Al campo llegaba temprano en la mañana otro tren repleto de personas. Siguiendo los protocolos, un pelotón se acercó a la puerta del primer vagón.
Abrieron la puerta, el frio del otoño se sintió con fuerza al momento.
-¡Caminen!- Gritó el cabo que encabezaba el pelotón.
Comenzaban a bajar los reclusos, entre las dos filas de soldados que los dirigían al portón de Heiliger Stuhl.
Unos ocho jóvenes, sin nadie tener idea de porque, intentaron pasar por en medio de los escoltas, los cuales les dispararon inmediatamente. El cabo volteó a ver al sargento primero, que estaba en la entrada, este asintió con la cabeza, el cabo volteó a sus hombres que le miraban pacientes. Ahora el asentía a sus subordinados.
Volvieron a detonar sus armas, ahora contra los inmóviles recién llegados. Se formó un montón alargado de poca elevación que de a poco manchaba su base de carmesí.
Los alemanes movieron su formación al segundo vagón y lo abrieron. Ahora no hubo oposición.
A excepción del papal, todos los vagones que llegaban al campo tenían ventanas que eran abiertas al llegar, por lo que los vagones segundo y tercero vieron bien lo que pasó.
Conforme iban bajando los vagones, las vistas se iban desviando a la carnicería, hasta alcanzada una posición incómoda para el cuello.
Cuando llegaban a la entrada eran registrados por un raso. Tras una medía hora o más, la cola se había acabado y el tren partió. El Sargento Meyer entró al campo y el portón se cerró tras de el. Varios soldados se acercaron a los grupos de prisioneros.
Claudio estaba de pie en silencio con su hermano Leonardo. El tenía unos dieciséis y su hermano once. El par era hijo de un obrero y una ama de casa bareses, ambos convencidos comunistas. Poco contrapeso tenían a las ideas que se les inculcaban en casa. El padre, Adolfi Lorusso era miembro del Partito Comunista d'Italia, votó a Gramsci en la elección del 24 y en contra del Partito Nazionale Fascista en las elecciones del 29 y el 34. Crió desde pequeños a sus hijos con un desprecio enorme a tres cosas: La burguesía, el facismo y el clero.
Durante una redada de los camicie nere, sus padres fueron arrestados y ellos, transportados en una camioneta abarrotada de gente, momento desde el cual, mantenerse juntos fue un hecho milagroso. Los chicos fueron subidos a un tren y su última parada fue Heiliger Stuhl
Los dos fueron tomados del brazo por un soldado y llevados al pasillo central del campo. Había otras ciento veinte personas puestas a ver el ala derecha del campo. De detrás de los barracones salió la escuadra de sacerdotes, todos los internos que no habían llegado recién, habían sido retenidos en el campo. Los once religiosos fueron puestos a ver a los recién llegados. Las miradas trataban de descifrar si ciertamente se trataba del colegio cardenalicio y su santidad, abrían los ojos para ver si así podían convencer al cerebro de lo que veían.
El Sargento Meyer se acercó al grupo de los cuarenta y dos, volteó a ver a los cardenales, el primero en la fila, se fue por un tiempo de unos cinco minutos, tras los cuales volvió con una pizarra con un trípode, la instaló en medio de ambos grupos sacó una pluma y una hoja de papel. Se acercó al cardenal que tenía mas cerca.
-¿Cómo se llama?-Le preguntó esbozándole una sonrisa.
-Soy Giuseppe Pizardo dijo el cardenal savonés, sin mover los ojos al sargento primero.
Meyer escribía en el papel, mientras iba preguntando su nombre a cada sacerdote.
Después de terminar, caminó hacia la pizarra, sacó un trozo de tiza. Revisaba dos papeles distintos y escribía:
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El Fin de la Ciudad Eterna
Ficción históricaCon el avance alemán, se volvía cátedra del horror cada ciudad de Italia, la soberanía de la nación Vaticana se ignoró y violó, las cruces que colgaban de las paredes, se habían vuelto esvásticas. El Papa Pio XII ha sido recluido junto con sus card...