— ¿Y qué si lo hizo? Ella puede hacer lo que quiera

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— ¿Y qué si lo hizo? Ella puede hacer lo que quiera...












"Pensaba en cosas oscuras, cosas terribles. Cosas sobre ser un humano común y corriente al que no le pasaba nada de nada. Pero, también sabía que era un ser humano siquiera antes de poder existir, que era un espacio en la línea de muchos que no sabían nada sobre mí. Esperé sin saber que lo hacía y alguien vino trayendome de vuelta al sol aún más bello pero siquiera más oscurecido..."
—le saturadx

—Pibe. Eh, pibe —levanté la vista que tenía sobre el celular y miré al vendedor que lo hacía con expresión irritada—. Tu vuelto, chico. Me tenías esperando media hora con la mano extendida.

—Ah, perdón, señor —expresé con vergüenza mientras tomaba los billetes y guardaba el celular en el bolsillo—. Muchas gracias.

Me dispuse a salir del kiosco y escuché los leves insultos que el vendedor me proferia a mi y a toda mi generación, mientras yo intentaba esquivar a las personas que se habían amontonado en el lugar.

—Estos chicos de ahora solo sirven para mirar sus telefonitos que los hacen más tontos... ¡Ah, cierto que tenía que mandarle un wassap a don Alberto para avisarle del partido que se da por el yutub! —me detuve por un segundo ante la irónica situación y reanudé mis pasos de inmediato para que nadie pensara que era un chismoso—. Ehhhh, cómo anda Albertito, ¿se acuerda del partido de hoy...?

Mi abuela me había pedido que le comprara una buena cantidad de caramelos en el kiosco que quedaba en la cuadra de la casa, por lo que sin querer me había entretenido leyendo una publicación de Instagram y terminé tildado por la concentración, enojando al señor del kiosco que ya me tenía años de bronca acumulada. Pensando en caramelos, no pude evitar pensar en el cárdigan que le había devuelto a la chica, porque había tenido que reponer cada caramelo ya que mi abuela, con la excusa de que los caramelos no iban a durar tanto tiempo, se los había comido a todos... y yo le había ayudado, solo un poquito.

Gasté parte de mis ahorros en los caramelos y habían sido más de lo que mi abuela gastaría normalmente, pero esperaba que ese gesto terminara cualquier tipo de posible atadura entre la chica y yo. No quería volver a la misma situación de hace unos años, aunque en mi mente seguía volviendo al pensamiento de que habían pasado varios días en los que nos habíamos cruzado y ella ni siquiera sé había dado la vuelta para verme. Fue en esos momentos en los que había experimentado un nuevo sentimiento, una nueva molestia que superaba la incomodidad que había sentido en esos pasados días de hace dos años atrás y que todavía yo seguía sin entender por completo.

Aún recordaba la forma en que me había mirado. Pensaba que tal vez copiaba el nivel de sorpresa que yo había tenido hace un mes atrás, inocente e inesperado, pero, aunque me habia propuesto a mi mismo no verla por tanto tiempo, podía jurar que estaba distinta. La piel más pálida, los ojos más claros, el pelo más largo y oscuro, hasta sus facciones se habían vuelto más afiladas que antes, más definidas. Tal vez, como cualquiera, ella había crecido; tal vez, solo quería meterme en la cabeza que no solo yo podía cambiar tanto en tan poco tiempo. Aunque, un año en la vida de un joven adulto parece eterno.

Sobre la belleza en el enigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora