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Escuchaba las voces, los incontables lamentos, gemidos y sollozos alzándose ante mí, convertidos en una melodía que atentaba con corromper mi cordura.

Recordé la sangre, los cuerpos sin vida, los huesos que empleé varias veces e incluso los animales que sacrifiqué.

Eran mis víctimas.

Incluso las de mis ancestros.

Toda la casa empezaba a sacudirse y a estremecerse en cada palabra; lograba escuchar cómo las cosas caían de sus lugares con estrépito, el techo y las paredes se rasgaban, y mientras ellos seguían llevando a cabo el ritual, los músculos de mi cuerpo se tensaron y finalmente ocurrió.

Hice que parte de la runa se desdibujara, eso provocaría que ya no tuviera poder sobre mí y Abby. Mi cuerpo estaba libre. El dolor en la punta de mis dedos protestó, sin embargo, lo ignoré.

Antes de que ellos se dieron cuenta, yo ya estaba de pie.

Me lancé sobre Matthew, que estaba a punto de terminar su cantico, ambos fuimos a dar directo a los muebles de la sala. Mi cabeza sufrió un golpe sobre una superficie rígida, la sangre pronto empezó a brotar, pero no le di tanta importancia.

Detener el ritual era lo que más me interesaba.

El libro había salido volando de sus manos y terminó por caer al otro extremo de la sala, entonces sujeté sus manos usando un fácil hechizo y sin embargo, era evidente que se estaba resistiendo.

Matthew era un brujo muy poderoso, no se dejaría vencer tan fácilmente.

Abby, en cambio, estaba lidiando contra la escoria llamada Deedee.

Ellas estaban enfrascadas en una lucha que consistía en sujetarse de los cabellos y tirarse de las prendas… pero al mismo tiempo lanzaban conjuros para combatir la una con la otra, hasta que finalmente fueron a dar al suelo.

Hubo un ruido seco cuando sus frágiles cuerpos chocaron contra la madera.

Me preocupó que Addy se pudiera haber roto un hueso al caer con esa fuerza, porque no gritó ni mucho menos se volvió a mover.

Corrí como nunca para auxiliar a Abby, cuando lo hice, solté un puñetazo lo bastante fuerte para dejar a Deedee inconsciente. Mis huesos hicieron eco al momento de romperle la nariz, ella gimió y no se movió más.

—¿Estás bien? —le pregunté a Abby.

Ella asintió.

Tenía el rostro rasguñado y una que otra herida en los brazos, pero nada que fuese grave.

—Tenemos que salir de aquí —agregué, mirando frenéticamente mi entorno.

Un portal serviría, si tan solo pudiera abrir una a tiempo.

Algo que, bajo esas circunstancias, veía imposible.

—¡Han usado hechizos de protección! No podemos salir… aunque lo intentemos, no va a funcionar.

—Ella tiene razón —dijo una voz a nuestras espaldas.

Era Matthew, que estaba de pie y con el libro de nuevo en sus manos.

—¿Cómo…? —mi frase quedó suspendida en el aire.

—Podrás empelar cualquier hechizo que quieras, pero soy más fuerte que tú —me interrumpió Matthew con esa expresión de soberbia.

Maldije internamente.

Arrugué la frente, luego cerré los ojos.

Sentí la energía, la fuerza contenida en mi cuerpo y era liberada para desatar toda su furia como un animal que había permanecido enjaulado todo este tiempo. Estiré los brazos y una corriente oscura salió disparada de mis manos.

Matthew lo apartó con un simple movimiento.

La energía chocó contra la pared, destruyendo mis pertenencias y dejó al mismo tiempo una marca humeante.

—Patético —el hombre siquiera sonreía—. Eres mejor que eso —dijo y tenía razón.

Yo era un ser oscuro.

Ley de retorno [#1.5] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora