II

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Los prelados se hallaban despertando con los demás reclusos, se dirigieron al patio, los mas ancianos a la derecha y los aptos para trabajar a la izquierda. La multitud de reclusos se formó. Sobre el muro que les contenía contaba un alemán con su uniforme gris, haciendo señas a sus superiores de que todo el mundo estaba en el patio.

Nadie se quedaba en los barracones, algunos salían apoyados de sus compañeros, pero debían salir. El no hacerlo significaba la muerte, era común que se aprovechara la debilidad de la víctima y se le lanzara de cabeza desde lo alto de los muros de concreto. Pero era tirado hacia adentro, no podían arriesgarse a dejarlo ir, o a que alguien lo viera, o que los encarcelados pensaran que lograrían salir así. No podían permitir la esperanza, aunque fuera la de vivir en libertad lo que durase la caída.

Esto ocasionaba que los mas débiles se desplomaran en la espera a terminar de ser contados, si uno caía, y no se levantaba al instante, los soldados reproducían una canción que tenían preparada en los altavoces del campo: «Die Gedanken sind frei», que duraba unos dos o tres minutos, tiempo que tenía el preso para levantarse, cada vez que el nombre de la canción era mencionado, todos los uniformados en el exterior lo cantaban, mientras que el soldado que estuviera mas cerca, se acercaría y le golpearía.

«Los pensamientos son libres...

Primer golpe, se escucha el coro de voz de los militares. Normalmente era una bofetada. A veces los reos caían, deshaciendo su poco avance en levantarse.

...¿quién puede adivinarlos?
Se pasan volando
como sombras nocturnas.
Ninguna persona puede saberlos,
ningún cazador puede matarlos
con pólvora o plomo:
¡Los pensamientos son libres!

En virtud al verso, el verdugo daba un coscorrón con la culata de su arma, sea larga o corta. Otra vez se oye el canto de los militares, la víctima normalmente se apoyaba sobre sus codos y se sujetaba la cabeza.

Pienso, lo que quiero, y lo que me hace feliz,
pero todo en silencio
teniendo que resignarme
Mis deseos y necesidades, nadie puede negarlos,
eso no cambia:
¡Los pensamientos son libres!

De nuevo, sonó el coreo. Ahora era un golpe en la boca, con el puño o con el codo, este último lo implementó el Sargento primero, que era la mayor autoridad en todo el campo. Si el guardia estaba de mal humor, el impacto podía tirarte hacia atrás.

Y aunque me encierren, en el calabozo más oscuro,
todo eso son obras
que de nada sirven
Pues mis pensamientos,
parten en dos barreras y murallas:
¡Los pensamientos son libres!

Patada en los ojos, con la planta del pie, esto casi nunca variaba. Era común que la víctima se aturdiera y se le complicaba mas el ponerse de pie. Los alemanes cantaban.

Por eso quiero dejar
para siempre las preocupaciones,
y jamás quiero ajetrearme
con los grillos mortificantes.
Y es que uno puede dentro de su corazón,
reír y bromear
mientras piensa:
¡Los pensamientos son libres!»

Por una última vez cantaban los germanos.

Si para llegado el quinto o sexto golpe, el reo no se había levantado aún, el soldado tomaba su arma y le apuntaba a la cara, se mantenía por unos segundos y luego disparaba al corazón.

El Fin de la Ciudad EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora