Estaba tomando whisky desde que Celeste había dicho lo que había dicho. Llevaba tres vasos y estaba tomándome un cuarto. Me parecía imposible que José María pudiese fijarse en mí y, aunque fuese así, no podía prestarle atención. Él era muy niño para mí, literalmente. Tenía más o menos la edad de Kike. Yo podría ser la madre de José María. Aunque no podía negar que era demasiado atractivo, no podía seguir pensando en él como estaba pensando. Entonces, ¿por qué seguía pensando en él?
-Comadre, creo que estás abusando del alcohol-dijo Celeste-. Estás tomando mucho.
-No importa-dije tomando mi último whisky-. Voy a tomar hasta emborracharme.
Celeste sacudió la cabeza y suspiró. Quería olvidar por un momento que yo le interesaba a José María. Era imposible. ¡Él era un niño, por Dios! No podía interesarse en mí. Además, estaba Reinaldo. Él era mi novio y yo lo amaba. Bueno, eso creía. Llevaba todo el día pensando en ello. No sabía si todavía lo amaba tanto como yo creía. Pero no quería ponerme a analizar mis sentimientos por Reinaldo. Esa noche no, al menos.
El mesero me pasó un vaso de ginebra y me lo tomé todo de un sorbo. Quería emborracharme hasta que al día siguiente no me acordase de nada. No quería pensar. Solo quería beber.
-En serio, ya párale, comadre-protestó Celeste-. Estás tomando demasiado.
-No me importa.
-¿Está todo bien?
Celeste y yo nos miramos y, después, miramos a Reinaldo, que acababa de llegar hacia donde nosotras estábamos. Estaba vestido con un traje negro y una camisa blanca, cuyo cuello estaba desabrochado, y sus ojos azules me miraban con deseo. Tenía que admitir que Reinaldo esa noche estaba especialmente sexy. Deseaba irme de aquella fiesta con él, llegar a casa y que hiciéramos el amor hasta que no pudiera pensar en nada más. Y lo habría hecho si no fuese mi fiesta de cumpleaños.
-Lo que pasa es que Griselda...
-Es que nada, mi amor-le dije a Reinaldo después de taparle la boca a Celeste-. Es que Celeste está bebiendo mucho. Es todo.
Le sonreí a Reinaldo mientras sentía que Celeste me miraba diciéndome que era una descarada. Y tenía razón para pensarlo. Yo era la que había tomado tres margaritas, cuatro vasos de whisky y un vaso de ginebra. Era normal que Celeste se sintiera mal por haber dicho que era ella la había tomado mucho, cuando era yo la que había tomado mucho.
-Ok-dijo Reinaldo un poco extrañado-. Bueno, mi amor, ven conmigo. Quiero mostrarte algo.
Reinaldo me sonrió y me tomó de la mano, antes de llevarme fuera del restaurante. ¿No podía llevarme más despacio? ¡Estaba borracha, Dios santo! Aunque era exactamente lo que quería, era espantoso. Sentía que me iba a caer en cualquier momento, y eso sí que sería lo peor que recordaría de mi cumpleaños, además de que lo había olvidado por completo mientras que mi novio me estaba organizando una fiesta de cumpleaños. A parte de eso, Reinaldo me tenía llevada de la mano, llevándome fuera como si tuviera urgencia de algo.
Caminanos hasta afuera del restaurante, y lo supe por la brisa fría que hace. Hacía demasiado frío que parecía que iba a congelarme. Y el efecto del alcohol no ayudaba. Me preguntaba por qué me había llevado fuera del restaurante. Pero no tuve respuesta a esa pregunta. Solo cuando me dijo:
-Mira al cielo.
Muy a mi pesar le hice caso, y digo muy a mi pesar porque me mareé por la borrachera. Aún no entendía como era que podía seguir en pie habiéndome tomado tres margaritas, cuatro vasos de whisky y uno de Ginebra. Yo misma me admiraba por eso. Cuando miré al cielo, empezaron a estallar fuegos artificiales, y algunos de decían frases como te amo, eres lo mejor que hay en mi vida, y cosas así. Sin embargo, hubo una frase que me dejó helada. Incluso sentí que la borrachera se me había pasado. Pero quedé peor cuando Reinaldo me tomó por la cintura y me miró con sus brillantes ojos azules, antes de decirme:
-Griselda, desde el primer día que te conocí, supe que me había enamorado de ti perdidamente. Pero no lo sabía hasta que te vi desnuda en la playa aquella noche y...
De repente dejé de escucharlo. La frase que se había escrito en el cielo con los fuegos artificiales me había dejado helada y, como si se tratara de una pesadilla, Reinaldo dejó de hablar y se me arrodilló y sacó una cajita con un anillo de diamantes bellísimo. Sabía que significaba ese gesto y, antes de que yo pudiera huir, Reinaldo me preguntó, con mirada firme y voz temblorosa:
-Griselda, ¿aceptas casarte conmigo?
