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Mew sentía esa fuerte corazonada que le gritaba que corriera donde Gulf, porque algo dentro de si le decía que algo más había pasado en esa casa.

Lo sabía porque no era tonto.

Karou le había estado ocultando más de lo debido a Gulf, ¿que era eso de que el moreno pensaba que tenía una enfermedad? No era normal, pero por lo menos ella debió de haberle explicado un poco, joder,  es que Gulf no tenía quince años, tenía veintiuno y seguía siendo tan ignorante sobre su nacimiento como desde siempre.

Le helaba la sangre en pensar sobre ese día.

El olor a muerte, Light gritando de dolor, Karou llorando junto a su hermana y Jehová peleando con sus mejores ángeles guerreros contra los mil y un demonios que pedían la cabeza del cuarto hijo.

Recuerda como el pálido rostro de Light se deformaba, su flequillo negro se pegaba a su frente y sus ojos marrón se cerraban con fuerza.

Él le pidió quedarse adentro por si algo sucedía, y allí estaba él.

A la cabeza de Light, con su espada de fuego por si alguien osaba entrar, mirando como Karou daba su mejor esfuerzo por sacar al bebé.

Y entonces fue cuando lo vió por primera vez.

Llorando y lleno de sangre, su piel canela contrastó con la piel blanca de su madre, dándole luz a su vida.

Recuerda a Light extendiendo su temblorosa mano hasta tocar la cabeza del bebé, sonreírle y decirle "Que Dios te bendiga, Gulf"

Fue entonces que la vida de Light, la sacerdotisa pura, santa y exterminadora, terminó al dar a luz a un hijo de Dios.






Es como si pudiera escuchar en sus oídos el lamento del todopoderoso cuando entró al cuarto.

Le perturbaba y le llenaba de tristeza.

— Deja de hacerme llorar, gracias.– expresó Prem lanzándole un pedazo de carne a la cara.

Le mal miró pero pronto observó que todos en la mesa estaban con semblante decaído e inclusive algunos con pequeñas lágrimas en los ojos.

Rápidamente aligeró el ambiente y siguió comiendo.

Mean alzó una ceja, podía sentirlo.

— No importa cuántos bloqueos pongas para estos demonios inútiles, yo aún puedo sentir tu aura jodida, eso me molesta y no me deja comer, animal.– dijo Prem antes de irse.

Plan quiso detenerlo pero el chico ya se iba extendiendo sus tenebrosas alas.


Mew se disculpó y rápidamente se fue a su cuarto.

Se encerró y se pudo a meditar la situación.

Bueno, sí.

Él ahora mismo quería ir donde Gulf y darle todo su amor a manos llenas.

Pero justo ahora el miedo de la Maldición lo estaba recorriendo de jodidos pies a cabeza.

Joder, ya había abrazado a Gulf y eso contaba con tocar.

E incluso, si mandara a la mierda la Maldición - que lo haría-, sabe que ahora Gulf debe de hallarse a si mismo, no quiere interrumpirlo porque es algo que el moreno necesita tanto como si mismo.

Se dejó caer en su cama, la corona rebotando hacía algún lugar de la habitación pero justo ahora no podía importarle menos.

Cerró sus ojos y con todo su corazón, deseo que lo que sea que estuviera apunto de comenzar, terminara rápido.






































Gulf miraba con un poco de miedo a la rubia que encestaba a la perfección un par de golpes con la espada a un tronco de un árbol.

Billie se movía con ligereza y a la vez con muchísima fuerza, parecía como si las fuertes alas y la armadura no le pesaran nada.

— Tuvo quinientos años experimentando el amor y otros quinientos para entrenar, creo que sólo necesitas acercarte a ella.– dijo Nam.

NamKyun, era un adorable chico coreano que tenía unos hermosos ojos azul cielo, de piel canela como él y una linda sonrisa en forma de corazón.

Asintió a lo vago — Creo que me odia, desde que llegué no hace más que gritarme.–

Y es cierto.

Gulf ya llevaba una semana en esa casa, de alguna manera terminó entrenando pero al estudiar para médico y tener poderes de sanidad, siempre terminaba ayudando a sus hermanos.

Todos eran diferentes.

Billie, pálida y rubia, era una diosa con la espada, tenía las alas más grandes y su poder era el fuego, de alguna manera terminó por saber que la madre de ella fue una hechicera con amplio conocimiento en el fuego.

NamKyun, como ya lo he dicho, era hermoso pero su madre fue una guerrera de tiempos antiguos en alguna isla que ahora no existe, siendo él cercano al mar y sus aguas.

Singto adoraba los animales al igual que quien fue su madre, tanto que se le fue otorgado el poder de hablar con éstos y de alguna manera, hacer lo que él desee.

Y al final, él, pero además de sanar, resultó tener muy buenos poderes espirituales, siendo un exterminador con arco y flechas.

Se sentía una miko japonesa.

Y le encantaba.

Rió bajito cuando pensó en eso.

— Gulf, tenemos que hablar.–

Fallen Angel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora