—Todos podemos ser nuestro propio enemigo

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—Todos podemos ser nuestro propio enemigo.








¿Cómo podría explicar mi situación? La verdad es que ni yo podía creer lo que me había pasado y todavía me preguntaba porqué no me había tirado al piso para reirme como una loca por toda la hilaridad de la situación.

Yo, inocentemente, había ido a devolver un accesorio que había encontrado en la bolsa que "el buen samaritano" me había dado aquel día y, como creía que tal vez se equivocó en tirarlo en la bolsa, me había desviado de mis planes del sábado para devolverlo. Pero, después de haber presenciado la escena más tonta e increíble que jamás había podido pensar que vería, en vez de reírme como una loca me derrumbé como una pila de libros.

Dicen que, a veces cuando nos guardamos muchas cosas, cualquier tontería o exceso de emociones en el momento menos esperado sirve como medio para el desastre.

—Entonces, querida ¿venías a ver ropa o a intentar desflorecer a mi nieto?

Me sorbí la nariz y utilicé el pañuelo que la señora me había dado. Ella estaba sentada frente a mi, utilizando la silla que se encontraba serca del mostrador y yo estaba sentada sobre una silla que estaba en la esquina más cercana. El punto a parte en el lugar era el chico, que todavía se encontraba en el piso, pero tapado con un abrigo de plumas blancas y con un chaleco viejo como almohada. Si lo miraba fijamente, podría pensar que la situación anterior no había pasado y que me había cruzado con un ángel durmiente... un querrubín de pelo negro, pestañas largas y tres lunares que me recordaban a una constelación.

— ¿De verdad está bien que lo dejemos ahí tirado? —pregunte desviandome sin querer de su pregunta y de lo escandalosa de ella.

—Ah, no te preocupes, está bien —sonrío con tranquilidad. ¿De verdad es su nieto? Mi abuela ya habría llamado a una ambulancia—. Paso por varios accidentes y cada vez que se desmaya o queda inconsciente, despierta en diez minutos.

—Ah...

—Así que, si no despierta en cinco minutos, voy a declarar alerta roja y llamaré a una ambulancia. Hay un centro médico a tres cuadras, vienen en seguida —hablaba tan tranquila que mi estado nervioso parecía exagerado—. Entonces ¿vas a responder a mis preguntas? Ignorar a una persona mayor es de muy mala educación.

—Ah, si, perdóneme por favor. Es que me impresiona verlo ahí tirado —aparte la vista del chico.

¿Y si pruebo tirándole alcohol en la nariz? Mmm, tal vez se le meta en la boca y me odie por el resto de mi vida...

—Realmente, venía a devolver algo que estaba en la bolsa que su nieto me dio el otro día —saqué las hebillas de mi cartera y se las pasé, ella las tomó y siguió escuchando—. Pensé... pensé que tal vez los puso por accidente y no quería tener ningún problema con él. De verdad, no quiero ser una molestia para nadie y menos cuando él me ayudo cuando estuve a punto de desmayarme...

Sobre la belleza en el enigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora