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No había que confiar en nadie.

Ese fue el tema de conversación que tuve con un señor cuando llegué al mercado.

Estaba en la secciones de frutas y verduras, escogiendo las menos feas de todas cuando él se acercó a mí, sujetando en su mano lo que parecía ser una lechuga, con la mano libre traía una bolsa blanca con saber qué en el interior.

—Todo está muy caro, ¿eh? —me había dicho mientras se aproximaba.

Lo miré de reojo, tratando de disimular mi desinterés en él.

El señor se vía muy mayor como para andar solo por las calles, su cabello estaba completamente blanco, sus rostro arrugado como la corteza de un árbol y el cuerpo flaco, daba la impresión de que se derrumbaría en cualquier momento.

Y ese bigote mal cortado no le sentaba para nada su aspecto terrible y deteriorado.

Estuve a punto de pedirle que se alejara, pero no quería ser descortés.

—Esas están buenas para dárselos a los animales —siguió diciendo el señor con su voz hecha apenas un murmullo.

«Como a usted», pensé, pero no me atreví a decírselo.

Tomé unas cebollas blancas y de buen tamaño y las metí en el canasto que me dio el dueño del local. Solo me faltaba ir por unas cuantas verduras más y me iría tan rápido como había entrado.

—Ya lo creo —fue mi respuesta.

El señor me sonrió.

Juraría que fue la sonrisa más desagradable y forzada que había visto en toda mi existencia.

—¿No te da miedo salir? —me preguntó.

—¿Por qué lo tendría, según usted? —contesté, dejando en su lugar aquella zanahoria que había tomado.

—Bueno, pues dicen que el asesino no pertenece a nuestro mundo. Aseguran que es una criatura muy fea, sin cuerpo concreto, únicamente usa la poca energía dispersa aquí y allá para cometer sus crímenes.

—Si es cierto, será mejor pedir ayuda a la iglesia, ¿no cree?

—Eso no servirá. Nada de lo que está a nuestro alcance servirá —repuso el señor.

—¿Cómo sabe?

—La misericordia y el perdón no forman parte de la criatura. Su energía negativa se siente en el aire, ¿no lo has notado?

En serio que este señor estaba delirando.

Todo lo que salía de su boca no tenía sentido, era como si sus propias palabras se estuvieran mezclando y enredando entre sí.

—¿Y eso qué tiene que ver? —quise saber, al borde del aburrimiento.

—Para vencer al mal, hay que saber usar su propia energía en su contra.

—Ese es un buen consejo, una pena que yo no sepa hacer eso —contesté.

El señor me volvió a sonreír.

Esa imagen nunca se borraría de mi mente, estaba completamente seguro.

—Tal vez no, pero deberías de aprender —dijo, entregándome la lechuga. La tomé con ambas manos y sin decir otra palabra, se marchó.

Con la mirada pensativa, lo vi perderse entre las hileras de estantes que había en el mercado.

Le pagué al dueño, tomé el resto de mis cosas y regresé a casa, fingiendo que nada había ocurrido. Simplemente seguí con mi rutina como siempre lo hacía.

No supe nada del señor, no hasta que lo encontraron muerto en su propia casa, casi un mes después de nuestro extraño encuentro.

Decidí guardar ese secreto, como muchos otros, con una sola persona.

Y no se trataba de Abby precisamente.

Ley de retorno [#1.5] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora