Milagro de navidad (capítulo especial)

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       —Un poco más. Ya casi... ¡Ponte de puntillas, papá!

       Steve se estiró lo más que pudo para que James, quien se encontraba sobre sus hombros, llegara a poner la estrella en la punta del árbol. El pequeño de cinco años se inclinó, intentando no tumbar el árbol y puso la estrella.

       —Lo logré.—exclamó alegre, pero al alzar los brazos, empezó a tambalear hasta caerse de los hombros de su padre.—¡Woah!

       Pero el golpe no llegó, pues su melliza Liv lo atrapó con tranquilidad.

       —De nada.—bromeó la niña.—Oye, pesas menos que un fideo.

       James rodó los ojos y se soltó de su agarre.—Para ti todo pesa menos que un fideo, ¡hasta un camión monstruo!

       —No le grites a tu hermana.—regañó Steve mientras cerraba la caja que antes contenía la estrella.

       Liv se agachó al suelo y abrazó sus regalos aún envueltos.—¿Ya podemos abrirlos?

       —No.—musitó su padre.

       —Pero el año pasado dijiste que este los podríamos abrir apenas despertáramos.—insistió la pequeña.

       —Eso es cierto.—apoyó James.—¿Verdad, Rosie?

      Steve se giró hacia el sillón donde su hija mayor se encontraba usando su celular y sin prestarles atención alguna.

       —Rose.—llamó su padre, y la niña murmuró un <<Mhm>>.

       Desde que Daniela murió un par de meses atrás, la familia Rogers no era la misma. Liv y James peleaban constantemente y siempre alguno de los dos terminaba llorando por recibir un "Si mamá estuviera aquí..." o "Si mamá supiera...". Rosie permanecía la mayor parte del tiempo encerrada en su habitación o usando su celular y audífonos con alto volumen. Steve lloró mucho las primeras semanas, pero recapacitó y decidió ser un ejemplo para sus hijos. Eso implicaba educarlos, alimentarlos, regañarlos y todas las tareas que un padre debía hacer aunque se estuviera muriendo por dentro.

       Steve suspiró profundo, se acercó a Rosie y le quitó el celular de las manos.

       —¡Oye!—se quejó la niña.

       —¿Qué te parece el árbol?—repitió.

       Rosie lo analizó hasta ver la punta, donde estaba la estrella... la misma que su madre y ella habían comprado hace cinco años en la víspera de Navidad. Daniela y Rosie estaban jugando con sus Nerf mientras Steve no estaba y rompieron la estrella de cristal accidentalmente. Tuvieron que volar a comprar una nueva antes que Steve se enterara. (Sí se enteró.) Rosie recordó con nostalgia la adrenalina y las risas que tuvo con su madre embarazada, intentando correr por el mall sin caerse.

        —E-está bonito.—murmuró Rose. Se levantó del sillón con la mirada gacha.—Voy al baño.

       Y desapareció antes que su familia pudiera ver sus lágrimas caer.

       —Hay alguien ahí.—dijo James de repente, señalando a la puerta de entrada.—Siento sus pensamientos.

       Olivia se escondió tras su hermano mientras Steve abría la puerta.

       —¡Sorpresa!—exclamó Tony.

        —¡Abuelo!—ambos niños corrieron a abrazarlo.

        Hace semanas que no le veían y no se esperaban esa sorpresa.

       —Pepper no pudo venir, tenía que cuidar de su sobrina Heather.—explicó Tony, dándole un semi abrazo a Steve.

Ocean Eyes • Steve Rogers  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora