía un total maniático, un desquiciado sin control de sus impulsos.

_ ¡Es mi hermana de quien estás hablando! ¡Van a asesinarla a sangre fría allá abajo!

No había nada que podía hacer, el hombre en frente suyo se quedó callado. Entonces, la silueta de un hombre alto de cabello rubio cobrizo hizo acto de presencia, parándose erguido en el umbral de la puerta, llamando la atención de ambos presentes y se dirigió al mayor de todos en la habitación.

_ Por favor necesito que me dejes a solas con él.

El hombre nada más asintió para retirarse, no sin antes despedirse con una reverencia, dejándolos a ambos a solas. Fue entonces que el castaño se apresuró en lanzarse directo a los brazos del rubio, siendo acogido por el calor de un abrazo reconfortante. Sintiéndose seguro entre sus fuertes brazos.

_ Esto no puede estar pasando.

Murmuró con la voz rota el de mayor edad. Estaba listo para desmoronarse entre los brazos de su acompañante.

El rubio se limitó a apretarlo contra su cuerpo con mayor fuerza, pero sin llegar a lastimarlo. En ese momento debía ser fuerte por él, debía ser su pilar, su soporte.

_ Seokjin, no puedo hacer nada.

Y por más doloroso que fuera debía aceptarlo, era la cruda realidad. Los ojos del mayor se aguaron, no quedaba nada por hacer.

El más joven lo sostuvo contra su pecho, tomando una de sus manos para dejar suaves besos en sus nudillos, tratando de tranquilizarlo, pero sabía que cualquier esfuerzo sería en vano. Nada podía reparar el daño ya hecho.

Nada podría borrar la cicatriz, no una tan profunda como la que dejaría la pérdida de la mayor entre los hermanos de la familia Kim.

Kim Seoji, la actual reina, sería sentenciada y condenada a muerte esa misma noche.


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