Jeno calladamente fue al dormitorio y encendió una de las pequeñas lámparas de mesa para poder buscar su ropa. Había dos oscuros sillones con dos juegos de ropa doblada, una a cada lado de la habitación. Se dirigía a uno cuando el movimiento a su lado le sobresaltó.
— ¡Por el amor de Kringle, Jaemin! No te acerques sigilosamente a mí.
—Lo siento, no era mi intención. ¿Qué estás haciendo?
—Marcharme —gruñó Jeno, sintiéndose cohibido con Jaemin observándolo—. ¿Te importa?
—Sí, sí me importa. No puedes ir por ahí. Vas a hacer que te maten. —La preocupación de Jaemin solo alimentó la ira de Jeno y le dio un empujón alejándolo de él. Jaemin tropezó y cayó sobre el colchón con los ojos muy abiertos mientras miraba a Jeno.
— ¿Por qué te importa lo que me pase? Deberías animarme a que me vaya. Hago tu vida miserable en el trabajo y tú mismo lo dijiste, nadie se preocupa por mí. Si termino en el fondo del río Yule, serías más feliz.
—Es terrible decir eso. Yo nunca le desearía eso a nadie, especialmente a ti. Por supuesto que me importa lo que te pase, Jeno.
Jeno se congeló, sin saber qué hacer por primera vez. Así que se concentró en la única cosa con la que estaba familiarizado.
La ira.
—No me mientas.
—No te estoy mintiendo. No siempre has sido así. Cuando nos conocimos, solías sonreír y hablarme. Ahora solo me empujas. ¿Qué hice para que te hayas enojado tanto conmigo? ¿Qué pasó?
— ¿Qué pasó? Tú has pasado, Jaemin. Tú con tu estúpido canto y ofreciéndome galletas y sonriéndome todo el tiempo, siempre eres tan condenadamente paciente y servicial y dulce cuando soy un hijo de puta absoluto para ti. ¿Por qué? ¿Por qué lo aguantas? ¿Te gusta? ¿Es un juego enfermizo para ti? —Jeno estaba casi gritando ahora y lo odiaba. Apartándose de Jaemin y de esos brillantes ojos suyos, se volvió hacia uno de los sillones. —Solo olvídalo. Voy a salir de aquí.
—Tu ropa está en el rojo —dijo Jaemin en voz baja, y con un gruñido, Jeno se alejó y agarró la ropa del sillón, poniéndose rígido cuando oyó a Jaemin decir: —No, esa es mi ropa. El rojo.
Rápidamente lanzó la ropa en el sillón y fue a por la otra, consciente del silencio de Jaemin.
—No te oí —gruñó Jeno mientras se deslizaba dentro de los pantalones—. Los malditos ratones de iglesia son más ruidosos que tú. — Oyó a Jaemin jadear y Jeno cometió el error de darse la vuelta, para encontrar a Jaemin mirándolo fijamente. Cuando el elfo más pequeño habló, su voz era suave y compasiva.
—Es por eso que no sabías que era el hijo de un soldado de juguete. No puedes verlo, ¿verdad?
—No sé de lo que estás hablando. —Jeno cogió su camisa, y rápidamente se la puso.
—Mis ojos, no puedes saber de qué color son, porque... no puedes ver el color.
Jeno se detuvo a mitad de camino, abotonándose su camisa y cerró los ojos. Tenía que irse, ignorar a ese maldito elfo y salir antes de que las cosas pudieran ponerse peor.
— ¿Y la canela? ¿Jeno? No podías olerla tampoco, ¿verdad?
Antes de que Jeno pudiera detenerse, se había subido a la cama y empujando a Jaemin sobre su espalda, se puso a horcajadas sobre él, sujetando sus muñecas por encima de su cabeza con facilidad. Su mirada pasó por encima del joven y desaliñado elfo cuyo pecho subía y bajaba rápidamente; su aliento era casi un jadeo.
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Arreglando a Jeno - NoMin
Fanfiction𝐍𝐨 𝐭𝐨𝐝𝐨 𝐬𝐨𝐧 𝐛𝐫𝐢𝐥𝐥𝐚𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐜𝐨𝐩𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐧𝐢𝐞𝐯𝐞 𝐲 𝐛𝐚𝐬𝐭𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐜𝐚𝐫𝐚𝐦𝐞𝐥𝐨 𝐝𝐮𝐥𝐜𝐞 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐮𝐝𝐚𝐝 𝐝𝐞𝐥 𝐏𝐨𝐥𝐨 𝐍𝐨𝐫𝐭𝐞. 𝐋𝐨𝐬 𝐨𝐟𝐢𝐜𝐢𝐧𝐢𝐬𝐭𝐚𝐬 𝐉𝐚𝐞𝐦𝐢𝐧 𝐲 𝐉𝐞𝐧𝐨 𝐧𝐨 𝐡𝐚𝐜𝐞𝐧 𝐨𝐭...