Racconto

74 28 38
                                    




Comienzos de agosto. 8 grados de temperatura. El cielo teñido de gris. Estábamos bebiendo chocolate caliente en Wonderland, nuestra cafetería favorita. Puse mi bufanda alrededor de tu cuello y olía al perfume que me gustaba usar en invierno, un adictivo Gourmand con notas a cacao, caramelo y maní tostado, ese perfume que se había vuelto tu droga. Había un piano al costado de una ventana adornada con luces de neón. Me senté en una banca junto a él y empecé a tocar los acordes de una canción que había compuesto en secreto para ti. Me contemplaste con admiración, cautivado y en completo silencio. Te sentaste a mi lado y dijiste: - Me hubiera encantado aprender a tocarlo. – Había un brillo nostálgico en el ópalo de tus iris. Tomé tus cálidas manos acariciándolas con el suave tacto de las mías, posando mis dedos sobre los tuyos y deslizándolos delicadamente sobre las teclas, presionándolos ligeramente, tocando los mismos acordes que había tocado anteriormente. Estabas tocando en secreto la canción que había hecho para ti. Nos miramos tiernamente. Acomodé ese rebelde mechón de cabello detrás de mi oreja, ese largo y suave mechón de cabello que te coqueteaba todo el tiempo, Me besaste frente al piano con una dulzura exquisita, apoyando tus manos sobre mis mejillas. El retrogusto del sabor de tus besos persistió en mis labios y en mi paladar como mousse de Praliné.


Salimos de la cafetería. Llevabas puesta mi bufanda de lana burdeo. Una lluvia torrencial cayó estrepitosamente sobre nosotros. Corrimos por la calle para refugiarnos en la galería más cercana. Estábamos empapados, con nuestros abrigos arruinados y nuestros cabellos estilando. Nos refugiamos debajo del tejado de una tienda de música. Estallé en risas y no pudiste contenerte. Siempre te contagiabas con mi risa burlesca, esa risa aguda que llegaba en los momentos más inoportunos. Tras estrujar nuestros abrigos entramos a la tienda de discos y los colgamos en un perchero al costado de la puerta. El vendedor que se encontraba en la caja nos miró con desconcierto. Éramos los únicos visitando la tienda. Sonaba una canción de fondo, una de esas canciones que se quedan reproduciendo en tu cabeza toda una tarde, una de esas canciones que adorábamos escuchar los fines de semana. "Space Song" de Beach House era la canción que estaba sonando. Conocías mis canciones favoritas como las líneas en las palmas de tus manos. Conocías mi Playlist favorita de Spotify porque la habías marcado como tu favorita también. Y allí estábamos, en la sección de discos Indie, desempolvando vinilos a mitad del pasillo para llevarlos y escucharlos en tu apartamento.


Mediados de agosto. Te fui a buscar a modo de sorpresa a la oficina en Manquehue. Ahí estaba, parado a las afueras del edificio. Llevaba los Timberland color mostaza que me habías regalado para mi cumpleaños, unos jeans negros ajustados, un Beatle color vainilla y un Montgomery de color ceniza que cubría mis hombros. Mi mano sostenía un Mocha Blanco que había comprado para ti. Éramos amantes de Starbucks, en especial de ese café y de los Frappés. Mis audífonos de cintillo puestos escuchando "Plane" de Jason Mraz. Te vi saliendo por la mampara de cristal con tu uniforme de trabajo. Traías puesta la corbata que te habías comprado el día anterior, esa corbata que había anudado con mis manos alrededor del cuello de tu camisa blanca aquella mañana en la cocina mientras desayunábamos. Me viste y parpadeaste alucinado. Tus ojos no podían disimular el asombro que te produjo verme allí esperándote y no fue precisamente porque no hubiese venido a buscarte antes, sino porque esta vez había llegado sin previo aviso. Las puntas de nuestras narices se besaron. Te di el vaso de café y caminamos en dirección a la estación de metro más próxima. Una vez que llegamos a la esquina decidimos pedir un Uber para evitar la aglomación del metro a esa hora de la tarde, especialmente en las estaciones de Tobalaba y Baquedano donde las personas se empujaban entre sí sin tener el más mínimo de los escrúpulos. Una vez que nos subimos al auto le pedimos al conductor que nos llevara al Cine Hoyts La Reina. Decidimos pasar la tarde en el cine aunque no teníamos idea de las películas que estaban en cartelera. No nos importó demasiado y acordamos que una vez que llegáramos veríamos la que estuviera más próxima en horario. El conductor nos habló todo el camino y nosotros lo escuchábamos pretendiendo que nos interesaba su conversación, intercambiando miradas cómplices y sonrisas coquetas, como aquel Screen Test en blanco y negro entre James Dean y Paul Newman que tanto nos gustaba mirar en YouTube. Nos bajamos del auto e ingresamos al cine. La fila para comprar las entradas avanzaba rápido. Te quedaste haciéndola mientras yo iba a por el Popcorn y los refrescos. Te había dejado mi abrigo. Lo doblaste en tu brazo. Te miré con disimulo desde la fila de la confitería. Habías metido tu mano en el bolsillo de mi Montgomery. Encontraste mi bálsamo labial de frambuesa y lo estabas oliendo, extasiado, con tus ojos cerrados. Me robaste una sonrisa ruborizada y nunca lo supiste. Caminaste hacia mí para ayudarme a cargar el Popcorn. La chica que chequeaba las entradas dijo: - Bienvenidos a Cine Hoyts. Ant Man sala 12 al final del corredor. - ¡Disfruten la función! - Ingresamos a la sala. No había demasiada audiencia. Ubicamos nuestras butacas en la fila M. Te quitaste tu Trench y tomamos asiento. Rocé con mis dedos el cálido dorso de tu mano. Tu cadena de plata resplandecía por debajo de tu camisa. El sonido de los altavoces retumbaba como los disparos de un rifle. Besos robados en la oscuridad mientras pasaban los Trailers. 


Los últimos días de agosto los pasamos en tu apartamento. Racconto de invierno, vistiendo pijamas de franela abotonados y pantuflas de algodón, bebiendo el exquisito cappuccino de tu Nespresso, planeando fiestas de té y comiendo waffles con mermelada de ruibarbo y manjar blanco, armando puzzles bajo la escalera, bailando torpemente en la terraza bajo cielos nubíferos, repitiendo nuestras películas favoritas, escuchando los mismos vinilos, las mismas canciones una y otra vez, esas canciones que siempre nos llevaban de regreso a los mismos momentos y a todos esos lugares que habíamos hecho nuestros.

CulturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora