Réquiem

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Luego de tres días sin comunicarnos, recibí un mensaje de texto la mañana del sábado. El mensaje decía: - Hola amor, necesito verte. No respondas este mensaje si no quieres pero estaré esperándote a las nueve en el Club de Jazz. Encuéntrame en la terraza. – El mensaje me tomó por sorpresa y me hizo cuestionarme si estaba realmente preparado para volver a verte. Luego de unos minutos de incertidumbre decidí guiarme por mi aguda intuición geminiana y continué con mis labores en el viñedo. Esa tarde pasó muy rápido y tuve la suerte de que una compañera me trajera a casa. Tomé una ducha corta para refrescarme y luego armé mi atuendo. Una camisa de viscosa blanca estampada con patrones de flores de hibisco negras, unos vaqueros ¾ blancos ajustados con roturas en los muslos y las rodillas y mis Vans estilo slip-on negras. Cera para peinar en mi cabello, Diesel en mis puños y cuello. Cogí mi cazadora de denim negra por si la noche se tornaba más fría de lo habitual. Tomé las llaves y salí de casa. Tomé un taxi para llegar al metro. Me puse mis audífonos de cintillo y le di reproducir a "1989" de Taylor Swift. - "Boys only want love if it's torture, don't say I didn't say I didn't warn ya" - El masoquismo de la letra no podía ser más relatable. Llegué a la estación y tomé el tren con dirección a Tobalaba. No alcancé a escuchar las 13 canciones del álbum porque ya había llegado a la estación de destino, Plaza Egaña. Subí por la escalera mecánica y caminé hacia el Club de Jazz. Miré mi reloj y había llegado con cinco minutos de retraso. Eché un vistazo desde la entrada y te divisé justo en el momento en que tu mirada se encontró con la mía. Estabas sentado en una mesa vestida con un mantel blanco y adornada con una romántica vela roja que flotaba sobre agua dentro de un recipiente redondo de cristal. Había un par de personas haciendo fila para ingresar al recinto, pero tú habías reservado con anticipación así que me acerqué al anfitrión que estaba a unos pasos de distancia para indicarle que mi vacante estaba reservada en aquella mesa de la esquina junto a ti. Me abrí paso por el pasillo de la terraza hasta llegar a nuestra mesa. Me esperabas de pie y te veías tan hermoso como siempre. Tu cabello degradado en los costados y algo despeinado en la parte superior por el tibio viento que soplaba en nuestra dirección. La cadena en tu cuello brillaba intensa como si fuera nueva, tu polera negra favorita con el logo de "The Dark Side Of The Moon", una cazadora de denim azul desgastada cubriendo tus hombros, jeans de corte regular azul pálido deslavados y tu par de Adidas Grand Court blancas con franjas negras en los costados. Cuando quedé a un par de centímetros de ti nos miramos fijamente. Te dediqué una sonrisa tímida para romper la tensión pero tú te abalanzaste sobre mí y me abrazaste como si nunca antes lo hubieras hecho. Mis brazos inmóviles poco a poco se fueron articulando. Mis manos puestas en tu espalda, esa espalda que era mi tierra santa. Mi corazón desolado resurgiendo del abismo en el que había estado al escuchar tus latidos acelerados. Viento en mi cabello, rocío cálido de primavera liberando el almizcle de tu perfume, tu toque de Midas restaurando el oro en los estigmas de mi piel, palabras que no fueron verbalizadas porque estaban demás, el etéreo roce de nuestras narices , mirando tus labios y tu mirando los míos, la tentación del paraíso que nos hizo pecar, el génesis de un beso excepcional que detuvo las arenas del tiempo, desvaneciendo todos los colores a nuestro alrededor, entre blanco y negro nosotros brillábamos con fosforescentes tonos de neón, y es que la pureza de nuestra alquimia no tenía comparación con ninguna otra. Luego de ese acaparador y ardiente beso tomamos asiento. – No sabes cuánto te he extrañado – dijiste. – Han sido días difíciles de sobrellevar, pero considerablemente necesarios para reflexionar. – Respondí y tu asentiste con la cabeza. – Si no te contacté antes fue porque comprendí que necesitabas tu espacio, estar contigo mismo y con tus pensamientos más íntimos, como lo estuve yo esos días que no respondí a tus mensajes. – Me quedé mirándote, escuchando muy atento todo lo que tenías para decirme. – Era lo que necesitaba, llorar la pena, soltar la angustia para pensar con la cabeza en frio y así evitar sacar conclusiones erróneas. – fue lo que respondí. Tomaste mi mano y dijiste que habías estado reflexionando también, intentando trazar líneas seguras sobre todos tus puentes quemados, contemplando múltiples posibilidades. Dijiste que tenías una propuesta que hacerme pero que la compartirías al final de la velada.


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