Prólogo

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—¿Puedo pedirte algo?

Pregunté sin poder despegar mis ojos de los suyos.

Él tampoco apartó la mirada. Me observó con interés, intrigado con mi repentino acercamiento. Asintió con la cabeza lentamente y por un momento solo nos miramos el uno al otro como si el mundo hubiera desaparecido y solo quedáramos nosotros.

—¿Podrías besarme?

La pregunta lo hizo sonreír, y su sonrisa provocó un salto en mi pecho que me estremeció.

—¿Qué?

Mis pensamientos se perdieron unos segundos en la perfección de ese gesto, pero cuando volví a la realidad y abrí la boca para repetir la pregunta caí en lo que acababa de hacer y en un segundo toda la vergüenza de mi petición hizo mis mejillas enrojecer.

—Ah no, eso fue...— balbuceé como tonta —Perdón, olvídalo.

Me giré toda roja sintiéndome la persona más torpe del mundo por dejar salir algo así, pero no pude ni dar un paso antes de ser detenida por el brazo y ser obligada a girarme, enfrentando por unos segundos esos profundos ojos negros antes de que sus labios se impulsaran y tomaran los míos.

Abrí los ojos sorprendida, pero apenas su roce se hizo real casi sentí que me derretida en su boca y solo pude dejarme llevar. Llevó una mano a mi nuca y me sostuvo con firmeza asegurándose de cumplir mi petición como mejor supo: besándome de una forma tan deliciosamente suave y demandante que me hizo perder el aliento. Un beso con sabor a un poco de alcohol que en un segundo hizo desaparecer el mundo, y entonces todo pareció perfecto.

Me agarré de sus brazos intentando no perder el equilibrio, y me puse de puntillas para tener más accesibilidad a su boca. Su brazo libre rodeo mi cintura y me pegó a su cuerpo provocando una ola de calor que estremeció todo de mí. Su boca sabía lo que hacía, fui consiente de su experiencia, pero su cuerpo supo provocar mucho más de lo que ninguna otra persona jamás pudo. Y no podía ocultarlo, me estaba encantando que lo estuviera haciendo.

Solté un suave jadeo cuando mordió mi labio y alejó su rostro unos centímetros de mí. Sus ojos me miraron, deleitando lo que me había provocado en un momento y levantó la mirada a la mía con cierto aire de satisfacción.

Ya estaba en mi límite para ese instante. Mi respiración era un desastre, las mejillas me ardían, sentía las piernas débiles y los labios me cosquilleaban. Esa mirada solo incentivó el principio de mi perdición.

—¿Así es suficiente?

Y sin dejar de obsevarme dejó una suave caricia con el pulgar en mi piel que entonces provocó una ola de adrenalina que me enloqueció. Todo mi cuerpo vibró y por un momento centrarme en todas esas sensaciones fue suficiente. Porque esas sensaciones fueron todo lo que necesitaba.

Esa adictiva sensación de su caricia era lo unico que necesitaba.

—No...— murmuré acercándome desesperadamente a sus labios —Dame más.

Y sin dejarle responder volví a besarle.

Más Que Caricias (Próximamente) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora