Capítulo 1 -tercera parte-

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Estaba caminando fuera del territorio de su padre, sus manos estaban sangrando y el árbol se había caído detrás de él luego de haberlo golpeado con toda la ira que traía acumulada. Se alejó de él lo más rápido que pudo y en el camino pateó un par de piedras y uno que otro caracol que tenía la desgracia de cruzarse con él.
Sabía que su padre no era la mejor persona del mundo, pero no sabía todo lo que había hecho para arruinar por completo su vida. Se miró las uñas, que se habían roto por los golpes anteriores, y suspiró de nuevo. Quería ir y romperle la cara hasta que quedara inconsciente, pero eso lo convertiría en la misma persona que él, en alguien despreciable, un monstruo.

Se preguntó si sus hermanos estarían bien, pero sabía que ellos podían cuidarse perfectamente, asi que volvió a ver hacia atrás y luego dejó salir su forma lobuna.
Caminó por el sendero hacia las afueras del territorio en donde la frontera chocaba con las demás manadas. No fue difícil salir de ahí ya que no había guardias vigilando. Recordó la primera vez que encontró a su madre llorando en la habitación y se había acercado a ella preocupado, preguntándole qué le había pasado. Ella solo le respondió que estaba un poco cansada, que no le diera importancia y luego lo abrazó, fue cuando notó los recientes moretones en sus brazos que estaban empezando a sanar, su padre se había ido momentos antes, pero no había escuchado nada anormal. Le preguntó quién se los hizo, pero ella no quiso responder, eran indicios de lo que iba a pasar, y él no pudo evitar el final que tendría ella, se odiaba por no poder hacer nada, por haber estado junto a ese hombre por toda su vida y nunca haber hecho nada para salvar a su madre o a su hermana.
Y ahora ese desgraciado quería que su hermano se casara con un hombre 30 años mayor que él únicamente para expandir su odiosa manada.

Apretó la mandíbula y salió corriendo de ahí sin rumbo alguno, esperando que el mundo se detuviera a su alrededor y le diera algo de compasión, que se apiadara de sus hermanos y le diera lo que merecía a esa persona que no merecía ser llamado papá, que ni siquiera era su verdadero padre. Sin darse cuenta chocó con un árbol en el camino haciendo que cayera al piso, frustrado volvió a su forma humana y se quedó sentado debajo del árbol. Tomó una muda de ropa que se había traído en su bolso antes de salir y se la puso sin mucho ánimo. Luego miró al cielo y cerró los ojos intentando no pensar en nada. Su cabello negro le hacía cosquillas en la punta de la nariz y se lo apartó con furia. Estaba harto de no poder hacer nada, de seguir escuchando la voz de su padre sacando a la luz todas las verdades que había ocultado durante 20 años de su vida, una vida llena de mentiras, que hasta lo más mínimo era falso.

Saber que sus hermanos no eran sus hermanos de sangre, que su familia fue asesinada por sus propias manos, la gente que había muerto bajo su poder incluyendo a su madre y hermana. Golpeó el árbol con sus puños haciendo sangrar sus nudillos nuevamente. Lo golpeó hasta que quedó sin fuerzas y cayó de rodillas al piso entre lágrimas, se tiró el pelo y se tapó la cara con las manos. Una ardilla pasó a su lado y le quitó una bolsa de almendras que traía en el bolso. La vió y quiso ir tras ella, pero en eso escuchó un grito de dolor que le hizo saltar de donde estaba y voltear en todas direcciones, hasta que vio a lo lejos un pequeño cobertizo de dónde probablemente provenía el grito. Se puso de pie y se limpió las lágrimas. Caminó despacio hasta el árbol más cercano y se ocultó detrás. Recordó que cualquiera podía olfatearlo y sacó un frasco con azufre líquido y se roció levemente con él. Se asomó por el costado del árbol que estaba ocultandolo y vio salir a un hombre alto, de masomenos su altura, con el pelo castaño oscuro. Estaba de espaldas y no pudo identificar su rostro, aunque se le hacía familiar de alguna parte. El hombre caminó hasta la casa de enfrente y cerró la puerta detrás de él.

Aprovechó para escabullirse hasta detrás del cobertizo. Tomó una piedra algo grande de un costado, que tenía una parte plana, y la puso frente a él para luego subirse, era alto pero no llegaba hasta la pequeña ventana del lugar. Limpió el vidrio que estaba algo sucio y miró a través de la abertura.
Un chico de un rubio pálido estaba atado a una silla, estaba manchado de sangre y tenía heridas abiertas que no estaban sanando. Se asustó al ver la escena, pues pensó que estaba muerto, pero vio el leve movimiento de su pecho y se alivio al saber que estaba vivo. Le faltaban las uñas de una mano y su pie estaba doblado en una manera en la que sabía que debía estar roto. Olfateó un poco el aire y su corazón se aceleró como nunca antes.
El chico era un alfa, tenía ese característico aroma fuerte que te hacía temblar con su presencia, pero había otra cosa que le llamaba la atención. Su aroma parecía estarse distorsionando, como si algo no estuviera bien, pues claro que no iba a estar bien en esas condiciones se dijo. Lo que realmente le hizo querer entrar y sacarlo lo más rápido posible es que era él. Lo había encontrado.

El Camino del AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora