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La venganza es la peor emoción que puede mover a un ser humano, da fuerza para seguir, pero nubla el juicio. (Nombre), heredera por derecho al trono, sabe ésto más que nadie y, aún así, no puede contener el odio que le provocan su...
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Las personas que trabajaban para la señora, dueña de las tierras del sur, murmuraban ante la visita inesperada de una chica que se proclamaba como la heredera legítima del reino. La líder del clan sureño veía su salón principal con escepticismo. Toda esta situación le parecía ridícula, que una jovencita viniera con aires de grandeza a exigir una audiencia mermaba su paciencia, pero se encargaría de atarla ella misma a un cañón y volar los miembros de esa "princesa".
—Mi señora, ¿quiere que traigan la merienda antes de que lleguen las visitas? —preguntó la mano derecha de su hijo.
Mitsuki observó al muchacho desde su trono; tenía ojos color carmín al igual que los de su único primogénito, su cabello también era de un pintoresco color rojo acompañado de una dentadura filosa que causaba admiración entre sus tropas. Con un suspiro cansado se negó ante la propuesta de su súbdito. El hambre no era su mayor preocupación ahora mismo. Tenía bastantes cosas en mente, como el por qué alguien le exigía una audiencia. ¿Sería posible que alguien de la familia real de verdad hubiese sobrevivido? No, eso sería imposible.
—¿Dónde está Katsuki? Debería de estar aquí mismo esperando a esa supuesta princesa.
El chico sonrió nervioso.
—Está con los demás generales discutiendo sobre un posible ataque.
—Aun es muy pronto para declarar que se avecina una guerra, no dudo de su instinto, pero lo mejor será no precipitarnos. Manda a llamar a mi hijo, Kirishima.
Con una reverencia, Eijirou desapareció del salón haciendo eco con las botas que portaba a juego con pantalones de seda y las medallas en su saco que representaban el cargo dentro del ejército.
Mitsuki revisó por última vez los arreglos de la sala de audiencias. Los candelabros, hechos de oro puro y adornados con piedras preciosas alrededor de los cristales, tintineaban cada vez que el viento entraba por alguna ventana. No hacía mucho que el castillo había sido modificado para ostentar el poder político, económico y, por supuesto, militar que poseían las tierras sureñas, caracterizadas por su población aguerrida y sus habilidades en el campo de batalla.
