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Era increíble el poder que fluía de su cuerpo, era como una sensación irreal.

Incluso si antes había tenido poder, siendo proclamado el Príncipe de los Ángeles, no era nada parecido a lo que ahora mismo estaba sintiendo.

Amargo, dulce y salado.

¿Porqué escoger sabores para sus sensaciones? Amargo, en su alma puritana aún rondaba la imagen de aquel ser todopoderoso que le miraba con desprecio.

Dulce, oh, que amable sensación, le recordaba a los regordetes labios de su amado, la única pero dulce vez que pudo probarlos.

Salado... Era como si pusieran sal a las heridas, ¿Han oído ese dicho? Pues, así se siente, ahora estar portando una armadura negra y en su cabeza una corona con los más finos y preciosos diamantes negros y rojos, se sentía salado y como un dolor a su corazón.

Pero todo, todo lo volvería a hacer por él.

Por su hermoso Gulf.

Ahora, le observaba desde una distancia prudente, claramente estaba utilizando el ser invisible al ojo humano.

El adorable moreno parecía bailar entre el montón de libros que leía, dulce y sutilmente se movía entre ellos, encantado de tanto conocimiento.

Adorable.

Una bata blanca en su cuerpo daba la respuesta, estudiaba para ser un médico, porque en su alma sabía que estaba para sanar y hacer feliz.

Mew, le sonreía, incluso si se sentía un poco incómodo al ver como algunos compañeros de Gulf le hablaban con una sonrisa o lo tocaban con confianza, le sonreía.

Porque añoraba con su alma él poder hacer lo mismo, tocarlo, hablarle al oído provocando las risas nasales y sinceras del menor, sonrojando su rostro acanelado y abrazarlo con propiedad; Ya le había abrazado, pero él no lo sintió, no como él.

Más bien como una suave brisa tranquilizadora, cuando era un ángel.

Ahora que era un demonio, ¿cómo le sentiría? ¿Cómo una ráfaga de fuego a su cuerpo? No, él nunca le haría daño a ese adorable chiquillo.

Por eso sus manos estaban envueltas en unos guantes negros, porque tenía miedo de tocarlo y dañarle, era tan puro que seguro su alma rechazaría la suya, ahora era sucio y era algo negativo.

Suspiró, estaba dispuesto a emprender el vuelo cuando él volteó a mirarle.

Se quedó pasmado, ¿Le estaba viendo? ¿Era real?

Seguramente estaba viendo a alguien detrás de él, ¿cierto?

Con titubeo miró por sobre su hombro, pero no, detrás de si sólo una pila interminable de libros estaba descansando.

Pudo sentir el escalofrío recorrerle por todo el cuerpo, con miedo y a la vez emoción, ¿podía verle de verdad?

— No tengo idea de porqué estás así ahora, pero... Te sienta bien.– le mencionó.

Mew abrió la boca unos segundos pero de ella sólo un sonido de afirmación llegó hasta los oídos del castaño, que sonrió al ver al pobre demonio sonrojado hasta las orejas.

Sí, Gulf podía verlo porque al final de cuentas no era un humano, por lo menos no por completo.

¿Semi Dios? se podría decir que sí.

— Volveré, en un par de días, si no te incómoda.– dijo.

Gulf negó — Por supuesto que no, llevas años a mi lado y aunque fingí no verte por miedo, de todas formas eres parte de mi vida.–

Una asombrosa sensación de amor se extendió por todo su cuerpo, iniciando a la altura de su corazón y terminando hasta la punta de su corona, la cual marcaba ser Príncipe de los infiernos.

— Haz cambiado mi vida más de lo que puedes imaginar, mi señor.– con formalidad, se inclinó hacía él y con una estela negra, se fue.

— ¡Gulf! ¿A quien le hablas, amigo?– el brazo de Mild lo rodeó del cuello al tiempo que miraba desaparecer al chico.

— Con nadie, Mild, ¿continuamos?– le sonrió.
































Mean podía ser un poco tonto y despistado, según palabras de su esposo, Plan.

Pero nunca, escuchen, nunca, será un tarado.

Por las constelaciones que no.

Incluso si Plan le da una mirada de que no vaya a hacer lo que tiene planeado hacer, va a hacerlo, porque pues, Rey de los demonios.

— Miguel, ¿que te pasa? ¿no te gusta aquí? dime que es lo que te incomoda.– habló finalmente, cuando todos por fin estaban en silencio.

Por todos se refería a su familia, los demonios y amigos más allegados a él, como eran su esposo y algunos familiares de él.

— Mew, me llamo Mew.– sentenció el menor antes de proseguir comiendo, en el más puro silencio.

Plan suspiró, y dejó caer su gran corona en la mesa.

Mean le miró y negó.

— Vamos, cariño, sólo excavaré un poco en su mente, no es nada serio.– sonrió con picardía, mostrando en sus rojizos ojos un destello de alegría.

Oh, entonces Mean juro al cielo que podría volver a vivir todo lo que vivió con tal de tener esa linda y maniaca sonrisa consigo.

— Deja que el angelito se abra solo, no lo presiones.– como la serpiente que es, Prem sonrió mostrando sus colmillos antes de llevarse un pedazo de alma a su boca.

Mew frunció el ceño— Soy un demonio, de hecho, el príncipe de todos ustedes y si sigues llamándome de aquella manera, no dudaré en mandarlos al cielo.– una fuerte amenazaba surgió de sus labios.

Prem alzó una ceja y miró con desafío a Mean, éste se encogió de hombros.

Entonces era un aviso indirecto, le dió suficiente autoridad a su hermano como para desterrar a los mismos demonios de la corte.

Y que tiemble el cielo y la tierra, porque Mew no iba a dar tregua.

Fallen Angel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora