Arabela / Angela
Tim
Tim
Tim
El molesto sonido de un llamado telefónico me despertó de un placentero sueño. ¿Quién molestaba tan temprano en la mañana?
----- ¿Diga? ----- contesté masajeando mis cienes.
----- Señorita. ----- me levanté al oir su voz en el otro lado de la línea.
Le dije a Esteban que me llamara si ocurría algo importante.
----- ¿La encontraron?
---- Sí.
----- Bien. Estoy en camino.
Colgué.
Que hermosa manera de empezar el día. Estaba llena de humor y ánimos. Que la hayan encontrado, significaba una cosa.... Podría vengarme.
Busque entre mi armario el pantalón palacio negro y una camisa blanca, junto con los tacones de aguja y salí.
Moría de hambre pero esto valía la pena.
Al abrir las puertas del ascensor me encontré a Esteban.
----- Vamos. ---- ordené.
No era una persona de hablar. La mayoría de mis empleados entendían todo con una sola de mis miradas. Era gratificante sentir el miedo que les provoco. Incluso Cristian solía decirlo.
----- Es horrible, ¡te tienen más terror a ti que a mí! No es justo. ----- expeto indignado mientras caminábamos a los calabozos subterráneos que había en la sede.
Las paredes eran blancas al igual que el suelo. Un color bastante aburrido.
Le miré enarcando una ceja.
<< No me mires así. No puedes influenciar eso en mí. ¡Oh, no! No, no, ¡Basta Arabela!
Reí.
----- Te falta autoridad Cristian. --- expliqué caminando con mis brazos detrás de la espalda.
----- Ja. Si, una niñita de dieciséis años tiene más autoridad que yo. No, el problema es otro. ----- me miró con el entrecejo fruncido. ----- Los sobornastes ¿Verdad?
----- No sé de qué estas hablando. ----- dije apurando mis pasos, dejándolo atras.
----- ¡Sí, los sobornastes! ¡Eres una...!
----- Hemos llegado, señorita. ----- Estaban me sacó de los recuerdos.
Asenti.
Nuestra base quedaba en un lugar descampado. Muy lejos de la capital. Era un completo barrio, sólo para mis empleados y sus familias. Un lugar completamente cerrado por murallas altas y una reja negra de igual forma. Desde protección hasta seguridad tenían allí.
Casas de generales, guardias y mercenarios había por doquier y en el centro, se hallaba mi mansión.
Al entrar la servidumbre con algunos guardias, se inclinaron en señal de respeto. Odiaba eso pero aunque les dijera que no lo hicieran, lo hacían igual. Por lo que tuve que acostumbrarme.
Abrí las puertas en par, de mi despacho y allí, arrodillada en el suelo con un camisón blanco de seda, estaba ella.
----- ¡Al fin nos conocemos! ---- sonreí con una alegría falsa. ---- Querida cuñada...
Su mirada llena de odio hacia mí, me encantó. Que me odien era como el oxígeno que necesitaba para respirar.
----- Vete a la mierda. ---- murmuró.