Quedé helada con la pregunta. Y creo que hasta pálida me puse, e incluso sentí que iba a desmayarme. Pero segundos después sentí que el color llegaba a mí cara. No quería herirlo, pero estaba en un punto en el que no quería casarme. Sabía que lo lastimaría, pero era algo que tenía que hacer. Al final, solo le dije:
-Lo siento. No puedo.
Corrí hacia el auto y manejé hasta mi casa, antes de echarme a llorar. No quería pensar en que había herido a Reinaldo, pero era algo que debía hacer. No podía ilusionarlo con la idea de un matrimonio sino podía hacerlo. Simplemente, no podía. Tan simple y complicado como eso.Había estacionado el auto frente al Ocean Bank. El edificio azul y blanco me parecía una entrada segura al infierno. No podía creer que yo le hiciera caso a Gigante sobre la idea de pedir un crédito para expandir la empresa. Lo bueno es que, con ese dinero, la empresa iría a la cima y, así, yo podría ir a la universidad y podría estudiar lo que siempre quise estudiar desde que era niña: ingeniería civil.
Suspiré y saqué mi teléfono del bolso. No tenía llamadas ni mensajes de Reinaldo. Lo había estado llamando desde el sábado anterior y no había respondido a mis llamadas. Ni tampoco a mis mensajes. Supuse que era normal, teniendo en cuenta que había rechazado su propuesta de matrimonio. Quisiera haber tenido el valor de explicarle que no podía casarme con él por el momento. Quería terminar la preparatoria, ir a la universidad y graduarme, como siempre había querido. Pero sabía que tenía que darle tiempo. Si él quería hablar conmigo, lo sabría inmediatamente
Volví a suspirar y guardé mi teléfono, antes de acomodarme la falda del vestido y entrar al banco. Aún seguía sin creer que yo le estuviese haciendo caso a Gigante acerca del fulano crédito, pero tenía que hacerlo. Por la empresa, por mis hijos, por la prepa, y la universidad.
El vestíbulo era igual que la facgada. Estaba pintado de azul y blanco. La recepcionista era una chica rubia vestida de traje azul marino y camisa blanca. Será que quería ir a tono con el edificio. La rubia me miro y me preguntó, con voz ronca:
-Good morning, young lady. How can I help you?
Alcé una ceja con incredulidad. ¿Me llamó "señorita"? Seguramente pensó que estaba soltera o algo así. Me aclaré la garganta y le dije:
-Good Morning. I come because I have an appointment with Mr. Gordon, to ask for a loan.
La rubia me miró con cara de que quería decirme algo pero no sabía cómo decírmelo. Sabía que no era nada bueno. Luego suspiró y me dijo:
-I'm very sorry to tell you this, but Mr. Gordon passed away on Friday-de repente, se calló y me sonrio-. But, if you wish, the new manager can help you with pleasure.
Sentí que se me aflojaban los hombros con desánimo. No podía creer que me estuviera pasando. Era como si me estuvieran jugando una broma de mal gusto. Pero ni modo. Tenía que terminar con aquello. Sino lo hacía, tendría que ir otra vez en tres meses y no quería eso. Al final, suspiré y asentí.
-It's okay-dije con desdén-. Let's go then.
La rubia me indicó dónde estaba la oficina. Luego le agradecí y me dirigí hacia allá. Me sentía como si estuviera a punto de cruzar la puerta de entrada al infierno. Pero algo que tenía que hacer. Ya le había dado mi palabra a Gigante y no iba a echarme para atrás. No iba a retroceder. Iba a hacerlo.
Me detuve en una puerta blanca, antes golpearla con los nudillos. Me bajé la falda del vestido por segunda vez. Estaba odiando el hecho de que me puse ese maldito vestido. Segundos después, alguien me indicó que pasara y lo hice.
La oficina estaba bien decorada. Los muebles se veían caros pero de buen gusto. También noté que habían algunas plantas. De hecho, eran helechos. El aire del lugar era frío por el aire acondicionado y se olía un aroma a perfume de hombre. Supuse que sería carísimo aquel perfume. Pero no fue el perfume lo que me llamó la atención, sino el dueño del perfume. Estaba sentado en una silla detrás del escritorio que había en la oficina. Estaba de espaldas pero, cuando entré, el hombre alto de ojos verdes y cabello castaño se había girado para verme de frente. Si pensaba que pedir un préstamo en el banco era lo peor que me había pasado, aquello era aún peor. Tanto que, para mí misma, terminé diciendo:
-Mierda. No inventes.
![](https://img.wattpad.com/cover/232703697-288-k459166.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Marido en Alquiler: Después del final
RomanceDespués de que a Teresa Cristina y a José los declarasen muertos, y que Amalia y Rafael se casaran, Griselda sentía que todo volvía a tomar su rumbo y que no podía ser más feliz. Sin embargo, no todo es tan perfecto como parece, ¿verdad?